LEÓNIDAS, HÉROE DE LAS TERMÓPILAS

La batalla más célebre de las guerras Médicas, que enfrentó a los griegos con el Imperio persa, tuvo como protagonista a Leónidas, rey de Esparta. Su valor suicida le valió a la Hélade la libertad frente a la expansión de la dinastía aqueménida

Leónidas en las Termópilas, por Jacques-Louis David (1814), Museo del Louvre, París.
El reinado de Leónidas a principios del siglo V a. C. estuvo presidido por la permanente amenaza militar del Imperio persa, tanto sobre la polis donde él gobernaba, Esparta, como sobre el conjunto de las ciudades griegas. En este contexto tuvo lugar, en el año 480 a. C., la batalla de las Termópilas, el episodio que elevó su figura a la categoría de auténtico mito.

Hacia 500 a. C. el Imperio persa había alcanzado su máxima expansión. Cubría una inmensa franja del sur asiático, desde el río Indo hasta Asia Menor, un territorio de unos tres millones de kilómetros cuadrados. El crecimiento de esta potencia durante la dinastía de los aqueménidas había sido raudo y temible, hasta convertirse en el mayor y más poderoso imperio del mundo antiguo.

Desde la revuelta jónica un año después, cuando algunas ciudades griegas de Asia Menor se rebelaron contra el dominio persa, se libraba un enfrentamiento entre este imperio y el mundo heleno: fueron las guerras Médicas, que durante años atizaron la diluida frontera entre las civilizaciones de Oriente y Occidente.

En esta pugna sostenida, la batalla de Maratón en 490 a. C. había significado una gran derrota para los persas. Entonces reinaba Darío I, pero ahora su hijo, Jerjes I, clamaba venganza.  Persia había tomado la determinación de abordar la invasión definitiva hasta el corazón de la Grecia continental, donde se erigían las polis de Atenas y Esparta.

Las ciudades griegas, cuando conocieron la magnitud del ataque que se avecinaba, se reunieron en el templo de Poseidón del istmo de Corinto en 481 a. C. Formularon un acuerdo vinculante que sellaba su alianza contra Persia. Pero las polis que se sumaron a este pacto, conocido como Liga Helénica, fueron muy pocas. Esparta quedó al frente de la coalición y Leónidas, su rey, al mando del ejército. Esto le llevaría a ocupar un lugar de honor en la historia. 

Diarca de Esparta
Kílix del siglo V a. C. conocido como Copa de Edimburgo, producida en Atenas por el Pintor de Triptólemo en torno al año 480 a. C. El guerrero erguido representa a un hoplita griego, y el caído a un enemigo persa. El hoplita muestra con claridad el dorso de su escudo griego de tipo aspis, sobre el que ha dibujado un motivo en forma de pegaso. Este tipo de dibujos tenían como fin el servir de emblemas que distinguieran a su portador y, también, a modo de amuletos mágicos, en particular en el caso de las gorgonas, que tenían un carácter protector. Con el tiempo fueron desplazados por emblemas alusivos a la ciudad-estado, la letra griega alfa en el caso de Atenas y lambda (de Lacedemonia) en el caso de Esparta. Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
De forma excepcional, la ciudad-estado de Esparta se constituía como una diarquía, un reino dirigido por dos soberanos. Aproximadamente desde 489 a. C., Leónidas era el rey perteneciente a la dinastía de los agíadas. El otro monarca era Leotíquidas II, de la dinastía de los euripóntidas. Ambos linajes compartían el poder.

Leónidas no ocupaba por nacimiento un lugar preferente en la línea de sucesión al trono, puesto que tenía dos hermanos mayores. Sin embargo, la muerte de Cleómenes y Dorieo sin descendencia masculina le llevó inesperadamente al poder.

Esto se ha interpretado como la verdadera razón por la que Leónidas fue un rey diferente, pues no recibió la educación propia de un joven destinado a gobernar, sino la misma que el resto de espartiatas, el grupo de los ciudadanos elegidos de Esparta.

La famosa educación espartana, en la que se formaban los miembros de esta elite, tenía como objetivo la defensa del Estado y, por lo tanto, preparaba a sus hijos para su futuro como guerreros. Todas las acciones se supeditaban a ese fin con firme disciplina y autoritarismo. Al nacer, los niños débiles eran directamente sacrificados.

Guerrero espartano. El pelo largo era característico de los hombres de Esparta, según Heródoto, era símbolo de hombre libreYa de muchachos, los varones eran educados bajo la más estricta austeridad, siendo obligados a dormir sobre lechos de juncos, a vestir el mismo manto durante un año y a sobrevivir con una dieta exigua.

A los 20 años, los más fuertes entre los hijos de espartanos pasaban a ser incluidos en una de las agrupaciones militares de la ciudad. Su entrenamiento especializado se basaba en una vida sobria, igualitaria y en comunidad con su agrupación. La preparación era profesional y extremadamente dura, y no tenía comparación en el mundo helénico, hasta el punto de que el historiador Jenofonte dijo de ellos que eran los “únicos y verdaderos artistas en materia de guerra”.

En la batalla, los espartiatas, ciudadanos libres, llevaban el orgullo militar hasta el extremo. Su mayor virtud era la lealtad al colectivo durante la lucha y su falta de temor a dar la vida por Esparta. La sociedad espartana consideraba vergonzoso regresar a casa tras una batalla perdiday, como refirió siglos después el también historiador Plutarco, las madres despedían a sus hijos con un simple “Vuelve con el escudo o sobre él”, que exigía el regreso victorioso con una sola alternativa: la muerte.

Cuando Leónidas accedió al poder aplicó estos valores. Durante los preparativos de la guerra llegó un emisario enemigo. Quería convencerle de que presentar batalla ante la grandeza del ejército de Jerjes provocaría un derramamiento de sangre innecesario, y le exigió que entregara las armas. Según la versión de Plutarco, Leónidas simplemente contestó: “Ven y cógelas”. Y esa muestra de orgullo fue el principio de su heroico proceder...
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Xavier Valls Soler, Historia y Vida nº 530

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