Desde el desembarco de los Escipiones Roma tardó doscientos años en conquistar Hispania, otros trescientos en someterla, desde Tartesso hasta el mismísimo Finisterre. Aquí y allá Roma perfora minas, arquea puentes, amuralla ciudades, escalona anfietatros, abre circos, levanta templos, aflora termas, canaliza aguas, codifica leyes. Enseña la lengua del Lacio, madre de nuestras hablas.
Y dibuja caminos. Siguiendo las vías naturales, salvando obstáculos, miles de kilómetros de calzadas tejen una tupida red con las infraestructuras necesarias para la circulación de personjas y bienes. Aquellos viejos trazados perduran aún en gran parte, dos mil años después.
En la actual comunidad de Valencia, de arriba abajo, del Cenia al Segura, la Vía Augusta -también llamada Heráclea- gran eje de comunicaciones en época romana -nada menos que de Roma a Cádiz- cruza villas y ciudades, vigilada por torres y castillos, medida por piedras miliares, acotada por postas, vertebrando por donde cruza un territorio que concentra junto a ella gran parte de la población y de sus riquezas.
Intibili, Ildum, Saguntum, Valentia, Sucronem, Saetabi, Dionio, Lucentes, Ilici, Thiar... son hitos que aún perduran, con otros nombres algunos, desconocidos otros en su situación. La toponimia actual nos hace recular a veces siglos atrás. Caminos «dels Romans» los encontramos en Cabanes, en Albocácer y Torreblanca, junto a la playa «Romana» de Alcocebre, en Castellón. El «camí Romá» de Lliria a Begís, en Valencia, o «dels Romans» en Orihuela, junto a la «Romana alta y Romana baixa» junto al Vinalopó, guardan memoria viva de lo que fueron. El mismo topónimo de «calzada», tan romano, lo encontramos aún aplicado en caminos de Carcagente o de Llaurí; o de Fuente Encarroz. Y no faltan referencias a las «tabernae», tan frecuentes junto a las vías romanas, lugares de parada, de comercio o de refrigerio: Tavernes Blanques y Tavernes de Valldigna son ejemplos claros.
A lo largo de la ruta, cada mil pasos (milia passum, equivalentes a 1.481,5 metros, «podremos» encontrar -cuando la Vía se restaure- auténticas piedras miliares (miliari) -que aún quedan- o reproducciones de aquellas, que nos marcarán las distancias o nos indicarán dónde nos encontramos. En algunas plazas de nuestros pueblos , en algunos museos, se muestran muchas de ellas, unas de piedra calcárea, como las de La Jana o Sagunto, otras de gres, como la de Pilar de la Horadada, y muy cerca, las canteras de donde eran extraídas. Nos saldrán al paso postas para cambio de caballos (mutationes), lugares de descanso y de tránsito (mansiones), especialmente para correos (cursores), hostales para pasar la noche (hospitia), almacenes y corrales. Establecimientos para sevicio de caballos y carros, con guarnicioneros, herreros, se abrían a lo largo de la ruta.
Encontraremos también altares o capillas -restos de ellos- dedicados a Mercurio, protector de viajeros, o a otras divinidades menores. Y no faltarán necrópolis con monumentos funerarios, como en Edeta, o en Villajoyosa. La vida misma -y la muerte, por supuesto- nos saldrán a cada paso...
«Si hablamos en latín, si litigamos en derecho romano, si construimos en románico -dirán Arasa y Rosello, estudiosos de las vías romanas- también caminaremos como los romanos, como los latinos. Dos mil años no son nada».
Publicado en ABC
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