Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Cincinnati lleva casi una década excavando dos manzanas de viviendas (insulae) aparentemente anodinas, situadas en el sur de Pompeya, a pocos metros de la puerta Stabia y junto a alguno de los lugares más conocidos de la ciudad: los cuarteles de los gladiadores y los dos teatros, así como una zona de templos y un foro. La idea de estos investigadores es, como señala la memoria del proyecto, “tratar de entender cómo se desarrollaron estos edificios a lo largo del tiempo y cómo las familias que vivían en ellos respondían a los cambios económicos, sociales y culturales de su entorno”. En otras palabras, el objetivo es dilucidar cómo vivían los habitantes normales y corrientes de Pompeya, alejados de los mitos que siempre se ciernen sobre nuestra visión del mundo romano. Se trata de una calle de clase media o baja, con viviendas modestas, comercios, algunas tabernas y pequeñas industrias, dedicadas a salar pescado o quizás a producir la salsa romana llamada garum, una mezcla poco apetecible para los paladares contemporáneos a base de vísceras de pescado fermentadas, que debía de producir un olor intenso (por decirlo con delicadeza), y uno de los pocos motivos por los que Pompeya era conocida en la antigüedad.
Pompeya y Herculano, la otra ciudad importante enterrada por el Vesubio en el golfo de Nápoles, en el sur de Italia, plantean una mezcla de preguntas y respuestas, de datos y misterios. Se mantienen a lo largo de las décadas como la mayor fuente de información sobre la antigua Roma y nunca han parado de ofrecer hallazgos... "Quizás sea porque es el único lugar en que podemos estudiar la vida a pie de calle", explica Mary Beard, profesora de Clásicas en la Universidad de Cambridge y una de las mayores expertas mundiales en Pompeya.
“La fascinación nace porque tenemos la sensación de viajar en el tiempo (aunque obviamente no lo hacemos)”. “También porque nos encontramos cara a cara con gente que vivió en la antigüedad. Allí la pregunta sobre si los romanos eran como nosotros cobra más sentido que en ningún otro lugar. Y, como le ocurre a los personajes de la película de Rosselini, también nos enfrentamos a la cuestión de si tienen algo que enseñarnos”, prosigue la profesora. “Las calles están tan bien conservadas que da la impresión de que se trata de un viaje a la antigüedad”, aseguran Jackie y Bob Dunn, una pareja australiana quse mantienen la página web de referencia para los arqueólogos sobre la ciudad, pompeiiinpictures.org, donde han logrado recopilar fotografías que reconstruyen toda Pompeya, casa a casa, calle a calle. “La destrucción de la ciudad se produjo de manera tan repentina y brutal que los visitantes sienten siempre la amenazadora presencia del Vesubio”, agregan.
“Estas ciudades nos alejan de figuras distantes, los típicos romanos del imaginario popular, como los emperadores y los gladiadores, para acercarnos a personas reales. En Pompeya, encontramos a la dueña de un bar llamada Asellina, a un panadero llamado Terentius Neo que quiere lanzarse a la política. En Herculano, nos cruzamos con dos esclavos libertos, Venidius Ennychus y su esposa, Livia Acte, y sus vecinos, Marcus Nonius Dama y Julia, que van a los tribunales por un problema de tierras. Representan a toda esa gente —madres, hijos, hermanos, primos, jóvenes y viejos, esclavos y libres— que murieron juntos en la catástrofe del año 79”, escribe Paul Roberts en el catálogo de una exposición.
Pompeya es una ciudad llena de penes y contiene el único burdel del mundo antiguo que se preserva intacto, además de decenas de frescos y estatuas de altísimo contenido erótico que los Borbones atesoraron en el llamado Gabinete Secreto, escondido durante siglos para unos pocos elegidos y que solo se abrió totalmente al público en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles en el año 2000. No es difícil imaginar la cara que pusieron los investigadores cuando se toparon, el 1 de marzo de 1752, en la Villa de los Papiros de Herculano, con una de las tallas más escandalosas de toda la antigüedad: la imagen del dios Pan copulando con una cabra. “La pieza solo podía verse con el permiso del rey”, escribe Paul Roberts, del Museo Británico. La presencia de esta imagen en Londres ha despertado una cierta polémica sobre la forma en que debía exhibirse, si camuflada bajo una cortina en algún lugar especial o simplemente poniendo una advertencia general al principio de la muestra. Al final se ha impuesto el criterio del conservador: “Los romanos habrían visto simplemente a un dios cabra penetrando a una cabra, lo que no les hubiese molestado en absoluto. Es una muestra de que los dueños de la casa en la que se encontró eran gente culta y con sentido del humor”.
Da igual el campo de los estudios clásicos al que un investigador se dedique, Pompeya tiene hallazgos para todo el mundo. Barry Hobson, médico de familia y arqueólogo aficionado, se ha pasado media vida estudiando las letrinas romanas, unos inmensos conocimientos que recoge en su ensayo Latrinae et foricae. Toilets in the roman world (no es el único experto en el tema, G. C. M. Jansen se ha pasado media vida estudiando solo las de Pompeya). Hobson mantiene que la ciudad enterrada ofrece una oportunidad única para estudiar cómo evolucionaron las letrinas en las casas particulares. El historiador británico Andrew Wallace-Hadrill, el más conocido experto en Herculano —su denuncia en los medios en 2004 del deterioro de Pompeya tuvo un impacto enorme—, encabeza un proyecto para analizar toneladas de excrementos, conservados en las alcantarillas de la ciudad, porque aportan una información inédita sobre la dieta romana. En Pompeya se conservan 3.000 inscripciones políticas, del tipo “Gaius Julius Polybius da buen pan” o “Marcus Casellius Marcellus organiza buenos juegos”, además de miles de grafitis de todo tipo que reflejan todos los aspectos de la vida cotidiana. Incluso se conoce que se producía garum kosher. Y todavía quedan muchos misterios por resolver: ¿Dónde estaba el puerto? ¿Cuántos habitantes tenía? ¿Qué hacía una mujer enjoyada en la barraca de los gladiadores? ¿Hasta qué punto era una ciudad romana o, como escribe Robin Lane Fox en El mundo clásico, se trataba de “una zona multicultural en la que se hablaba mucho el griego, además del latín y del osco” (la última inscripción en la lengua itálica meridional se conserva en el burdel de Pompeya, “un lugar triste para que un idioma muera”, como dijo Mary Beard). Ni siquiera la fecha de la erupción, el 24 de agosto de 79, parece ahora segura. También queda mucho terreno por excavar: un 25% de Pompeya, mientras que, en Herculano, mucho más pequeña pero enterrada bajo una roca más dura y destruida por una ola de calor tan bestial que carbonizó inmediatamente la madera (lo que permite que hayan llegado hasta nosotros muebles romanos intactos), está casi todo por descubrir, incluso en la fascinante y gigantesca Villa de los Papiros.
Pero la arqueología representa solo una parte de la atracción por Pompeya y Herculano. “Pompeya expresa lo inexplicable, muestra la destrucción, congela un cataclismo. Con mayor intensidad que ningún otro acontecimiento en Occidente, simboliza la unión entre la catástrofe y la memoria”, escribe John L. Seydl, comisario de una exposición sobre Pomeya. .
Mary Beard insiste siempre en que no debemos contemplar Pompeya como una ciudad normal, detenida en el tiempo, no solo por el terremoto anterior a la erupción sino también porque mucho de lo que vemos es una reconstrucción contemporánea. Lo que, por otro lado, no le quita un ápice de interés: pese a su aspecto demacrado, a los andamios y las casas cerradas, no hay ningún otro lugar igual. Y no solo por el viaje al mundo romano. Pompeya y Herculano encarnan el poder destructivo de la naturaleza y la forma inconsciente en que lidiamos con ello. Sus ciudadanos convivían tan tranquilos con los terremotos, como millones de habitantes de la bahía de Nápoles, viven ahora bajo la sombra del volcán siendo plenamente conscientes de su fuerza aniquiladora.
Fuente: El País
Pompeya y Herculano, la otra ciudad importante enterrada por el Vesubio en el golfo de Nápoles, en el sur de Italia, plantean una mezcla de preguntas y respuestas, de datos y misterios. Se mantienen a lo largo de las décadas como la mayor fuente de información sobre la antigua Roma y nunca han parado de ofrecer hallazgos... "Quizás sea porque es el único lugar en que podemos estudiar la vida a pie de calle", explica Mary Beard, profesora de Clásicas en la Universidad de Cambridge y una de las mayores expertas mundiales en Pompeya.
“La fascinación nace porque tenemos la sensación de viajar en el tiempo (aunque obviamente no lo hacemos)”. “También porque nos encontramos cara a cara con gente que vivió en la antigüedad. Allí la pregunta sobre si los romanos eran como nosotros cobra más sentido que en ningún otro lugar. Y, como le ocurre a los personajes de la película de Rosselini, también nos enfrentamos a la cuestión de si tienen algo que enseñarnos”, prosigue la profesora. “Las calles están tan bien conservadas que da la impresión de que se trata de un viaje a la antigüedad”, aseguran Jackie y Bob Dunn, una pareja australiana quse mantienen la página web de referencia para los arqueólogos sobre la ciudad, pompeiiinpictures.org, donde han logrado recopilar fotografías que reconstruyen toda Pompeya, casa a casa, calle a calle. “La destrucción de la ciudad se produjo de manera tan repentina y brutal que los visitantes sienten siempre la amenazadora presencia del Vesubio”, agregan.
“Estas ciudades nos alejan de figuras distantes, los típicos romanos del imaginario popular, como los emperadores y los gladiadores, para acercarnos a personas reales. En Pompeya, encontramos a la dueña de un bar llamada Asellina, a un panadero llamado Terentius Neo que quiere lanzarse a la política. En Herculano, nos cruzamos con dos esclavos libertos, Venidius Ennychus y su esposa, Livia Acte, y sus vecinos, Marcus Nonius Dama y Julia, que van a los tribunales por un problema de tierras. Representan a toda esa gente —madres, hijos, hermanos, primos, jóvenes y viejos, esclavos y libres— que murieron juntos en la catástrofe del año 79”, escribe Paul Roberts en el catálogo de una exposición.
Pompeya es una ciudad llena de penes y contiene el único burdel del mundo antiguo que se preserva intacto, además de decenas de frescos y estatuas de altísimo contenido erótico que los Borbones atesoraron en el llamado Gabinete Secreto, escondido durante siglos para unos pocos elegidos y que solo se abrió totalmente al público en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles en el año 2000. No es difícil imaginar la cara que pusieron los investigadores cuando se toparon, el 1 de marzo de 1752, en la Villa de los Papiros de Herculano, con una de las tallas más escandalosas de toda la antigüedad: la imagen del dios Pan copulando con una cabra. “La pieza solo podía verse con el permiso del rey”, escribe Paul Roberts, del Museo Británico. La presencia de esta imagen en Londres ha despertado una cierta polémica sobre la forma en que debía exhibirse, si camuflada bajo una cortina en algún lugar especial o simplemente poniendo una advertencia general al principio de la muestra. Al final se ha impuesto el criterio del conservador: “Los romanos habrían visto simplemente a un dios cabra penetrando a una cabra, lo que no les hubiese molestado en absoluto. Es una muestra de que los dueños de la casa en la que se encontró eran gente culta y con sentido del humor”.
Da igual el campo de los estudios clásicos al que un investigador se dedique, Pompeya tiene hallazgos para todo el mundo. Barry Hobson, médico de familia y arqueólogo aficionado, se ha pasado media vida estudiando las letrinas romanas, unos inmensos conocimientos que recoge en su ensayo Latrinae et foricae. Toilets in the roman world (no es el único experto en el tema, G. C. M. Jansen se ha pasado media vida estudiando solo las de Pompeya). Hobson mantiene que la ciudad enterrada ofrece una oportunidad única para estudiar cómo evolucionaron las letrinas en las casas particulares. El historiador británico Andrew Wallace-Hadrill, el más conocido experto en Herculano —su denuncia en los medios en 2004 del deterioro de Pompeya tuvo un impacto enorme—, encabeza un proyecto para analizar toneladas de excrementos, conservados en las alcantarillas de la ciudad, porque aportan una información inédita sobre la dieta romana. En Pompeya se conservan 3.000 inscripciones políticas, del tipo “Gaius Julius Polybius da buen pan” o “Marcus Casellius Marcellus organiza buenos juegos”, además de miles de grafitis de todo tipo que reflejan todos los aspectos de la vida cotidiana. Incluso se conoce que se producía garum kosher. Y todavía quedan muchos misterios por resolver: ¿Dónde estaba el puerto? ¿Cuántos habitantes tenía? ¿Qué hacía una mujer enjoyada en la barraca de los gladiadores? ¿Hasta qué punto era una ciudad romana o, como escribe Robin Lane Fox en El mundo clásico, se trataba de “una zona multicultural en la que se hablaba mucho el griego, además del latín y del osco” (la última inscripción en la lengua itálica meridional se conserva en el burdel de Pompeya, “un lugar triste para que un idioma muera”, como dijo Mary Beard). Ni siquiera la fecha de la erupción, el 24 de agosto de 79, parece ahora segura. También queda mucho terreno por excavar: un 25% de Pompeya, mientras que, en Herculano, mucho más pequeña pero enterrada bajo una roca más dura y destruida por una ola de calor tan bestial que carbonizó inmediatamente la madera (lo que permite que hayan llegado hasta nosotros muebles romanos intactos), está casi todo por descubrir, incluso en la fascinante y gigantesca Villa de los Papiros.
Pero la arqueología representa solo una parte de la atracción por Pompeya y Herculano. “Pompeya expresa lo inexplicable, muestra la destrucción, congela un cataclismo. Con mayor intensidad que ningún otro acontecimiento en Occidente, simboliza la unión entre la catástrofe y la memoria”, escribe John L. Seydl, comisario de una exposición sobre Pomeya. .
Mary Beard insiste siempre en que no debemos contemplar Pompeya como una ciudad normal, detenida en el tiempo, no solo por el terremoto anterior a la erupción sino también porque mucho de lo que vemos es una reconstrucción contemporánea. Lo que, por otro lado, no le quita un ápice de interés: pese a su aspecto demacrado, a los andamios y las casas cerradas, no hay ningún otro lugar igual. Y no solo por el viaje al mundo romano. Pompeya y Herculano encarnan el poder destructivo de la naturaleza y la forma inconsciente en que lidiamos con ello. Sus ciudadanos convivían tan tranquilos con los terremotos, como millones de habitantes de la bahía de Nápoles, viven ahora bajo la sombra del volcán siendo plenamente conscientes de su fuerza aniquiladora.
Fuente: El País
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