Mataban a los bebés débiles, vivían por y para la guerra y eran unos xenófobos recalcitrantes. Su actuación en las Termópilas les valió la fama eterna.
En agosto del año 480 a.C, un grupo de 300 espartanos partieron hacia las Termópilas. Sabían que iban a morir, pero no les importaba. Nada tenían que hacer frente al gigantesco ejército de Jerjes, el rey del imperio persa. Heródoto cifraba sus tropas en 1,7 millones de soldados y 1.207 barcos de guerra. No fueron tantos como escribiera el 'padre de la historia' -entre 80.000 y 250.000, calculan los historiadores- pero sí muchos más que los griegos, que sumarían unos 7.000. El resultado fue el esperado, pero ni Jerjes ni los propios griegos esperaban haber resistido como lo hicieron. Tres días en los que espartanos, ya sin el resto de los griegos salvo pequeñas excepciones, terminaron luchando literalmente con sus manos y sus dientes. Una leyenda cimentada sobre una derrota. ¿Quiénes eran estos hombres que no temían a la muerte? ¿Eran unos soldados tan fieros como los pintan?¿Cómo vivían?
Mataban a los bebés débiles.
La vida del espartano estaba en peligro desde su mismo nacimiento. Los ancianos sumergían a los bebés en un baño de vino sin diluir para ver su reacción. Si no era la ‘adecuada’ o tenían alguna deformidad, eran descartados sin más miramientos. Infanticidio de Estado puro y duro. Abandonar a los pequeños por circunstancias económicas era habitual en la antigua Grecia, como lo sería en Roma, pero no matarles como se hacía en Esparta. Cierto que también había excepciones: Agesilao II llegó a ser rey durante 40 años a pesar de su cojera.
Un único fin: la guerra.
Pasado este duro trance, sus primeros siete años no diferían de los del resto de niños griegos, que eran educados en casa. Llegados a esa edad, se les separaba radicalmente de sus familias y comenzaba su educación para su único fin en la vida: la guerra. Hasta los 18 años no harían otra cosa que instruirse para ser los mejores soldados de Grecia. ‘Agogé’ se llamaba esta educación estatal instaurada por un legislador mítico, Licurgo.
Entre las enseñanzas que recibían, debían aprender de memoria estos versos: “Resiste mientras miras el rostro a la muerte cruenta / y alarga tu brazo hacia el enemigo mientras lo tienes cerca”. Esto es lo que recitaban en el campo de batalla, cuando además de todo su equipo de 32 kilos llevaban su famosa capa escarlata y sus no menos célebres melenas (como curiosidad, llevaban barba, pero no bigote). Esto último los separaba, como casi todo, del resto de los hombres griegos, que solían llevar el pelo corto. En el caso de Esparta, eran las mujeres las que se rapaban tras casarse, cosa que ellos hacían sobre los 25 años y ellas al final de la adolescencia.
Los dos reyes de Esparta
Otra de las curiosidades de los espartanos era su 'doble monarquía'. La explicación mitológica de la existencia de dos reyes tiene su miga. Las dos casas, los agíadas, a la que pertenecía Leónidas, y europóntidas, descendían de Perseo y, en séptima generación de Aristodemo, que fue quien llevó a su pueblo al Peloponeso. La mujer de éste, Argía, dio a luz a unos gemelos que se disputarían la sucesión. A la muerte del rey, se decidió nombrar al mayor como nuevo monarca, pero no había forma posible de distinguirlos. Sólo su madre podría. Ella, claro, sí sabía diferenciarlos, pero quería que los dos reinaran. Consultado el oráculo de Delfos, se decidió que consideraran reyes a ambos pero que honrasen más al primogénito. Para averiguar quién de los dos lo era, decidieron espiar a la madre. A quien alimentara y bañara primero por sistema sería el mayor. A este le llamaron Eurístenes, que sería el padre de Agis, origen de los agíadas, y al otro, Procles, progenitor de Euriponte, punto de partida de los euripóntidas. Se cuenta que cuando fueron mayores, los gemelos tuvieron muchas diferencias entre ellos, situación que se daría muy a menudo entre sus descendientes. De hecho, las dos casas reales tenían sus moradas, enterramientos y lugares de culto aparte y solían casarse solo entre ellos.
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Teatro de Esparta |
Mataban a los bebés débiles.
Busto de un hoplita (quizás Leonidas) |
Un único fin: la guerra.
Pasado este duro trance, sus primeros siete años no diferían de los del resto de niños griegos, que eran educados en casa. Llegados a esa edad, se les separaba radicalmente de sus familias y comenzaba su educación para su único fin en la vida: la guerra. Hasta los 18 años no harían otra cosa que instruirse para ser los mejores soldados de Grecia. ‘Agogé’ se llamaba esta educación estatal instaurada por un legislador mítico, Licurgo.
Leónidas en las Termópilas Jacques-Louis David, 1814. |
Los dos reyes de Esparta
Escultura de Leónidas I en Esparta inscrita con el célebre laconismo ΜΟΛΩΝ ΛΑΒΕ . |
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