DIOSES, MISTERIOS, ORÁCULOS... EL MÁS ALLÁ EN LA ANTIGUA GRECIA

Los griegos creían que los dioses influían en todos los aspectos de la existencia; en los cielos, sobre la tierra y en el inframundo.

Caroline Alexander en National Geographic
Estoy en el inframundo, entre tinieblas, a orillas de un lago negro. Pequeñas gotas de agua orlan la húmeda bóveda de piedra, para luego desaparecer en las profundidades con un constante y siniestro repiqueteo. Me encuentro a unos 800 metros de la entrada a la cueva de Alepotripa, que he dejado atrás después de recorrer un tortuoso sendero que atraviesa una caverna de 60 metros de altura con pasadizos abiertos en la piedra y ennegrecidos por el humo de fuegos inmemoriales.

La cueva, que se abre frente a la bahía de Diros, en el extremo más meridional de la Grecia continental, fue un lugar de enterramiento ritual utilizado por las poblaciones neolíticas durante tres milenios. Hasta que hace 3.000 años la en­trada se derrumbó y dejó enterrados a sus ocupantes. Bajo los escombros, y junto a enormes depósitos de piezas de cerámica rotas en actos rituales, se han hallado más de 170 esqueletos. Un lugar de muerte, un largo y tenebroso pasaje bajo la tierra, un lago subterráneo…

«Por favor, no digas que esto es el Hades –me dice, a medio camino entre el ruego y el consejo, Anastasia Papathanasiou, arqueóloga del Ministerio de Cultura de Grecia que supervisa la excavación–. Realmente no podemos decir eso.» Mientras ella y su equipo de excavación han estado trabajando con un rigor escrupuloso para analizar los hallazgos del que podría ser el yacimiento neolítico más importante de Europa, no han dejado de perseguirlos con titulares sensacionalistas del tipo «Descubierta una cueva con restos neolíticos que podría ser el Hades».

El Hades, «el invisible», es uno de los paisajes más famosos, pero que ningún ser vivo ha visto jamás. Su representación ha espoleado la imagi­nación colectiva de Occidente durante milenios, y es muy tentador –además de carente de todo respaldo científico– creer que también estaba presente en la imaginación de los pueblos neolíticos. También lo es buscar el origen del Hades mítico en lugares tan reales como Alepotripa. Sin embargo, los propios griegos atribuían la autoría del Hades a un poeta: Homero, quien en el siglo VIII a.C. cartografió para siempre el inframundo en la Odisea.

En su otro poema épico, la Ilíada, el venerado poeta se refiere al Hades –o más propiamente «la casa de Hades, rey de los infiernos»– como un lugar de «mansiones horrendas y tenebrosas que las mismas deidades aborrecen». Su entrada se sitúage en los confines de la Tierra, allende las aguas del Océano que la circundan, en un frondoso territorio próximo a los bosques de Perséfone, reina de los muertos, donde «una noche pernicio­sa se extiende» y tres ríos convergen. La literatura homérica da otros detalles más vagos. Están los tristes Campos de Asfódelos, una planta de flores blancas, donde las almas de los héroes vagan sin propósito. Uno de los tres ríos, el Éstige, el río del odio, es tan pavoroso que los mismos dioses realizan sus juramentos más solemnes sobre sus aguas. Evocado con profusión de detalles en la poesía y el arte antiguos, el Éstige ha quedado para la posteridad como la frontera del reino de los muertos. En algún lugar cercano a la orilla occidental del Océano homérico están los Campos Elíseos, donde «los hombres viven dichosamente, allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni lluvia», y a donde los mortales insignes pueden ser invitados tras la muerte.

Pero para los no tan insignes, para el común de los mortales, la vida de ultratumba era una sombría y triste eternidad carente de sentido. En el mundo homérico los muertos no son más que sombras (eidola, imágenes) de sus seres anteriores, espectros que se desvanecen como el humo. Gritan y gimen impotentes, van y vienen por el reino subterráneo del Hades. En la Odisea, Ulises se encuentra con las almas de los compañeros caídos en la guerra de Troya, y en su conversación con Aquiles, el héroe le dice: «No intentes consolarme de la muerte, [...] preferiría ser labrador y servir a otro, a un hombre indigente que tuviera poco caudal para mantenerse, a reinar sobre todos los muertos».

¿Qué sucede después de la muerte? Esta es una de las preguntas más trascendentes e imperecederas de la humanidad. Los griegos, al igual que los demás pueblos del pasado, recurrían a la religión en busca de respuestas. Pero su entusiasta interés por todos los aspectos de la condición humana los animó a ir más allá de las primeras respuestas que su religión les daba.

En la antigua Grecia, las tradiciones y los ritos religiosos sociales vinculaban estrechamente al ciudadano individual con su ciudad-estado, de manera que esos actos litúrgicos públicos y colectivos conformaban casi todos los aspectos de la vida de una persona. Los actuales visitantes del Partenón tal vez anhelen un momento de reflexión íntima lejos de las multitudes, pero los peregrinos de la Antigüedad probablemente se sentirían inquietos en un lugar silencioso y deshabitado.

Con el tiempo, las personas fueron buscando cada vez más respuestas a sus inquietudes individuales, además de las que afectaban a la comunidad. Esa búsqueda del significado de sus vidas, de una respuesta a su propio destino individual tras la muerte, dio pie a nuevas formas de religión: los Misterios, como se denominaban los cultos mistéricos, envueltos en el secretismo. Practicados en lugares como Eleusis o Samotracia, estos cultos, en los que solo podían participar los iniciados, atraían gente de todas partes del mundo antiguo, que acudían para complementar el culto comunitario con algo más personal.

Inicialmente los cultos mistéricos servían tanto para elevar la vida espiritual de los fieles como para dar respuesta a lo que sucede después de la muerte. Y esto dio paso a una mayor preocupación por la vida de ultratumba. A diferencia de las creencias de los egipcios o de otros pueblos antiguos, que sufrieron pocos cambios a lo largo de los siglos, la religión griega evolucionó desde la aceptación de un triste destino hacia la búsqueda de la salvación personal. El legado que nos transmitieron no es solamente la tenebrosa descripción del Hades, sino también el camino que siguieron para atravesar el río Éstige... Seguir leyendo ▼

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