Empezó a construirse en el año 16 a. C., impulsado por Marco Agripa, yerno y colaborador del emperador Augusto. La capital extremeña revive en estas ruinas todo el esplendor de Roma.
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Mosaico |
Algunos lugares viven unidos a su pasado. Es el caso de la extremeña Mérida, una ciudad blanca, luminosa y fácil de recorrer que atrae al visitante no tanto por estas cualidades, sino por el viaje en el tiempo que propone en Augusta Emerita, un sitio arqueológico declarado Patrimonio de la Humanidad que transporta al momento más glorioso de la antigua Hispania. Hasta su nombre tiene origen imperial. En el año 25 a. C. el legado Publio Carisio recibió del mismísimo emperador Octavio Augusto la orden de desmovilizar a los veteranos (emeriti) que habían luchado en el frente astur, para fundar con ellos una nueva colonia de retiro a orillas del Guadiana. Nacía así Augusta Emerita, la principal ciudad romana del sudoeste peninsular.
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Templo de Diana |
Los constructores de Augusta Emerita no repararon en esfuerzos. Destinada a ser capital de la nueva provincia de Lusitania, fue concebida como una esplendorosa urbe de 80 hectáreas de superficie, rodeada por una muralla con torreones de la que todavía quedan algunos tramos. Como en toda polis romana, el casco urbano estaba condicionado por dos grandes vías, el Cardo Máximo, orientado de norte a sur, y el Decumano, de este a oeste. El visitante deambula hoy por Mérida entre columnas, miliarios, mosaicos, trazos del foro y de algunos edificios. Uno de los que más impresiona es el templo de Diana, levantado donde estaba el foro y la confluencia del Cardo Maximo y el Decumano, que ha llegado a nuestros días casi intacto. El motivo es que en el siglo xv, una familia noble de la ciudad construyó su mansión palaciega incorporando lo que quedaba del viejo templo. Como resultado, hoy podemos contemplar la sorprendente imagen de un palacio renacentista entre un bosque de columnas corintias y en mitad de una encalada ciudad extremeña.
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Anfiteatro |
Pero sin duda la estrella de Augusta Emerita es el conjunto formado por el teatro y el anfiteatro. El primero estaba destinado a las artes escénicas y acogía espectáculos muy apreciados por las clases dirigentes, aunque no tan populares como las luchas de gladiadores que se realizaban en el anfiteatro. El teatro de Mérida empezó a construirse bajo el mandato del cónsul Marco Agripa el año 18 a. C., y se finalizó en tiempos de Adriano, en el año 135. Su refinado escenario constaba de dos pisos de estilo corintio, con trece metros de altura y siete pórticos, tres de ellos más profundos para disimular las puertas que comunicaban el escenario con los vestuarios.
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Teatro |
El viajero actual se maravilla ante la gigantesca cávea, enorme para ser un teatro «de provincias», con 87 metros de diámetro y gradas para 5.500 espectadores. De acústica excepcional, cada verano sirve de marco para el Festival de Mérida de teatro clásico. El anfiteatro quedaba separado del teatro por una avenida. Se terminó de construir el año 8 a. C, aprovechando también el relieve del cerro San Albín. De forma ovalada y aforo para 15.000 personas, ofrecía sangrientos combates entre fieras y gladiadores. A poca distancia aunque fuera de la muralla quedaba el circo, el mayor espacio lúdico de Augusta Emerita, con 400 metros de largo y casi 100 de ancho, y una capacidad para 30.000 espectadores.
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Puente romano sobre el Guadiana |
Siguiendo el perímetro de la muralla se llega a una de las primeras construcciones de la ciudad romana, y que aún hoy es el emblema emeritense: el puente sobre el Guadiana. El vado salva el río mediante una soberbia obra de ingeniería de 792 metros de largo reposada sobre 60 arcos, cuya solidez sigue impresionando. Para su ejecución fue necesario construir primero una isla artificial en el cauce, reforzada por un poderoso muro; los tajamares en forma de cuña impedían que las crecidas del Guadiana arremetieran contra los pilares maestros del puente.
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Museo Nacional de arte romano |
Para entender mejor la planimetría perfecta de esta ciudad clásica –admirada veinte siglos después– es imprescindible acercarse al Museo Nacional de Arte Romano, obra del arquitecto Rafael Moneo. Bajo un volumen con arcos de ladrillo rojo que recuerda a las antiguas termas, se custodian hallazgos de Augusta Emerita, desde esculturas a mosaicos, pasando por una maqueta de los primeros siglos de nuestra era. Un túnel del tiempo que permite comprobar lo bien organizada que estaba la vida en esta llanura extremeña hace dos mil años.
Concluye la visita, pero frente al museo reclama nuestra atención un establecimiento del que sale el aroma inconfundible del más afamado producto extremeño: el jamón ibérico. En sus anaqueles se amontonan las más codiciadas delicatessen del cerdo pata negra: chorizos, jamones y chacinas de las que tal vez ya tenían noticias los antiguos romanos.
Enlaces de interés
Turismo de Mérida
Museo Romano
Festival de Mérida
National Geographic
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