En la antigua Roma las burlas y chistes formaban parte del día a día de los ciudadanos, y no perdonaban a nadie. Los soldados eran especialmente dados a las pullas, incluso en momentos de gran solemnidad como los desfiles triunfales de los generales victoriosos en Roma.
Suele decirse que cada pueblo tiene un sentido del humor propio, que a veces
resulta difícil de comprender para los demás. En el caso de la antigua Roma, ese
sentido del humor reflejaba el carácter de lo que en sus orígenes fue un pueblo
de campesinos y soldados, y se caracterizaba por lo procaz y punzante. Este
humor cáustico, llamado a veces italum acetum o "vinagre itálico", constituye el
reverso de la imagen de respetabilidad y seriedad, llamada también gravedad o
gravitas, que los ciudadanos de la élite romana buscaban transmitir.
Tras la muerte de Plauto, el más popular de los comediógrafos romanos, se decía que la risa, el juego y la broma habían llorado juntos. Por sus obras desfilan los tipos sociales más comunes: el viejo libidinoso que compite con su hijo por una bella cortesana, la matrona romana que exhibe su prepotencia y su derroche, el esclavo inteligente y enredón en contraste con el parásito muerto de hambre, el soldado fanfarrón, el alcahuete despiadado que produce repugnancia o los banqueros avaros y codiciosos. Plauto aumentaba los defectos de cada personaje para provocar la risa, y para ello no dudaba en recurrir al lenguaje popular. "¡A casa de la muy perra es a donde iba, el muy golfo, corruptor de sus hijos, borracho, miserable!", prorrumpe una esposa engañada en La comedia de los asnos.
Mofa a los emperadores
Los emperadores tampoco se libraban de los apodos burlescos. Cuando Tiberio
era todavía un soldado se burlaban de él en el campamento haciendo un juego de
palabras con su nombre: Tiberio Claudio Nerón, que se transformaba en un jocoso
Biberio Caldio Merón, con el que se aludía a su condición de bebedor, al gusto
que tenían los romanos por el vino caliente (calidus) y a la no menor afición
por el vino puro, sin mezclar (merum).
Los soldados eran especialmente dados a las pullas, incluso en momentos de
gran solemnidad como los desfiles triunfales de los generales victoriosos en
Roma. Por ejemplo, en el triunfo que celebró en el año 46 a.C., Julio César tuvo
que aguantar las chanzas de sus soldados, que cantaban:"Ciudadanos, guardad a vuestras mujeres, traemos al adúltero calvo", aludiendo a la vida disoluta de su
general.
También circularon burlas sobre su acentuada calvicie y se hicieron
alusiones maliciosas a sus relaciones con el rey de Bitinia: "César sometió a
las Galias, Nicomedes a César", se decía, jugando con el doble sentido de
someter, "poner debajo". Todo ello no era sólo una forma de divertirse, sino
quizá también servía para evitar la excesiva soberbia del comandante victorioso.
En Roma, el chisme, la gracia y la burla estaban a la orden del día y en boca
de todos. Cicerón decía que nadie estaba a salvo del rumor en una ciudad tan
malediciente como Roma. Precisamente personas de la alta sociedad como el famoso
orador, que se suponían imbuidos de gravitas, practicaban el humor tanto en sus
discursos públicos como en su vida privada. En una ocasión en que Cicerón vio a
su yerno Léntulo, que era de baja estatura, con una gran espada ceñida exclamó:
"¿Quién ha atado a mi yerno a una espada?". A propósito de una matrona romana ya
entrada en años que aseguraba tener sólo treinta, comentó: "Es verdad, hace ya
veinte años que le oigo decir eso".
En uno de los muros de la villa de los Misterios, en Pompeya, se halló una caricatura con una inscripción en su parte superior: "Rufus est" (es Rufo). Se sabe que el dueño de la casa se llamaba Istacidio Rufo, por lo que se cree que alguien de la casa, tal vez un esclavo descontento, quiso burlarse así de un amo poco estimado.
El emperador Augusto también gozaba de un gran sentido del humor. Cuando el
cónsul Galba, que era jorobado, le dijo que le corrigiera si tenía algo que
reprocharle, Augusto le respondió que podía amonestarle, pero no "corregirle",
jugando con el doble sentido del verbo corrigere, que en latín significa
"corregir", pero también "enderezar o poner derecho".
Las bromas o insultos no siempre sentaban bien al destinatario. Sabemos que
un tal Cornelio Fido se echó a llorar en pleno Senado cuando otro le llamó
"avestruz depilado". En ocasiones reírse en público podía resultar peligroso. En
192 d.C., el historiador Dión Casio estaba en el Coliseo con otros colegas
senadores cuando el excéntrico emperador Cómodo, que actuaba en la arena, mató
un avestruz, le cortó la cabeza y se dirigió hacia ellos explicando mediante
gestos amenazadores que podían acabar igual que el ave. A los senadores la
situación les provocó tal hilaridad que estuvieron a punto de echarse a reír;
para evitarlo, Dión empezó a masticar hojas de laurel de su corona, gesto que
sus compañeros se apresuraron a imitar.
Bufones y enanos, cómicos de palacio
La corte imperial contaba con bufones y enanos para diversión del emperador.
Augusto y su círculo disfrutaban de las bromas de un bufón llamado Gaba.
Tiberio, por su parte, tenía un enano entre sus bufones. Domiciano asistía a los
espectáculos de gladiadores con un jovencito que tenía una cabeza pequeña y
monstruosa. Vestido de escarlata, se sentaba a los pies del emperador, con quien
hablaba tanto en broma como en serio. En época de Trajano las humoradas corrían
a cargo de un tal Capitolino que, según el poeta hispano Marcial, superaba a
Gaba en gracia.
Las mujeres también podían servir como bufones o ser objeto de burla. En una
de sus cartas, Séneca cita a una tal Harpaste, una sirvienta boba que le había
dejado en herencia su primera esposa. El filósofo, con gran humanidad, declara
que siente aversión a reírse de este tipo de personas deformes y añade que
cuando quiere divertirse se ríe de sí mismo.
El humor estaba presente en las conversaciones de la calle y de la
taberna, que no podemos escuchar pero de las que quedan rastros en los grafitis
de las paredes de Pompeya, llenos de bromas, insultos y caricaturas de personas
reales. Por ejemplo, los huéspedes descontentos de una pensión escribieron: "Nos
hemos meado en la cama. Lo confieso. Si preguntas por qué: no había orinal". En
Roma, cuando un tal Ventidio Baso pasó de arriero a las más altas magistraturas,
el pueblo se escandalizó y algunos escribieron por las calles de la ciudad los
siguientes versos: "¡Venid todos corriendo, augures, arúspices! Ha surgido un
portento inusitado: el que frotaba a los mulos, ha sido hecho cónsul".
Burlas en verso
Rastros del humor popular pueden verse quizás en algunos epigramas satíricos
de Marcial, que se burlaban de los defectos físicos y el carácter de sus
contemporáneos. En ellos primaba la brevedad y la agudeza de la parte final,
donde residía la gracia. El humor cáustico es evidente en estos ejemplos:
"Quinto ama a Tais". "¿A qué Tais?". "A Tais, la tuerta". "A Tais le falta un
ojo solo, a él los dos".
Pero tenemos que esperar al siglo V d.C. para encontrar un verdadero libro de
recopilación de chistes. Está escrito en griego y se titula Philogelos, "el
amante de la risa". Contiene 265 historias graciosas de muy variado tipo.
Algunas tienen como protagonistas a los abderitas (de Abdera, en el norte de
Grecia), que en la Antigüedad estaban considerados los tontos por antonomasia,
junto con los habitantes de Cumas, cerca de Nápoles. Otros los protagonizan
eunucos, falsos adivinos y personajes misóginos. Entre estos últimos se
encuentra uno que muestra que ciertas formas de humor son una constante de todas
las épocas. Un hombre estaba enterrando a su esposa y cuando alguien le
preguntó: "¿Quién descansa?", respondió: "Yo, que me he librado de ella".
Los chistes recogidos en el Philogelos muestran que, en la Antigüedad grecorromana, las chanzas alcanzaban a todas las profesiones y condiciones.
Uno que regresaba de un viaje preguntó a un falso adivino por su familia. Éste dijo: "Todos están bien, incluido tu padre". Al decirle: "Mi padre hace ya diez años que ha muerto", respondió: "No conoces a tu verdadero padre".
Un abderita viendo a un eunuco conversar con una mujer le preguntó si era su esposa. Cuando el eunuco le dijo que él no podía tener esposa, respondió: "Entonces es tu hija".
Uno al encontrarse con un intelectual dijo: "El esclavo que me vendiste ha muerto". "¡Por todos los dioses! –respondió–. Cuando estaba conmigo nunca hizo tal cosa".
2 Comentarios:
Hola
yo también traté el tema de la risa en la Antigüedad en mi blog y resulta muy curioso que continuemos riéndonos de chistes parecidos tras haber pasado miles de años.
http://mismentirasfavoritasdiego.blogspot.com/2016/05/los-chistes-antiguos-no-nos-hacen-gracia.html
Saludos
El humor no tiene edad. Los romanos siendo niños ya conocían el "testamento del cerdito Corocotta", historia que les hacía reír a carcajadas.
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