La conquista de las Galias llevó ocho años de guerra ininterrumpida. En el año 58 a.C., César, tras vencer en Lugdunum, derrotó a los helvecios en Bribacte, dirigiéndose hacia el Rin. En el 57 somete a las tribus belgas, fundamentalmente a los nervios. Un año después marcha sobre Bretaña y derrota a los vénetos, aplastando más tarde a los aquitanos. En el año 55 cruza el Rin por vez primera, desembarcando algo después en Britania. En el 52 los galos, acaudillados por Vercingétorix, vencen en Gergovia, aunque son derrotados en Avaricum. No obstante, el último obstáculo para César estaba en la ciudad de Alesia.
Alesia estaba construida en un lugar elevado y protegida por un muro. En su interior se instalaron Vercingetórix y sus 80.000 guerreros, mientras esperaba la ayuda de otros pueblos. Entre tanto, César estableció un sistema de asedio mediante fortificaciones en una doble línea: una exterior, impidiendo la salida de los asediados, y otra exterior, protegiendo las espaldas romanas. 70.000 hombres formaban su tropas, quienes tardaron cinco semanas en construir muros, fosos y fuertes.
A los sesenta días de asedio aparecen los refuerzos galos. 240.000 guerreros y 8.000 hombres a caballo atacan a los romanos, pero son rechazados. Una tentativa nocturna de los sitiados para salvar las defensas romanas terminó en fracaso. Más adelante, los galos atacaron en tres puntos al mismo tiempo, pero la resistencia romana acabó por forzar su dispersión. Finalmente, Vercingetórix decidió rendirse para salvar su ejército.
La caída de Alesia en el año 52 a.C. dejó a César expedito el camino de las Galias, finalmente conquistadas un año más tarde. César anexionó un territorio de más de medio millón de kilómetros cuadrados, con un escalofriante balance: 800 pueblos saqueados, un tercio de la población masculina muerta, otro tercio esclavizado y un gigantesco tributo de más de cuarenta millones de sestercios.
Tras su triunfo en las Galias, César se encontraba en la cumbre de su poder e influencia. Pero, entretanto, Roma se ahogaba con un lucha política irrespirable, con cruentas reyertas por el poder. En un intento de frenar la anarquía, el Senado elige a Pompeyo como único cónsul. Asustado por su creciente poder, el Senado conminó a César a licenciar sus legiones y a renunciar a su gobierno de las Galias. La negativa de César significaba el comienzo de la guerra con Pompeyo.
El 9 de enero del 49 César, procedente de las Galias, tomaba la grave decisión de cruzar el Rubicón, riachuelo que marcaba el límite de su jurisdicción. En poco tiempo conquista Roma y toda la península itálica. Pompeyo y parte de los senadores huyen a Grecia. César se dirige entonces a Hispania, venciendo a los partidarios de Pompeyo en Ilerda. Tras regresar a Roma, se encamina a Epiro donde, después de un primer revés en Dyrrhachium, se encaminó hacia Farsalia. Allí se producirá la gran batalla entre Pompeyo y César.
Pompeyo erigió su campamento entre el monte Dogandzis y el río Eunipeo. Formó después una línea de once legiones bastante completas, además de siete cohortes que dejó en el campamento y en la línea fortificada que iba de éste al río. A los flancos situó a las tropas auxiliares y, en su izquierda, a su impresionante caballería. En total, eran unos 66.000 hombres. César contaba con la mitad de efectivos, divididos en nueve legiones incompletas. A la izquierda situó a los auxiliares, mientras que en la derecha dejó a la caballería y a ocho cohortes ocultas.
La caballería de Pompeyo se lanzó sobre la de César. Éste respondió enviando a sus legiones hacia delante. Astutamente, la caballería cesariana se replegó a través de la línea de ocho cohortes, quienes cierran después filas formando una sola línea de combate. Detrás de ella se reagrupó la caballería de César. Mientras las ocho cohortes atacan a la caballería de Pompeyo, la de César toma posiciones en el flanco. El empuje de las cohortes de César obliga a la caballería enemiga a huir, atropellando a su propia infantería ligera. Simultáneamente, se produce el colapso de las legiones pompeyanas, que huyen hacia su campamento en completo desorden.
En tan sólo dos horas, César ha ganado la batalla y capturado a 20.000 prisioneros. Pompeyo huye a Egipto, adonde se dirige César en una persecución implacable.
Asesinado Pompeyo, prosiguen la contienda sus descendientes, siendo derrotados por César en Alejandría, Zela y Tapso. De vuelta a Roma, es nombrado dictador por diez años.
Aunque derrotados, los pompeyanos, llevados por los hijos de Pompeyo, aún tendrán fuerzas para plantear un último combate, esta vez en Hispania, donde eran más fuertes. El mismo César llegó a Hispania en el año 46 a.C. La batalla definitiva se produjo en los campos de Munda.
Los pompeyanos, dirigidos por Labieno, formaron a sus trece legiones con las espaldas protegidas por Munda y por su propio campamento. En total, disponían de 73.000 hombres, con las legiones en el centro y los auxiliares y la caballería a los lados. Enfrente, tras el arroyo de Cacherna, César dispuso a sus 41.000 hombres, con los flancos cubiertos por la infantería auxiliar y la caballería.
Cuando las tropas de César cruzaron el arroyo, ambas caballerías se enfrascaron en la batalla, mientras que las legiones V y III de César aguantaban a la desesperada. Entonces llegó el turno de la X, la mejor legión cesariana, quien amenazó con romper el ala derecha pompeyana. Labieno ordenó entonces a la última legión de su flanco derecho acudir en ayuda del izquierdo. Para cubrir el hueco, los auxiliares pompeyanos se desplazaron a su izquierda, dejando un espacio que fue aprovechado por la caballería de César para avanzar y atacar a la pompeyana, poniéndola en desbandada. La línea de los pompeyanos se había roto y la batalla estaba ya decidida. Los legionarios de César masacraron al enemigo, atrapado entre sus espadas y las lanzas de la caballería.
Unos 30.000 pompeyanos murieron en Munda. Los que pudieron huir se refugiaron en la misma Munda o en Córdoba, entre otras ciudades pompeyanas. César no tardó en tomarlas. Era el año 45 a.C. y César volvía nuevamente a Roma como vencedor de una guerra civil que había durado tres años.
Con César dueño de Roma, ahora debía enfrentarse a la difícil tarea de reordenar el Estado, un Estado que se debatía entre la república oligárquica y el gobierno totalitario. Tras ser investido con el título de dictador perpetuo, imperator y sumo sacerdote, emprendió diversas reformas políticas. En el año 44 a.C. Roma había acrecentado su hegemonía en el Mediterráneo gracias al control sobre las nuevas provincias incorporadas: la Galia, Africa Nova, Cirene, Creta, Bithinia-Pontus, Chipre y Siria.
En la cumbre de su poder, Marco Antonio le ofreció la diadema real, que César rechazó. Sin embargo, no dejó de gobernar como un soberano absoluto en un marco legalmente republicano, mostrando abiertamente su hostilidad hacia el Senado. Esta oposición, finalmente, le costaría la vida. El 15 de marzo del año 44 a.C., César es asesinado de 23 puñaladas por un grupo de senadores nobles, entre los que estaba su hijo adoptivo Bruto.
Con la muerte del personaje comienza la leyenda, una leyenda que habla de un magnífico estratega en el campo de batalla, el verdadero creador del ejército de época imperial y un excelente escritor. Además, sienta las bases del posterior Imperio romano, establecido por Augusto. La controversia rodea, sin embargo, a su obra política, aunque eso no empaña, desde luego, el aura de una de las más fascinantes personalidades de todos los tiempos.
Alesia estaba construida en un lugar elevado y protegida por un muro. En su interior se instalaron Vercingetórix y sus 80.000 guerreros, mientras esperaba la ayuda de otros pueblos. Entre tanto, César estableció un sistema de asedio mediante fortificaciones en una doble línea: una exterior, impidiendo la salida de los asediados, y otra exterior, protegiendo las espaldas romanas. 70.000 hombres formaban su tropas, quienes tardaron cinco semanas en construir muros, fosos y fuertes.
A los sesenta días de asedio aparecen los refuerzos galos. 240.000 guerreros y 8.000 hombres a caballo atacan a los romanos, pero son rechazados. Una tentativa nocturna de los sitiados para salvar las defensas romanas terminó en fracaso. Más adelante, los galos atacaron en tres puntos al mismo tiempo, pero la resistencia romana acabó por forzar su dispersión. Finalmente, Vercingetórix decidió rendirse para salvar su ejército.
La caída de Alesia en el año 52 a.C. dejó a César expedito el camino de las Galias, finalmente conquistadas un año más tarde. César anexionó un territorio de más de medio millón de kilómetros cuadrados, con un escalofriante balance: 800 pueblos saqueados, un tercio de la población masculina muerta, otro tercio esclavizado y un gigantesco tributo de más de cuarenta millones de sestercios.
Tras su triunfo en las Galias, César se encontraba en la cumbre de su poder e influencia. Pero, entretanto, Roma se ahogaba con un lucha política irrespirable, con cruentas reyertas por el poder. En un intento de frenar la anarquía, el Senado elige a Pompeyo como único cónsul. Asustado por su creciente poder, el Senado conminó a César a licenciar sus legiones y a renunciar a su gobierno de las Galias. La negativa de César significaba el comienzo de la guerra con Pompeyo.
El 9 de enero del 49 César, procedente de las Galias, tomaba la grave decisión de cruzar el Rubicón, riachuelo que marcaba el límite de su jurisdicción. En poco tiempo conquista Roma y toda la península itálica. Pompeyo y parte de los senadores huyen a Grecia. César se dirige entonces a Hispania, venciendo a los partidarios de Pompeyo en Ilerda. Tras regresar a Roma, se encamina a Epiro donde, después de un primer revés en Dyrrhachium, se encaminó hacia Farsalia. Allí se producirá la gran batalla entre Pompeyo y César.
Pompeyo erigió su campamento entre el monte Dogandzis y el río Eunipeo. Formó después una línea de once legiones bastante completas, además de siete cohortes que dejó en el campamento y en la línea fortificada que iba de éste al río. A los flancos situó a las tropas auxiliares y, en su izquierda, a su impresionante caballería. En total, eran unos 66.000 hombres. César contaba con la mitad de efectivos, divididos en nueve legiones incompletas. A la izquierda situó a los auxiliares, mientras que en la derecha dejó a la caballería y a ocho cohortes ocultas.
La caballería de Pompeyo se lanzó sobre la de César. Éste respondió enviando a sus legiones hacia delante. Astutamente, la caballería cesariana se replegó a través de la línea de ocho cohortes, quienes cierran después filas formando una sola línea de combate. Detrás de ella se reagrupó la caballería de César. Mientras las ocho cohortes atacan a la caballería de Pompeyo, la de César toma posiciones en el flanco. El empuje de las cohortes de César obliga a la caballería enemiga a huir, atropellando a su propia infantería ligera. Simultáneamente, se produce el colapso de las legiones pompeyanas, que huyen hacia su campamento en completo desorden.
En tan sólo dos horas, César ha ganado la batalla y capturado a 20.000 prisioneros. Pompeyo huye a Egipto, adonde se dirige César en una persecución implacable.
Asesinado Pompeyo, prosiguen la contienda sus descendientes, siendo derrotados por César en Alejandría, Zela y Tapso. De vuelta a Roma, es nombrado dictador por diez años.
Aunque derrotados, los pompeyanos, llevados por los hijos de Pompeyo, aún tendrán fuerzas para plantear un último combate, esta vez en Hispania, donde eran más fuertes. El mismo César llegó a Hispania en el año 46 a.C. La batalla definitiva se produjo en los campos de Munda.
Los pompeyanos, dirigidos por Labieno, formaron a sus trece legiones con las espaldas protegidas por Munda y por su propio campamento. En total, disponían de 73.000 hombres, con las legiones en el centro y los auxiliares y la caballería a los lados. Enfrente, tras el arroyo de Cacherna, César dispuso a sus 41.000 hombres, con los flancos cubiertos por la infantería auxiliar y la caballería.
Cuando las tropas de César cruzaron el arroyo, ambas caballerías se enfrascaron en la batalla, mientras que las legiones V y III de César aguantaban a la desesperada. Entonces llegó el turno de la X, la mejor legión cesariana, quien amenazó con romper el ala derecha pompeyana. Labieno ordenó entonces a la última legión de su flanco derecho acudir en ayuda del izquierdo. Para cubrir el hueco, los auxiliares pompeyanos se desplazaron a su izquierda, dejando un espacio que fue aprovechado por la caballería de César para avanzar y atacar a la pompeyana, poniéndola en desbandada. La línea de los pompeyanos se había roto y la batalla estaba ya decidida. Los legionarios de César masacraron al enemigo, atrapado entre sus espadas y las lanzas de la caballería.
Unos 30.000 pompeyanos murieron en Munda. Los que pudieron huir se refugiaron en la misma Munda o en Córdoba, entre otras ciudades pompeyanas. César no tardó en tomarlas. Era el año 45 a.C. y César volvía nuevamente a Roma como vencedor de una guerra civil que había durado tres años.
Con César dueño de Roma, ahora debía enfrentarse a la difícil tarea de reordenar el Estado, un Estado que se debatía entre la república oligárquica y el gobierno totalitario. Tras ser investido con el título de dictador perpetuo, imperator y sumo sacerdote, emprendió diversas reformas políticas. En el año 44 a.C. Roma había acrecentado su hegemonía en el Mediterráneo gracias al control sobre las nuevas provincias incorporadas: la Galia, Africa Nova, Cirene, Creta, Bithinia-Pontus, Chipre y Siria.
En la cumbre de su poder, Marco Antonio le ofreció la diadema real, que César rechazó. Sin embargo, no dejó de gobernar como un soberano absoluto en un marco legalmente republicano, mostrando abiertamente su hostilidad hacia el Senado. Esta oposición, finalmente, le costaría la vida. El 15 de marzo del año 44 a.C., César es asesinado de 23 puñaladas por un grupo de senadores nobles, entre los que estaba su hijo adoptivo Bruto.
Con la muerte del personaje comienza la leyenda, una leyenda que habla de un magnífico estratega en el campo de batalla, el verdadero creador del ejército de época imperial y un excelente escritor. Además, sienta las bases del posterior Imperio romano, establecido por Augusto. La controversia rodea, sin embargo, a su obra política, aunque eso no empaña, desde luego, el aura de una de las más fascinantes personalidades de todos los tiempos.
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