Julio César de Andrea del Sarto. 1520. |
Hay muy poca información sobre los primeros quince años de vida de Julio César. Curiosamente, Suetonio sólo nos habla de su temprana afición a la literatura; se decía que, siendo poco más que un niño, escribió un elogio de Hércules y una tragedia sobre Edipo, trabajos escolares, se supone, pero que anunciaban al futuro autor de la Guerra de las Galias y la Guerra civil. Ello sugiere que César recibió, como era obligado en los vástagos de las familias aristocráticas, una esmerada educación en las letras tanto latinas como griegas, primero en la casa familiar, a cargo de su madre, Aurelia, y luego con preceptores griegos y romanos.
Foro romano |
Al ponerse la toga viril, la carrera de César parecía perfectamente encauzada. Poseía ya todos los derechos de ciudadanía, incluido el derecho al voto y a presentarse como candidato a los cargos públicos. Además, poco antes, cuando aún llevaba la toga pretexta, se había casado –o simplemente prometido– con una joven llamada Cosucia, de rango social inferior al suyo –el padre de la joven pertenecía al orden ecuestre, de los «caballeros»–, pero con una gran fortuna, algo muy conveniente para lanzar la carrera de Cayo, dado el escaso patrimonio de su familia. Pero ese itinerario vital típico de un noble romano estuvo a punto de truncarse en sus mismos inicios a causa de la grave crisis política que vivía entonces la República romana.
El año en que nació César, el 100 a.C., Roma estaba dominada por Cayo Mario, el brillante general que había reorganizado el ejército y se había granjeado el apoyo del pueblo, convirtiéndose en cabeza del partido popular. Frente a él se alzaba la vieja aristocracia senatorial, los optimates, decididos a mantener el Estado bajo su único control. La tensión entre ambos bandos no hizo sino acentuarse durante los años de la infancia de César, hasta llegar a una ruptura abierta en 88 a.C., cuando fue elegido cónsul el líder de los optimates, Sila, general no menos destacado que Mario, de quien había sido colaborador. Arrancó así una guerra a muerte entre los partidarios de Mario y los de Sila que duró largos años, con alternancias en el dominio de unos y otros, mientras la ciudad de Roma quedaba sumida en un ambiente de terror.
Cayo Mario |
En el año 83 a.C., la situación política dio un vuelco. Concluida su campaña en Grecia y Asia Menor, Sila volvió a Italia dispuesto a tomarse cumplida venganza y a terminar con el partido de Mario y Cinna de una vez. Tras ocupar Roma y vencer a sus enemigos, se hizo elegir dictador con poderes ilimitados y desató el terror en Roma, disponiendo unas listas (proscripciones) de los «populares» más destacados, a los que condenaba a muerte y a la confiscación de sus bienes. En total fueron ejecutados y expropiados cuarenta senadores y 1.600 miembros de la clase ecuestre, principal cantera del partido de Mario.
En ese primer estallido de violencia represiva en Roma, César fue dejado en paz, quizá a causa de su juventud –tenía apenas 18 años– o de su cargo sacerdotal, que le impedía participar en la guerra e incluso ver un cadáver. Su familia tampoco era lo bastante rica como para que lo incluyeran en la lista de proscritos con la intención de confiscar sus propiedades. Pero César estaba casado con la hija de Cinna, y eso forzosamente tenía que ponerlo en el punto de mira de Sila. Finalmente, el dictador le exigió que repudiara a su esposa Cornelia, que acababa de dar a luz a una niña, Julia, para casarse con una sobrina suya. Sila había ordenado eso mismo a otros, como Pompeyo Magno, que se tuvo que divorciar de Antistia y casarse con la hijastra de Sila, Emilia Escaura (al final se casó con Julia, la hija de César). Pero César no era como los demás, y se negó. Como escribe Suetonio, Sila «no halló medio de obligarle a repudiar a su esposa». Sin duda, la fidelidad de Cayo a Cornelia tenía causas sentimentales; todo indica que era feliz con ella y que fue la mujer a la que amó más profundamente. Pero su actitud comportaba un desafío político al nuevo dueño de Roma y mostraba el orgullo, la determinación y el arrojo de aquel joven que se negaba a ingresar en la familia del temible dictador.
Reverso de un sestercio |
La situación no podía mantenerse largo tiempo. Fue la intervención de algunos de sus parientes, silanos influyentes –como su primo Cota y su amigo Lépido–, lo que logró aplacar a Sila. También su madre consiguió que las vestales (sacerdotisas guardianas del fuego de la diosa Vesta) intercedieran por él; al fin y al cabo, César era el flamen de Júpiter, aunque parece que en algún momento Sila le despojó de ese cargo. Finalmente, el dictador cedió y perdonó a aquel joven impetuoso y escurridizo, pese a que ya intuía su futuro protagonismo en el partido de los populares. Según Suetonio, Sila advirtió a quienes acudieron a él para que perdonara a César que «esa persona cuya salvación con tanta ansia deseaban algún día acarrearía la ruina al partido de los aristócratas; pues en César había muchos Marios». Aunque esta última frase quizá sea una recreación posterior, parece claro que por entonces César ya daba mucho que hablar en Roma. No sólo por su linaje, sus dotes intelectuales o su habilidad oratoria, sino, más aún, por su apariencia personal, sumamente elegante y a la vez excéntrica.
Mosaico de Mougga, Dionisos perseguido por los piratas |
Tras ser perdonado por Sila, César puso tierra de por medio y se alejó de Roma, a la que no volvería hasta la muerte del dictador, en el año 78 a.C. Gracias a sus influencias logró incorporarse al estado mayor del gobernador de la provincia de Asia (Asia Menor, en la actual Turquía). En esas tierras helenizadas su apariencia sofisticada causó mejor impresión que en Roma. Además, supo aprovechar su primera experiencia de mando y demostrar su valor y pericia; su participación en la toma de Mitilene (en la isla de Lesbos) le valió la concesión de la «corona cívica», la condecoración militar más valiosa. Al año siguiente luchó en Cilicia, al sur de Capadocia. Volvió a Roma convertido en un héroe de guerra, dispuesto a emprender una carrera de honores en la política para la que no contemplaba más que un objetivo: el poder absoluto.
Para saber más
- Julio César: el coloso de Roma. Richard Billows. Gredos, Barcelona, 2011.
- Vidas Paralelas: Alejandro y César. Plutarco. Gredos, Madrid, 2010.
- César. Las cenizas de la República. Gisbert Haefs. Edhasa, Barcelona, 2008.
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