Después de cubrirse de gloria en las guerras contra los vecinos de Roma, Coriolano no dudó en enfrentarse a sus compatriotas plebeyos y tomar las armas contra su propia ciudad.
De ninguna guerra regresó sin corona ni premio [...] iba ligando premios con premios y añadía despojos a despojos». Tal fue la fama que se granjeó Cayo Marcio desde su juventud, en una Roma que acababa de expulsar al último de sus reyes, Tarquinio el Soberbio, y que estaba enzarzada en constantes luchas con los pueblos vecinos. Perteneciente a un ilustre linaje, que entroncaba precisamente con uno de aquellos reyes, Cayo destacó desde su infancia por sus inclinaciones guerreras y gracias a un intenso entrenamiento adquirió una «robustez invencible», al decir de Plutarco. A la cabeza de sus clientes, los individuos de menor rango con quienes los patricios establecían una relación de patrocinio, combatió primero en las guerras contra el último rey de Roma, Tarquinio, que intentaba reconquistar el trono, y luego frente a los volscos, auruncos y sabinos, que disputaban a Roma el dominio sobre el centro de Italia.
De estas campañas, la que le dio máxima celebridad fue la conquista de Coríolos, o Corioli, la ciudad más importante del pueblo volsco, al sur de Roma. El cónsul Cominio había puesto sitio a la ciudad, pero la llegada de refuerzos volscos lo obligó a marchar él mismo a su encuentro, dejando al frente del cerco sólo a una parte de sus tropas. Envalentonados, los coriolanos hicieron una salida para provocar a los romanos a luchar y avanzaron hasta llegar al campamento romano. Pero cuando mayor era el desconcierto de sus compatriotas, Cayo Marcio reaccionó con furia.
En palabras de Tito Livio, Marcio «no sólo rechazó el ataque de los que salieron bruscamente, sino que tuvo la osadía de penetrar por la puerta abierta en la zona cercana de la ciudad y, después de sembrar la muerte, encontró fuego casualmente y lo lanzó sobre los edificios que dominaban las murallas». Los volscos vieron el fuego y pensaron que los romanos habían tomado la ciudad. Dejaron de luchar momentáneamente, lo que dio tiempo a los compañeros de Marcio a organizar un ataque y tomarla de verdad. Esta hazaña le valió a Cayo Marcio su apodo: Coriolano.
Marcio retornó a Roma como triunfador, entre los aplausos de los senadores y de los patricios de la ciudad, y aún más de las dos mujeres con las que convivía diariamente: su madre, Veturia, por la que sentía auténtica veneración, y su esposa Velumnia. Pero no todos los romanos veían sus gestas con buenos ojos. De hecho, en esos años Roma vivía una grave crisis social, un conflicto entre los patricios, las grandes familias que dominaban la ciudad desde el Senado, y los plebeyos, la masa de la población, en su mayoría formada por campesinos. Los privilegios políticos y económicos de los primeros resultaban cada vez más gravosos para los plebeyos, quienes eran conscientes de que su fuerza era tan imprescindible para la supervivencia de Roma como la de los aristócratas, pues eran ellos quienes formaban el grueso de las tropas de infantería que dirigían los generales patricios en las numerosas guerras que jalonaron la historia de la República romana.
En 494 a.C., poco antes de la campaña de Marcio contra Corioli, estalló la crisis. Los plebeyos se amotinaron y al año siguiente decidieron abandonar el ejército y retirarse con sus familias al monte Aventino, con el propósito de fundar allí una nueva ciudad plebeya. La «secesión», como se llamó a este boicot, hizo que los patricios, alarmados, accedieran a las demandas de los plebeyos y les dieron derecho a elegir a sus propios magistrados, los llamados «tribunos de la plebe», encargados de defender los derechos de los plebeyos ante el gobierno. En este conflicto, Coriolano abogó en todo momento por seguir una línea dura e instó a los patricios a rechazar todas las demandas de los plebeyos. Cuando volvió de Corioli mantuvo la misma actitud, y los plebeyos se lo hicieron pagar. Según Plutarco, en 491 a.C. se presentó a las elecciones a cónsul, pero fue derrotado por culpa de la oposición de los tribunos y de una votación bastante dudosa. Coriolano nunca olvidó la humillación que se le había infligido.
Hacia 490 a.C. se produjo una grave crisis alimentaria en Roma, con una gran carestía de grano. Cuando, ante las revueltas de los plebeyos, la República consiguió una partida de grano y se dispuso a repartirla a un precio por debajo del de mercado, Coriolano pronunció un discurso muy duro contra esta medida, según recoge Tito Livio: «Si quieren el antiguo precio del grano, que devuelvan al Senado sus antiguos derechos. ¿Por qué tengo yo que ver a unos plebeyos de magistrados?». Las palabras de Coriolano, aunque no fueron compartidas por la mayoría en el Senado, más dado a contemporizar con los plebeyos, exaltaron más los ánimos contra él. Poco después, Coriolano fue acusado por los tribunos de traición y malversación de fondos. Haciendo gala de todo su orgullo de patricio, el general renunció a defenderse y marchó voluntariamente al exilio.
El antiguo héroe eligió como destino el país de los volscos, sus enemigos, y se presentó en casa de su más acérrimo rival, Ato Tulo Anfidio, para pedirle refugio. Éste se lo concedió con gusto y lo presentó a su pueblo como líder militar. No tardó en surgir un pretexto para la guerra entre romanos y volscos. Habiendo acudido a Roma con sus compatriotas con motivo de unas fiestas, Tulo Aufidio difundió el rumor de que los volscos iban a atacar las puertas para conquistar la ciudad. Los romanos, alarmados, los expulsaron de Roma, una afrenta que Anfidio decidió vengar. El jefe volsco y el propio Coriolano fueron nombrados generales en jefe, y en pocas semanas conquistaron todas las poblaciones situadas al sur de Roma, incluida Corioli. Al final, los volscos acamparon a escasa distancia de Roma. Coriolano dio orden de arrasar las tierras propiedad de los plebeyos y de que no se tocaran las de los patricios, con el propósito tanto de beneficiar a sus iguales como de azuzar las disensiones civiles en la ciudad.
En Roma, los plebeyos se negaron a continuar la guerra, por lo que el Senado romano decidió enviar una embajada para pedir un tratado de paz justo y solicitar particularmente a Coriolano que mediara en favor de su patria. A la primera embajada de los senadores, Coriolano les exigió que Roma devolviese todos los territorios conquistados a los volscos. Cuando el Senado envió otra embajada, esta vez constituida por sacerdotes, Coriolano se negó a recibirla. Todo indicaba que el destino de Roma sería el de ser conquistada y arrasada por los volscos, pero entonces las mujeres casadas de Roma intentaron un último acto desesperado y convencieron a la madre y a la esposa de Coriolano para que todas acudieran al campamento volsco a suplicar a Coriolano por la ciudad, acompañadas por los dos hijos pequeños del exiliado.
Según cuenta Tito Livio, esta vez Coriolano accedió a saludar a su madre, pero ésta le negó el abrazo filial y le dijo: «Antes de recibir tu abrazo, deja que me entere de si me acerco a un enemigo o a un hijo, si soy una prisionera o una madre en tu campamento». Según la versión recogida por los historiadores antiguos, la reprimenda de su madre y la lastimosa visión de su mujer y sus hijos, avergonzados de su marido y padre, hicieron que Coriolano decidiese levantar el campamento. Los romanos, agradecidos, erigieron fuera de la muralla de la ciudad un templo a la «Fortuna femenina», Fortuna Muliebris.
Hay disparidad en las fuentes sobre lo que fue luego de Coriolano. Plutarco y Dionisio de Halicarnaso dicen que fue asesinado por los volscos, indignados porque se les había escamoteado la conquista de Roma, cuando parecía ya en sus manos. Tito Livio, en cambio, recoge la versión de un historiador del siglo III a.C., Fabio Píctor, quien afirmaba que Coriolano había muerto de viejo en el exilio. Dada la antigüedad de la fuente, su versión es la más probable.
Para saber más
Vidas paralelas. Vol. III. Plutarco. Gredos, Madrid, 2006.
Roma: la novela de la antigua Roma. Steven Saylor. La Esfera de los Libros, Madrid, 2009.
National Geographic
De ninguna guerra regresó sin corona ni premio [...] iba ligando premios con premios y añadía despojos a despojos». Tal fue la fama que se granjeó Cayo Marcio desde su juventud, en una Roma que acababa de expulsar al último de sus reyes, Tarquinio el Soberbio, y que estaba enzarzada en constantes luchas con los pueblos vecinos. Perteneciente a un ilustre linaje, que entroncaba precisamente con uno de aquellos reyes, Cayo destacó desde su infancia por sus inclinaciones guerreras y gracias a un intenso entrenamiento adquirió una «robustez invencible», al decir de Plutarco. A la cabeza de sus clientes, los individuos de menor rango con quienes los patricios establecían una relación de patrocinio, combatió primero en las guerras contra el último rey de Roma, Tarquinio, que intentaba reconquistar el trono, y luego frente a los volscos, auruncos y sabinos, que disputaban a Roma el dominio sobre el centro de Italia.
De estas campañas, la que le dio máxima celebridad fue la conquista de Coríolos, o Corioli, la ciudad más importante del pueblo volsco, al sur de Roma. El cónsul Cominio había puesto sitio a la ciudad, pero la llegada de refuerzos volscos lo obligó a marchar él mismo a su encuentro, dejando al frente del cerco sólo a una parte de sus tropas. Envalentonados, los coriolanos hicieron una salida para provocar a los romanos a luchar y avanzaron hasta llegar al campamento romano. Pero cuando mayor era el desconcierto de sus compatriotas, Cayo Marcio reaccionó con furia.
En palabras de Tito Livio, Marcio «no sólo rechazó el ataque de los que salieron bruscamente, sino que tuvo la osadía de penetrar por la puerta abierta en la zona cercana de la ciudad y, después de sembrar la muerte, encontró fuego casualmente y lo lanzó sobre los edificios que dominaban las murallas». Los volscos vieron el fuego y pensaron que los romanos habían tomado la ciudad. Dejaron de luchar momentáneamente, lo que dio tiempo a los compañeros de Marcio a organizar un ataque y tomarla de verdad. Esta hazaña le valió a Cayo Marcio su apodo: Coriolano.
Marcio retornó a Roma como triunfador, entre los aplausos de los senadores y de los patricios de la ciudad, y aún más de las dos mujeres con las que convivía diariamente: su madre, Veturia, por la que sentía auténtica veneración, y su esposa Velumnia. Pero no todos los romanos veían sus gestas con buenos ojos. De hecho, en esos años Roma vivía una grave crisis social, un conflicto entre los patricios, las grandes familias que dominaban la ciudad desde el Senado, y los plebeyos, la masa de la población, en su mayoría formada por campesinos. Los privilegios políticos y económicos de los primeros resultaban cada vez más gravosos para los plebeyos, quienes eran conscientes de que su fuerza era tan imprescindible para la supervivencia de Roma como la de los aristócratas, pues eran ellos quienes formaban el grueso de las tropas de infantería que dirigían los generales patricios en las numerosas guerras que jalonaron la historia de la República romana.
En 494 a.C., poco antes de la campaña de Marcio contra Corioli, estalló la crisis. Los plebeyos se amotinaron y al año siguiente decidieron abandonar el ejército y retirarse con sus familias al monte Aventino, con el propósito de fundar allí una nueva ciudad plebeya. La «secesión», como se llamó a este boicot, hizo que los patricios, alarmados, accedieran a las demandas de los plebeyos y les dieron derecho a elegir a sus propios magistrados, los llamados «tribunos de la plebe», encargados de defender los derechos de los plebeyos ante el gobierno. En este conflicto, Coriolano abogó en todo momento por seguir una línea dura e instó a los patricios a rechazar todas las demandas de los plebeyos. Cuando volvió de Corioli mantuvo la misma actitud, y los plebeyos se lo hicieron pagar. Según Plutarco, en 491 a.C. se presentó a las elecciones a cónsul, pero fue derrotado por culpa de la oposición de los tribunos y de una votación bastante dudosa. Coriolano nunca olvidó la humillación que se le había infligido.
Hacia 490 a.C. se produjo una grave crisis alimentaria en Roma, con una gran carestía de grano. Cuando, ante las revueltas de los plebeyos, la República consiguió una partida de grano y se dispuso a repartirla a un precio por debajo del de mercado, Coriolano pronunció un discurso muy duro contra esta medida, según recoge Tito Livio: «Si quieren el antiguo precio del grano, que devuelvan al Senado sus antiguos derechos. ¿Por qué tengo yo que ver a unos plebeyos de magistrados?». Las palabras de Coriolano, aunque no fueron compartidas por la mayoría en el Senado, más dado a contemporizar con los plebeyos, exaltaron más los ánimos contra él. Poco después, Coriolano fue acusado por los tribunos de traición y malversación de fondos. Haciendo gala de todo su orgullo de patricio, el general renunció a defenderse y marchó voluntariamente al exilio.
El antiguo héroe eligió como destino el país de los volscos, sus enemigos, y se presentó en casa de su más acérrimo rival, Ato Tulo Anfidio, para pedirle refugio. Éste se lo concedió con gusto y lo presentó a su pueblo como líder militar. No tardó en surgir un pretexto para la guerra entre romanos y volscos. Habiendo acudido a Roma con sus compatriotas con motivo de unas fiestas, Tulo Aufidio difundió el rumor de que los volscos iban a atacar las puertas para conquistar la ciudad. Los romanos, alarmados, los expulsaron de Roma, una afrenta que Anfidio decidió vengar. El jefe volsco y el propio Coriolano fueron nombrados generales en jefe, y en pocas semanas conquistaron todas las poblaciones situadas al sur de Roma, incluida Corioli. Al final, los volscos acamparon a escasa distancia de Roma. Coriolano dio orden de arrasar las tierras propiedad de los plebeyos y de que no se tocaran las de los patricios, con el propósito tanto de beneficiar a sus iguales como de azuzar las disensiones civiles en la ciudad.
En Roma, los plebeyos se negaron a continuar la guerra, por lo que el Senado romano decidió enviar una embajada para pedir un tratado de paz justo y solicitar particularmente a Coriolano que mediara en favor de su patria. A la primera embajada de los senadores, Coriolano les exigió que Roma devolviese todos los territorios conquistados a los volscos. Cuando el Senado envió otra embajada, esta vez constituida por sacerdotes, Coriolano se negó a recibirla. Todo indicaba que el destino de Roma sería el de ser conquistada y arrasada por los volscos, pero entonces las mujeres casadas de Roma intentaron un último acto desesperado y convencieron a la madre y a la esposa de Coriolano para que todas acudieran al campamento volsco a suplicar a Coriolano por la ciudad, acompañadas por los dos hijos pequeños del exiliado.
Según cuenta Tito Livio, esta vez Coriolano accedió a saludar a su madre, pero ésta le negó el abrazo filial y le dijo: «Antes de recibir tu abrazo, deja que me entere de si me acerco a un enemigo o a un hijo, si soy una prisionera o una madre en tu campamento». Según la versión recogida por los historiadores antiguos, la reprimenda de su madre y la lastimosa visión de su mujer y sus hijos, avergonzados de su marido y padre, hicieron que Coriolano decidiese levantar el campamento. Los romanos, agradecidos, erigieron fuera de la muralla de la ciudad un templo a la «Fortuna femenina», Fortuna Muliebris.
Hay disparidad en las fuentes sobre lo que fue luego de Coriolano. Plutarco y Dionisio de Halicarnaso dicen que fue asesinado por los volscos, indignados porque se les había escamoteado la conquista de Roma, cuando parecía ya en sus manos. Tito Livio, en cambio, recoge la versión de un historiador del siglo III a.C., Fabio Píctor, quien afirmaba que Coriolano había muerto de viejo en el exilio. Dada la antigüedad de la fuente, su versión es la más probable.
Para saber más
Vidas paralelas. Vol. III. Plutarco. Gredos, Madrid, 2006.
Roma: la novela de la antigua Roma. Steven Saylor. La Esfera de los Libros, Madrid, 2009.
National Geographic
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