«Oh, diosa Vesta. He permanecido estos siete años pura y casta, siempre fiel a ti, cuidando de que el fuego de tu templo no se extinga».
La voz de una joven y dulce sacerdotisa romana retumba en la inmensidad del Anfiteatro de Itálica. Porta una tea y ropajes amplios y blancos que resaltan su figura en medio de la noche, haciéndola competir con una luna que asoma en lo alto curioseando la escena. A su alrededor, decenas de velas colocadas estratégicamente perfilan las hechuras del hito capital del conjunto arqueológico, levemente mecidas por el sofocante aire que insufla la noche agosteña. Itálica no duerme en agosto ni en septiembre; se erige en antídoto contra la atonía cultural y el calor, proporcionando un viaje único de noche por la historia de Roma, que es también la nuestra.
Un viaje en el tiempo por un yacimiento situado a sólo seis kilómetros de Sevilla y a un tiro de piedra de Santiponce, la localidad sobre la que, curiosamente, reposan las raíces más añejas de aquella urbe que fundara Publio Cornelio Escipión el año 226 a.C. Porque lo que se visita y conocemos como Itálica no es sino la «Nova Urbs», la ciudad nueva que ampliara en el siglo II de nuestra era uno de los emperadores allí nacidos: Adriano (el otro, anterior, fue Trajano).
Pero da igual. No siempre tiene uno la oportunidad de encontrarse con los restos de una ciudad de 2.000 años de historia a la luz de las velas y, encima, con guía. Ello es posible este mes y el que viene merced a la voluntad de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía (gestor del yacimiento) y la empresa Espiral Patrimonio, que por tercer año han renovado una iniciativa titulada «Itálica despierta», que permite recorrer partes claves de la vieja ciudad romana en un horario fuera de lo normal, a las 22:00 y a las 23:00 horas, en grupos de máximo 50 personas.
«Mamá, ¿y los leones?»
Es la pregunta de los niños, engreídos por sus padres en que, al llegar al Anfiteatro, deberán estar atentos por si surgen de sus entrañas los fieros animales como en la Antigüedad. Y claro, se quedan con las ganas, porque leones no salen, pero sí actores que puntualmente ayudan a la guía a mantener ese plus de interés que suele perderse tras dos minutos de charla.
La pregunta de los mayores es por qué no hay más iluminación durante el trayecto. En efecto, este singular periplo italicense sortea de entrada el Anfiteatro para dirigir los pasos del público hacia la zona de las «domus», donde se hace parada en las casas de los Pájaros y en la del Planetario. El trayecto obliga a caminar por buena parte de la irregular calzada romana sin más iluminación que la que buenamente ofrecen los guardas que acompañan al grupo con sus linteras.
«Cuidado con los tobillos», advierte Auxi, la guía, nada más empezar. Y apostilla: «Tampoco se puede fumar ni comer», y ruega que los móviles se dejen en silencio para que nada empañe la magia de nuestra cita con la historia. Una magia que comienza cuando se asciende hacia la zona urbanizada de Itálica y los cipreses presumen de silueta espigada. Los ojos, no obstante, apenas pueden levantarse al cielo so pena de acabar con un esguince. Las losas que conforman la calzada romana, así con todo, tienen un soberano encanto. En ellas se baña la luna y hace extender sus perfiles como una alfombra que nos allana ese paso brusco del siglo XXI, el del Facebook y el iPhone, al II. Salto que damos en apenas unos minutos.
Paramos en una «tabernae» y saluda un panadero llamado Lucio Flavio. Es la ocasión para explicar qué era un plebeyo y el porqué del éxito de esas tiendas y bares que se instalaban en los soportales de las grandes «domus».
Unos metros más arriba, subimos en la escala social al conocer a Claudia Maximiano, una patricia que nos hace de anfitriona por los 1.700 metros cuadrados de su humilde morada. Y con el cuerpo ambientado, tomamos el Anfiteatro, una mole arquitectónica iluminada eléctricamente con gusto (es decir, nada de fogonazos, luz suave anarajanda) que, para las visitas, recibe el complemento de una veintena de velas a ras de suelo que dibujan las aristas del foso. Allí nos aguarda un esclavo, otra excusa para explicar quién ocupaba el eslabón más bajo de la sociedad; y acto seguido aparece la vestal o sacerdotisa aludida al comienzo de estas líneas, dando pie a arrojar unas nociones sobre la importancia de la religión en Roma.
«Mamá, ¿y los leones?», pregunta por enésima vez el niño a su madre, cansado y con sueño. No da tiempo a responderle cuando aparece, desde la grada de pudientes, Lucio Emporium, el edil de Itálica, invitando al respetable a disfrutar con unos juegos «como nunca se han visto en Itálica», con más de cien gladiadores y numerosas bestias. «El edil era como el alcalde y usaba los juegos para su propaganda electoral», explica la guía. «Nada, que no hemos cambiado para según qué cosas», es el comentario generalizado. Y ni rastro de las bestias.
En su lugar aparece primero una vendedora de frutas, después un entrenador de gladiadores y, como colofón, dos acomodadores que insisten en lo de los leones y las sangrientas luchas. Para colmo, la guía habla de que en Itálica se dieron las primeras tauromaquias, porque por estos pagos, ya se sabe, había y hay mucho toro. Para entonces el chaval de marras está derrotado. No lo está la niña de al lado, que hace tragar saliva a su madre al preguntarle el más difícil todavía: «Mami, ¿tenían algo que ver los romanos con la Biblia?». Respuesta: «Sí, pero luego en casa te lo cuento».
Para visitar Itálica de noche
Publicado por Felipe Villegas / ABC Sevilla
La voz de una joven y dulce sacerdotisa romana retumba en la inmensidad del Anfiteatro de Itálica. Porta una tea y ropajes amplios y blancos que resaltan su figura en medio de la noche, haciéndola competir con una luna que asoma en lo alto curioseando la escena. A su alrededor, decenas de velas colocadas estratégicamente perfilan las hechuras del hito capital del conjunto arqueológico, levemente mecidas por el sofocante aire que insufla la noche agosteña. Itálica no duerme en agosto ni en septiembre; se erige en antídoto contra la atonía cultural y el calor, proporcionando un viaje único de noche por la historia de Roma, que es también la nuestra.
Un viaje en el tiempo por un yacimiento situado a sólo seis kilómetros de Sevilla y a un tiro de piedra de Santiponce, la localidad sobre la que, curiosamente, reposan las raíces más añejas de aquella urbe que fundara Publio Cornelio Escipión el año 226 a.C. Porque lo que se visita y conocemos como Itálica no es sino la «Nova Urbs», la ciudad nueva que ampliara en el siglo II de nuestra era uno de los emperadores allí nacidos: Adriano (el otro, anterior, fue Trajano).
Pero da igual. No siempre tiene uno la oportunidad de encontrarse con los restos de una ciudad de 2.000 años de historia a la luz de las velas y, encima, con guía. Ello es posible este mes y el que viene merced a la voluntad de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía (gestor del yacimiento) y la empresa Espiral Patrimonio, que por tercer año han renovado una iniciativa titulada «Itálica despierta», que permite recorrer partes claves de la vieja ciudad romana en un horario fuera de lo normal, a las 22:00 y a las 23:00 horas, en grupos de máximo 50 personas.
«Mamá, ¿y los leones?»
Es la pregunta de los niños, engreídos por sus padres en que, al llegar al Anfiteatro, deberán estar atentos por si surgen de sus entrañas los fieros animales como en la Antigüedad. Y claro, se quedan con las ganas, porque leones no salen, pero sí actores que puntualmente ayudan a la guía a mantener ese plus de interés que suele perderse tras dos minutos de charla.
La pregunta de los mayores es por qué no hay más iluminación durante el trayecto. En efecto, este singular periplo italicense sortea de entrada el Anfiteatro para dirigir los pasos del público hacia la zona de las «domus», donde se hace parada en las casas de los Pájaros y en la del Planetario. El trayecto obliga a caminar por buena parte de la irregular calzada romana sin más iluminación que la que buenamente ofrecen los guardas que acompañan al grupo con sus linteras.
«Cuidado con los tobillos», advierte Auxi, la guía, nada más empezar. Y apostilla: «Tampoco se puede fumar ni comer», y ruega que los móviles se dejen en silencio para que nada empañe la magia de nuestra cita con la historia. Una magia que comienza cuando se asciende hacia la zona urbanizada de Itálica y los cipreses presumen de silueta espigada. Los ojos, no obstante, apenas pueden levantarse al cielo so pena de acabar con un esguince. Las losas que conforman la calzada romana, así con todo, tienen un soberano encanto. En ellas se baña la luna y hace extender sus perfiles como una alfombra que nos allana ese paso brusco del siglo XXI, el del Facebook y el iPhone, al II. Salto que damos en apenas unos minutos.
Paramos en una «tabernae» y saluda un panadero llamado Lucio Flavio. Es la ocasión para explicar qué era un plebeyo y el porqué del éxito de esas tiendas y bares que se instalaban en los soportales de las grandes «domus».
Unos metros más arriba, subimos en la escala social al conocer a Claudia Maximiano, una patricia que nos hace de anfitriona por los 1.700 metros cuadrados de su humilde morada. Y con el cuerpo ambientado, tomamos el Anfiteatro, una mole arquitectónica iluminada eléctricamente con gusto (es decir, nada de fogonazos, luz suave anarajanda) que, para las visitas, recibe el complemento de una veintena de velas a ras de suelo que dibujan las aristas del foso. Allí nos aguarda un esclavo, otra excusa para explicar quién ocupaba el eslabón más bajo de la sociedad; y acto seguido aparece la vestal o sacerdotisa aludida al comienzo de estas líneas, dando pie a arrojar unas nociones sobre la importancia de la religión en Roma.
«Mamá, ¿y los leones?», pregunta por enésima vez el niño a su madre, cansado y con sueño. No da tiempo a responderle cuando aparece, desde la grada de pudientes, Lucio Emporium, el edil de Itálica, invitando al respetable a disfrutar con unos juegos «como nunca se han visto en Itálica», con más de cien gladiadores y numerosas bestias. «El edil era como el alcalde y usaba los juegos para su propaganda electoral», explica la guía. «Nada, que no hemos cambiado para según qué cosas», es el comentario generalizado. Y ni rastro de las bestias.
En su lugar aparece primero una vendedora de frutas, después un entrenador de gladiadores y, como colofón, dos acomodadores que insisten en lo de los leones y las sangrientas luchas. Para colmo, la guía habla de que en Itálica se dieron las primeras tauromaquias, porque por estos pagos, ya se sabe, había y hay mucho toro. Para entonces el chaval de marras está derrotado. No lo está la niña de al lado, que hace tragar saliva a su madre al preguntarle el más difícil todavía: «Mami, ¿tenían algo que ver los romanos con la Biblia?». Respuesta: «Sí, pero luego en casa te lo cuento».
Para visitar Itálica de noche
HORARIO: El mes de agosto, las visitas son los martes, miércoles y jueves en dos pases, uno a las 22:00 y el siguiente a las 23:00 horas. En septiembre, las visitas serán de martes a sábado a las 21:00 y las 22:00 horas. RESERVAS: Es preciso reservar con antelación a través del portal «www.italicadespierta.es». No se compran en la taquilla de Itálica. El coste de una entrada es de 4 euros. MÁS INFORMACIÓN: «info@espiralpatrimonio.com» o en el 628 007 162. |
Publicado por Felipe Villegas / ABC Sevilla
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