En el año 218 a.C., los romanos desembarcon en la península Ibérica. Los belicosos iberos se vieron forzados a luchar por su independencia o a someterse al implacable poder de Roma.
Asedios sangrientos, desastres militares y la entrega de rehenes doblegaron el espíritu de independencia de los pueblos iberos, forzándolos a someterse al irresistible poder de las legiones romanas.
A finales del verano del año 218 a.C. arribaba a la colonia griega de Ampurias una enorme flota romana, compuesta por sesenta naves «largas», esto es, quinquerremes. A bordo iban dos legiones: unos 10.000 soldados de infantería y 700 de caballería, todos al mando de Cneo Cornelio Escipión, un experimentado aristócrata romano. Su propósito era combatir las fuerzas cartaginesas que Aníbal había dejado en la Península al emprender la marcha hacia los Alpes e invadir Italia, lo que marcó el inicio de la segunda guerra púnica. Pero Escipión no sólo hubo de enfrentarse a las tropas púnicas, sino que enseguida debió dedicar sus esfuerzos a obtener la alianza de los pueblos indígenas que habitaban la región.
En efecto, el nordeste de la península Ibérica estaba ocupado por un mosaico de pueblos, denominados «iberos» por los geógrafos griegos a causa de su proximidad al río Iber (Ebro). Tenían un origen y unos rasgos culturales comunes, pero estaban muy fragmentados, y existían entre ellos grandes diferencias en cuanto a tamaño, riqueza y agresividad. Los más «civilizados» eran los que estaban próximos a las colonias griegas de Rodas y Ampurias, como los indiketas y los bargusios. Los más agrestes eran los montañeses de la zona de Berga, los bergistanos, y los que habitaban las estribaciones pirenaicas: los yacetanos (Jaca), arenosios (valle de Arán), andosinos (Andorra) y ceretanos (Cerdaña). Entre los pueblos del interior, los más poderosos eran los ilergetes, que ocupaban un amplio territorio comprendido entre los ríos Segre y Gállego. Luego estaban los pueblos asentados en la zona de lo que hoy son las provincias de Barcelona (ausetanos, layetanos) y Tarragona (cesetanos).
El paso del formidable ejército de Aníbal por la región había conseguido que todos estos pueblos (a excepción de los bargusios) se pusieran de parte de los cartagineses, por interés o por temor. Cneo Escipión, por tanto, se propuso ganar a estas poblaciones para su causa. Según el historiador Polibio, Cneo empleó para ello una mezcla de fuerza y persuasión. Tito Livio comenta que, al volver al noreste, Escipión recibió a embajadores de todos los pueblos que vivían al norte del Ebro y «de muchos de los confines más remotos de Hispania», y que más de ciento veinte de ellos se sometieron a Roma entregando rehenes.
En cambio, los ilergetes, al mando de sus reyes Indíbil y Mandonio, se rebelaron y atacaron a los nuevos aliados de los romanos hasta que éstos acabaron dispersándolos en una escaramuza. Cneo estableció sus cuarteles de invierno en la ciudad de Tarragona, a donde en el año 217 a.C. llegó su hermano Publio Escipión, con ocho mil hombres y treinta naves. Los dos Escipiones fueron rechazando hacia el sur a los cartagineses -Asdrúbal marchó a África para acabar con una rebelión de los númidas-, mientras intentaban ganar la amistad de los pueblos indígenas. En 214 a.C., los romanos decidieron poner fin a la guerra en Hispania.
Para expulsar a los cartagineses de la Península se reforzaron con la incorporación a sus filas de más de veinte mil mercenarios celtíberos. Pero cometieron el error de querer abarcar toda Hispania y separaron sus fuerzas para atacar a los dos contingentes principales enemigos. Errores tácticos y el cambio de bando de los mercenarios celtíberos provocaron un total descalabro para los romanos: sus dos generales murieron -Publio en Cástulo (Linares) y Cneo en Ilorci (lugar que no ha sido localizado)-, su ejército fue prácticamente aniquilado y perdieron todo lo conseguido en tierras iberas. Fue en 212 a.C., seis años después del desembarco de Cneo en Ampurias.
Tras el desastre, Roma envió al año siguiente a enderezar la situación en Iberia a Publio Cornelio Escipión, un joven de veinticuatro años, hijo del Publio muerto en Cástulo. Nombrado procónsul, Publio llegó a Ampurias con 10.000 infantes y 1.000 jinetes y una flota de quinquerremes. Sin perder tiempo, llevó sus tropas a los cuarteles de Tarragona. Su llegada tuvo un efecto inmediato entre las poblaciones indígenas, que vieron al general romano como un dios.
Posteriormente, Marco Porcio Catón, uno de los dos cónsules de Roma, convocó a los líderes de todas las comunidades que aún oponían resistencia, y trató de convencerlos de que el desarme era por su bien; como vio que no se avenían de buen grado obligó a todas las ciudades a derribar sus murallas en un día determinado, el mismo para todos. Así consiguió pacificar definitivamente la provincia y volvió a Roma, donde se le concedió un «triunfo».
Asedios sangrientos, desastres militares y la entrega de rehenes doblegaron el espíritu de independencia de los pueblos iberos, forzándolos a someterse al irresistible poder de las legiones romanas.
A finales del verano del año 218 a.C. arribaba a la colonia griega de Ampurias una enorme flota romana, compuesta por sesenta naves «largas», esto es, quinquerremes. A bordo iban dos legiones: unos 10.000 soldados de infantería y 700 de caballería, todos al mando de Cneo Cornelio Escipión, un experimentado aristócrata romano. Su propósito era combatir las fuerzas cartaginesas que Aníbal había dejado en la Península al emprender la marcha hacia los Alpes e invadir Italia, lo que marcó el inicio de la segunda guerra púnica. Pero Escipión no sólo hubo de enfrentarse a las tropas púnicas, sino que enseguida debió dedicar sus esfuerzos a obtener la alianza de los pueblos indígenas que habitaban la región.
En efecto, el nordeste de la península Ibérica estaba ocupado por un mosaico de pueblos, denominados «iberos» por los geógrafos griegos a causa de su proximidad al río Iber (Ebro). Tenían un origen y unos rasgos culturales comunes, pero estaban muy fragmentados, y existían entre ellos grandes diferencias en cuanto a tamaño, riqueza y agresividad. Los más «civilizados» eran los que estaban próximos a las colonias griegas de Rodas y Ampurias, como los indiketas y los bargusios. Los más agrestes eran los montañeses de la zona de Berga, los bergistanos, y los que habitaban las estribaciones pirenaicas: los yacetanos (Jaca), arenosios (valle de Arán), andosinos (Andorra) y ceretanos (Cerdaña). Entre los pueblos del interior, los más poderosos eran los ilergetes, que ocupaban un amplio territorio comprendido entre los ríos Segre y Gállego. Luego estaban los pueblos asentados en la zona de lo que hoy son las provincias de Barcelona (ausetanos, layetanos) y Tarragona (cesetanos).
El paso del formidable ejército de Aníbal por la región había conseguido que todos estos pueblos (a excepción de los bargusios) se pusieran de parte de los cartagineses, por interés o por temor. Cneo Escipión, por tanto, se propuso ganar a estas poblaciones para su causa. Según el historiador Polibio, Cneo empleó para ello una mezcla de fuerza y persuasión. Tito Livio comenta que, al volver al noreste, Escipión recibió a embajadores de todos los pueblos que vivían al norte del Ebro y «de muchos de los confines más remotos de Hispania», y que más de ciento veinte de ellos se sometieron a Roma entregando rehenes.
En cambio, los ilergetes, al mando de sus reyes Indíbil y Mandonio, se rebelaron y atacaron a los nuevos aliados de los romanos hasta que éstos acabaron dispersándolos en una escaramuza. Cneo estableció sus cuarteles de invierno en la ciudad de Tarragona, a donde en el año 217 a.C. llegó su hermano Publio Escipión, con ocho mil hombres y treinta naves. Los dos Escipiones fueron rechazando hacia el sur a los cartagineses -Asdrúbal marchó a África para acabar con una rebelión de los númidas-, mientras intentaban ganar la amistad de los pueblos indígenas. En 214 a.C., los romanos decidieron poner fin a la guerra en Hispania.
Para expulsar a los cartagineses de la Península se reforzaron con la incorporación a sus filas de más de veinte mil mercenarios celtíberos. Pero cometieron el error de querer abarcar toda Hispania y separaron sus fuerzas para atacar a los dos contingentes principales enemigos. Errores tácticos y el cambio de bando de los mercenarios celtíberos provocaron un total descalabro para los romanos: sus dos generales murieron -Publio en Cástulo (Linares) y Cneo en Ilorci (lugar que no ha sido localizado)-, su ejército fue prácticamente aniquilado y perdieron todo lo conseguido en tierras iberas. Fue en 212 a.C., seis años después del desembarco de Cneo en Ampurias.
Tras el desastre, Roma envió al año siguiente a enderezar la situación en Iberia a Publio Cornelio Escipión, un joven de veinticuatro años, hijo del Publio muerto en Cástulo. Nombrado procónsul, Publio llegó a Ampurias con 10.000 infantes y 1.000 jinetes y una flota de quinquerremes. Sin perder tiempo, llevó sus tropas a los cuarteles de Tarragona. Su llegada tuvo un efecto inmediato entre las poblaciones indígenas, que vieron al general romano como un dios.
Posteriormente, Marco Porcio Catón, uno de los dos cónsules de Roma, convocó a los líderes de todas las comunidades que aún oponían resistencia, y trató de convencerlos de que el desarme era por su bien; como vio que no se avenían de buen grado obligó a todas las ciudades a derribar sus murallas en un día determinado, el mismo para todos. Así consiguió pacificar definitivamente la provincia y volvió a Roma, donde se le concedió un «triunfo».
Historia National Geographic
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