El 22 de junio de 109 se inauguraron unas termas en Roma. Eran las más grandes y majestuosas levantadas hasta entonces, y se convirtieron en el emblema del esplendor de la capital bajo el emperador Trajano.
El 22 de junio del año 109, el emperador Trajano inauguró unas nuevas termas en Roma. Sus cúpulas, sus amplias estancias y su sofisticado sistema de caldeamiento ilustran el desarrollo de la ingeniería romana y el esplendor arquitectónico de la capital.
En los antiguos tiempos de la República, los romanos no eran muy exigentes con la higiene personal. En sus casas tenían apenas pequeños cuartos de baño (lavatrinae) en los que se lavaban cada día los brazos y, una vez cada nueve días, las piernas y el cuerpo entero; así al menos lo aseguraba el político y escritor Catón.
Fue únicamente a principios del siglo II a.C., por influencia de los griegos, cuando los romanos adquirieron la refinada costumbre de bañarse a diario, lo que trajo consigo la necesidad de construir espacios apropiados, dotados de agua caliente.
De esta forma se construyeron en Roma cientos de baños (balnea), establecimientos privados y poco lujosos por lo general. Fue a finales del siglo I a.C. cuando empezaron a construirse también baños públicos de mayores dimensiones que los balnea, llamados termas (thermae), que brindaban gratuitamente numerosos atractivos para el entretenimiento y la salud de los ciudadanos: además de las saunas y piscinas para el baño, las instalaciones contaban con palestras, bibliotecas, pórticos y jardines, caracterizados por la grandiosa envergadura de los espacios y la suntuosidad de su decoración.
Las primeras grandes termas públicas de Roma fueron construidas por Marco Agripa a finales del siglo I a.C. Se hallaban en el Campo de Marte, cerca del Panteón, un gran templo que Agripa había levantado en honor del emperador Augusto y en el que se exaltaba la dinastía del soberano. Décadas más tarde, en 62 d.C., Nerón erigió un nuevo establecimiento termal.
Unos años después, un incendio devastó el Campo de Marte y dañó gravemente ambas termas, lo que obligó al emperador Domiciano a ordenar su restauración. Mientras tanto, en el monte Oppio, el hermano de Domiciano, Tito, habilitó para el público las termas de la residencia imperial de Nerón, la Domus Aurea. Pero en el año 104, dos décadas después de su inauguración, las termas de Tito y los últimos reductos de la Domus Aurea ardieron en otro incendio. Sobre los restos de estos edificios, Marco Ulpio Trajano, emperador desde el año 98, erigió unos grandiosos y modernos baños, los primeros en los que quedó definida la organización de las termas imperiales, según un modelo que siguieron Caracalla y Diocleciano.
Estas termas fueron una obra muy innovadora por su decoración, por la distribución de los espacios internos y por la ubicación del complejo en una perspectiva urbana muy estudiada. Los logros arquitectónicos que en ellas se alcanzaron fueron posibles gracias a nuevos conocimientos técnicos, experimentados durante décadas anteriores en Asia Menor y el Próximo Oriente. Las termas constituyeron una etapa fundamental en la remodelación de la capital. Su localización en el monte Oppio proveyó de un complejo para el ocio a los vecinos del barrio más poblado y popular de Roma, la Suburra, que se extendía a sus pies y trepaba por las laderas de otras dos colinas cercanas, el Quirinal y el Viminal. La construcción de los baños requirió un extraordinario esfuerzo de ingeniería.
Las termas de Trajano estuvieron en uso hasta finales del siglo IV, cuando fueron ampliadas y decoradas por Julio Félix Campaniano, prefecto de Roma. Quedaron definitivamente abandonadas tras un incendio ocurrido en el siglo IX.
El 22 de junio del año 109, el emperador Trajano inauguró unas nuevas termas en Roma. Sus cúpulas, sus amplias estancias y su sofisticado sistema de caldeamiento ilustran el desarrollo de la ingeniería romana y el esplendor arquitectónico de la capital.
En los antiguos tiempos de la República, los romanos no eran muy exigentes con la higiene personal. En sus casas tenían apenas pequeños cuartos de baño (lavatrinae) en los que se lavaban cada día los brazos y, una vez cada nueve días, las piernas y el cuerpo entero; así al menos lo aseguraba el político y escritor Catón.
Fue únicamente a principios del siglo II a.C., por influencia de los griegos, cuando los romanos adquirieron la refinada costumbre de bañarse a diario, lo que trajo consigo la necesidad de construir espacios apropiados, dotados de agua caliente.
De esta forma se construyeron en Roma cientos de baños (balnea), establecimientos privados y poco lujosos por lo general. Fue a finales del siglo I a.C. cuando empezaron a construirse también baños públicos de mayores dimensiones que los balnea, llamados termas (thermae), que brindaban gratuitamente numerosos atractivos para el entretenimiento y la salud de los ciudadanos: además de las saunas y piscinas para el baño, las instalaciones contaban con palestras, bibliotecas, pórticos y jardines, caracterizados por la grandiosa envergadura de los espacios y la suntuosidad de su decoración.
Las primeras grandes termas públicas de Roma fueron construidas por Marco Agripa a finales del siglo I a.C. Se hallaban en el Campo de Marte, cerca del Panteón, un gran templo que Agripa había levantado en honor del emperador Augusto y en el que se exaltaba la dinastía del soberano. Décadas más tarde, en 62 d.C., Nerón erigió un nuevo establecimiento termal.
Unos años después, un incendio devastó el Campo de Marte y dañó gravemente ambas termas, lo que obligó al emperador Domiciano a ordenar su restauración. Mientras tanto, en el monte Oppio, el hermano de Domiciano, Tito, habilitó para el público las termas de la residencia imperial de Nerón, la Domus Aurea. Pero en el año 104, dos décadas después de su inauguración, las termas de Tito y los últimos reductos de la Domus Aurea ardieron en otro incendio. Sobre los restos de estos edificios, Marco Ulpio Trajano, emperador desde el año 98, erigió unos grandiosos y modernos baños, los primeros en los que quedó definida la organización de las termas imperiales, según un modelo que siguieron Caracalla y Diocleciano.
Estas termas fueron una obra muy innovadora por su decoración, por la distribución de los espacios internos y por la ubicación del complejo en una perspectiva urbana muy estudiada. Los logros arquitectónicos que en ellas se alcanzaron fueron posibles gracias a nuevos conocimientos técnicos, experimentados durante décadas anteriores en Asia Menor y el Próximo Oriente. Las termas constituyeron una etapa fundamental en la remodelación de la capital. Su localización en el monte Oppio proveyó de un complejo para el ocio a los vecinos del barrio más poblado y popular de Roma, la Suburra, que se extendía a sus pies y trepaba por las laderas de otras dos colinas cercanas, el Quirinal y el Viminal. La construcción de los baños requirió un extraordinario esfuerzo de ingeniería.
Las termas de Trajano estuvieron en uso hasta finales del siglo IV, cuando fueron ampliadas y decoradas por Julio Félix Campaniano, prefecto de Roma. Quedaron definitivamente abandonadas tras un incendio ocurrido en el siglo IX.
Historia National Geographic
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