En latín el término feriae (feriae-feriarum, f.pl) designa los días de fiesta; se trataba, por lo general, de días o periodos durante los cuales los romanos de condición libre suspendían sus trabajos o sus negocios y no podían ser convocados a las asambleas de ciudadanos para votar leyes ni elegir magistrados; además no funcionaba el tribunal de justicia y se debían evitar los enfrentamientos y las peleas; durante la república hasta los esclavos debían disfrutar de un tiempo libre en estos días, según escribe Cicerón en De legibus II.8.12:
“Feriis iurgia <a> movento, easque in famulis operibus patratis habento, idque ut ita cadat in annuis anfractibus descriptum esto.”
(Apártense los litigios durante las ferias, y que estas, hechas las faenas, se tengan con los esclavos. Y así esté descrito, para que caiga de ese modo en las vueltas anuales).
Muchos de los dies feriati (feriae) estaban dedicados a alguna divinidad, aunque tambien encontramos fiestas como la vindemialia o las feriae aestivae que no parecen haber tenido ninguna conexión directa con la adoración de los dioses. Probablemente por este origen religioso eran considerados días nefasti (no hábiles) por oposición a los días fasti, es decir a los días laborables en los que el pretor administraba justicia...
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Es muy probable que en su origen tuvieran un carácter religioso, pero a finales de la República y en el Imperio eso era un vago recuerdo. Lo cierto es que el trabajo estaba prohibido por las leyes civiles y religiosas. Si un ciudadano era sorprendido trabajando en una de estas feriae, era obligado a pagar una multa. El pontífice Scaevola, al ser preguntado sobre qué tipos de trabajos podrían hacerse en un dia feriatus, contestó que “podría hacerse cualquier trabajo, si por causa de negligencia o retraso se produce cualquier sufrimiento o herida , p.ej., si un buey se cae en un hoyo, el propietario podría emplear a trabajadores para sacarlo; o si una casa amenaza con caerse, los habitantes podrían tomar medidas para prevenir su caída, sin contaminar el feriae” (Macrob l.c. y III.3). En el calendario estaban señalados con una N, mientras que los restantes días estaban señalados con la F.
Habitualmente estas “fiestas” se nombraban mediante el sustantivo feriae o ludi seguido de un adjetivo que hacía referencia al motivo de la celebración o a la divinidad a la que estaba consagradas; ej. las Feriae Matronales dedicadas a Juno Lucina, la diosa del parto o los Ludi Apollinares en honor de Apolo. También era frecuente el empleo de la forma del adjetivo neutro plural sustantivada, p.ej. las Saturnalia o fiestas de Saturno o las Matronalia, antes citadas.
De forma muy similar a nuestro calendario podían distinguirse tres tipos de feriae publicae (esto es, fiestas que afectan a todos los ciudadanos, por oposición a feriae privatae,que son las fiestas celebradas en el ámbito familiar y que afectaban únicamente a los miembros de la familia y sus allegados y a los trabajadores y esclavos:
Aunque en los primeros siglos de Roma el total de días feriati señalados en el calendario no llegaba a sesenta, durante la segunda mitad de la república y el imperio el número fue aumentando hasta triplicar esta cifra, pues tanto los magistrados como el emperador crearon muchas nuevas fiestas que llevaban aparejadas la organización de espectáculos públicos con los que los magistrados intentaban captar el voto de los ciudadanos y los emperadores entretener al pueblo; así fueron surgiendo las fiestas en honor de Ceres, protectora del Pueblo, llamada fiesta de la Cerealia, establecidas hacia el 220 a. C., las fiestas en honor de Apolo celebradas desde el 212 a. C. o las consagradas a la Gran Madre Frigia (Magna Mater Idaea) que se celebraron desde el 204 a. C.
En la época de la República tardía en un sólo mes se crearon dos nuevas fiestas que celebraron la victoria de Sila en la puerta de Colline en el 82 a.C. (Sullae Ludi Victoriae ) y la victoria de César en Farsalia en el 48 aC (Genetricis Ludi Veneris). Con la llegada de los emperadores se declararon festivos el cumpleaños del emperador, el día de su subida al poder, el aniversario de más victorias notables e incluso un día para agradecer el haber escapado de un intento de asesinato. El resultado fue tal profusión de fiestas que el poeta satírico Juvenal escribió “el pueblo que en otro tiempo concedía el poder, las fasces, las legiones, todo, ahora, venido a menos, sólo dos cosas pide con ansiosa avidez: pan y juegos (panem et circenses)”.
La duración de estos períodos de fiesta era variable, aunque en general tendió a aumentar (entre seis y dieciseis días), debido tanto al gusto por la diversión como a la excesiva escrupulosidad con que se llevaban los distintos ritos religiosos, que no permitía el menor fallo u olvido, ya que, de producirse, los magistrados correspondientes exigían la instauratio, es decir, la repetición de la ceremonia.
El o los dies feriati había un programa más o menos establecido que solía comenzar con una gran procesión y terminar con un sacrificio. También era costumbre la celebración de un banquete (epulum) en honor de los dioses, que asístían de manera simbólica a través de sus imágenes y atributos; las mujeres podían participar comiendo generalmente sentadas y no reclinadas como los varones. De hecho existían dos tipos de banquetes: los lectisternia, en los que se comía reclinado (lectum sternere) y sellisternia en los que comía sentado (sellis sternere). De acuerdo con la mitología los primeros lectisternia se remontan a los inicios de la República a un episodio narrado por Valerio Máximo, la historia de un sabino llamado Valesio,[Valerio], que durante tres noches consecutivas celebró con sacrificios, juegos y un lectisternium la curación de sus tres hijos, la cual él atribuía a los dioses del inframundo:
“… hostias nigras… immolavit ludosque et lectisternia continuis tribus noctibus, quia totidem filii periculo liberati erant, fecit.” (Factorum et dictorum memorabilium II.4.5).
Sin embargo Tito Livio escribe que el primer lectisternio celebrado en Roma tuvo lugar en el año 399 a.C. con la finalidad de aplacar una epidemia de peste:
“Duumviri sacris faciundis, lectisternio tunc primum in urbe Romana facto, per dies octo Apollinem Latonamque et Dianam, Herculem, Mercurium atque Neptunum tribus quam amplissime tum apparari poterat stratis lectis placauere.” (Ab urbe condita V, 13).
Era habitual que además se ofreciera algún espectáculo del gusto del pueblo: carreras de carros, representaciones teatrales, caza de animales traídos de lugares exóticos, combates de gladiadores, naumaquías, y otros espectáculos cada vez más crueles. Son los “juegos” (ludi), cuyo origen se remonta al año 509 a. C., en el que se celebraron los primeros ludi (ludi magni romani). Instituidos en honor de Júpiter Óptimo Máximo, tuvieron su origen en el cumplimiento de la promesa de dedicar un tempo al dios hecha por un general en el momento de entrar en combate. Inicialmente se trató de una fiesta extraordinaria de un día de duración, pero en el 366 a.C., ya se había convertido en un evento anual y se había incorporado al calendario en el mes de septiembre con una duración de cuatro días.
Aunque los romanos, como antes los griegos, los llamaron “juegos” nunca fueron lo mismo para unos y otros. En Grecia eran una celebración de la unidad entre las ciudades; en Roma sólo eran una muestra de despilfarro y un entretenimiento que apartó al pueblo de las preocupaciones políticas.
“Feriis iurgia <a> movento, easque in famulis operibus patratis habento, idque ut ita cadat in annuis anfractibus descriptum esto.”
(Apártense los litigios durante las ferias, y que estas, hechas las faenas, se tengan con los esclavos. Y así esté descrito, para que caiga de ese modo en las vueltas anuales).
Muchos de los dies feriati (feriae) estaban dedicados a alguna divinidad, aunque tambien encontramos fiestas como la vindemialia o las feriae aestivae que no parecen haber tenido ninguna conexión directa con la adoración de los dioses. Probablemente por este origen religioso eran considerados días nefasti (no hábiles) por oposición a los días fasti, es decir a los días laborables en los que el pretor administraba justicia...
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Es muy probable que en su origen tuvieran un carácter religioso, pero a finales de la República y en el Imperio eso era un vago recuerdo. Lo cierto es que el trabajo estaba prohibido por las leyes civiles y religiosas. Si un ciudadano era sorprendido trabajando en una de estas feriae, era obligado a pagar una multa. El pontífice Scaevola, al ser preguntado sobre qué tipos de trabajos podrían hacerse en un dia feriatus, contestó que “podría hacerse cualquier trabajo, si por causa de negligencia o retraso se produce cualquier sufrimiento o herida , p.ej., si un buey se cae en un hoyo, el propietario podría emplear a trabajadores para sacarlo; o si una casa amenaza con caerse, los habitantes podrían tomar medidas para prevenir su caída, sin contaminar el feriae” (Macrob l.c. y III.3). En el calendario estaban señalados con una N, mientras que los restantes días estaban señalados con la F.
Habitualmente estas “fiestas” se nombraban mediante el sustantivo feriae o ludi seguido de un adjetivo que hacía referencia al motivo de la celebración o a la divinidad a la que estaba consagradas; ej. las Feriae Matronales dedicadas a Juno Lucina, la diosa del parto o los Ludi Apollinares en honor de Apolo. También era frecuente el empleo de la forma del adjetivo neutro plural sustantivada, p.ej. las Saturnalia o fiestas de Saturno o las Matronalia, antes citadas.
De forma muy similar a nuestro calendario podían distinguirse tres tipos de feriae publicae (esto es, fiestas que afectan a todos los ciudadanos, por oposición a feriae privatae,que son las fiestas celebradas en el ámbito familiar y que afectaban únicamente a los miembros de la familia y sus allegados y a los trabajadores y esclavos:
- Fiestas fijas (feriae statuae o stativae) que se celebraban un día concreto, p.ej. las Lupercalia, que comenzaba el 15 de febrero, o las Saturnalia que lo hacían el 17 de diciembre.
- Fiestas movibles (feriae conceptivae) que no se celebraban todos los años en el mismo día sino que las fijaba cada año la autoridad competente; un ejemplo de este tipo son las feriae latinae, una fiesta anual en honor de Júpiter Latiaro que tenía lugar en el monte Albano y cuya fecha de celebración era decidida cada año por los cónsules entrantes durante la reunión que el Senado convocaba en el templo de Júpiter Óptimo Máximo. Las ceremonias religiosas llevadas a cabo en este tipo de feriae eran tan importantes que, “si alguna de las formas o de los ritos acostumbrados había sido descuidado, los cónsules tenían el derecho de proponer al senado o al colegio de pontífices que se repitiera la celebración” (Liv. Ab urbe condita XXII.1, XLI.16). Este rigor se extendió posteriormente a todas las feriae publicae.
- Fiestas extraordinarios (feriae imperativae) que se celebraban excepcionalmente bajo el mandato de algunos cónsules, pretores, o de un dictador. La obra de Tito Livio registra muchas feriae imperativae que fueron creados para pedir a los dioses que apartasen los peligros que los prodigios extraordinarios parecían presagiar (Ab urbe condita I 31, III.5, VII.28, XXXV.40, XLII.3); pero también encontramos otras feriae que festejaban las grandes victorias bélicas (Polib. XXI.1). El número de días de duración dependía de la importancia del acontecimiento que era el motivo de la celebración o de la gravedad del infortunio anunciado en el presagio, por ejemplo, siempre que caía “una lluvia de piedras”, la cólera de los dioses era apaciguada con un sacrificio “que dura nueve días” (sacro novemdiale, Tito Livio, Ab urbe condita I 31).
Aunque en los primeros siglos de Roma el total de días feriati señalados en el calendario no llegaba a sesenta, durante la segunda mitad de la república y el imperio el número fue aumentando hasta triplicar esta cifra, pues tanto los magistrados como el emperador crearon muchas nuevas fiestas que llevaban aparejadas la organización de espectáculos públicos con los que los magistrados intentaban captar el voto de los ciudadanos y los emperadores entretener al pueblo; así fueron surgiendo las fiestas en honor de Ceres, protectora del Pueblo, llamada fiesta de la Cerealia, establecidas hacia el 220 a. C., las fiestas en honor de Apolo celebradas desde el 212 a. C. o las consagradas a la Gran Madre Frigia (Magna Mater Idaea) que se celebraron desde el 204 a. C.
En la época de la República tardía en un sólo mes se crearon dos nuevas fiestas que celebraron la victoria de Sila en la puerta de Colline en el 82 a.C. (Sullae Ludi Victoriae ) y la victoria de César en Farsalia en el 48 aC (Genetricis Ludi Veneris). Con la llegada de los emperadores se declararon festivos el cumpleaños del emperador, el día de su subida al poder, el aniversario de más victorias notables e incluso un día para agradecer el haber escapado de un intento de asesinato. El resultado fue tal profusión de fiestas que el poeta satírico Juvenal escribió “el pueblo que en otro tiempo concedía el poder, las fasces, las legiones, todo, ahora, venido a menos, sólo dos cosas pide con ansiosa avidez: pan y juegos (panem et circenses)”.
La duración de estos períodos de fiesta era variable, aunque en general tendió a aumentar (entre seis y dieciseis días), debido tanto al gusto por la diversión como a la excesiva escrupulosidad con que se llevaban los distintos ritos religiosos, que no permitía el menor fallo u olvido, ya que, de producirse, los magistrados correspondientes exigían la instauratio, es decir, la repetición de la ceremonia.
El o los dies feriati había un programa más o menos establecido que solía comenzar con una gran procesión y terminar con un sacrificio. También era costumbre la celebración de un banquete (epulum) en honor de los dioses, que asístían de manera simbólica a través de sus imágenes y atributos; las mujeres podían participar comiendo generalmente sentadas y no reclinadas como los varones. De hecho existían dos tipos de banquetes: los lectisternia, en los que se comía reclinado (lectum sternere) y sellisternia en los que comía sentado (sellis sternere). De acuerdo con la mitología los primeros lectisternia se remontan a los inicios de la República a un episodio narrado por Valerio Máximo, la historia de un sabino llamado Valesio,[Valerio], que durante tres noches consecutivas celebró con sacrificios, juegos y un lectisternium la curación de sus tres hijos, la cual él atribuía a los dioses del inframundo:
“… hostias nigras… immolavit ludosque et lectisternia continuis tribus noctibus, quia totidem filii periculo liberati erant, fecit.” (Factorum et dictorum memorabilium II.4.5).
Sin embargo Tito Livio escribe que el primer lectisternio celebrado en Roma tuvo lugar en el año 399 a.C. con la finalidad de aplacar una epidemia de peste:
“Duumviri sacris faciundis, lectisternio tunc primum in urbe Romana facto, per dies octo Apollinem Latonamque et Dianam, Herculem, Mercurium atque Neptunum tribus quam amplissime tum apparari poterat stratis lectis placauere.” (Ab urbe condita V, 13).
Era habitual que además se ofreciera algún espectáculo del gusto del pueblo: carreras de carros, representaciones teatrales, caza de animales traídos de lugares exóticos, combates de gladiadores, naumaquías, y otros espectáculos cada vez más crueles. Son los “juegos” (ludi), cuyo origen se remonta al año 509 a. C., en el que se celebraron los primeros ludi (ludi magni romani). Instituidos en honor de Júpiter Óptimo Máximo, tuvieron su origen en el cumplimiento de la promesa de dedicar un tempo al dios hecha por un general en el momento de entrar en combate. Inicialmente se trató de una fiesta extraordinaria de un día de duración, pero en el 366 a.C., ya se había convertido en un evento anual y se había incorporado al calendario en el mes de septiembre con una duración de cuatro días.
Aunque los romanos, como antes los griegos, los llamaron “juegos” nunca fueron lo mismo para unos y otros. En Grecia eran una celebración de la unidad entre las ciudades; en Roma sólo eran una muestra de despilfarro y un entretenimiento que apartó al pueblo de las preocupaciones políticas.
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