Los senones eran un pueblo procedente de la Galia que, alrededor del año 400 a. C., cruzaron los Alpes y, tras vencer a los umbrios, se asentaron en la costa este de Italia, en el llamado ager gallicus. Allí fundaron la ciudad de Sena Gallica (Senigallia), que se convirtió en su capital. En el año 391 a. C. el jefe de la tribu, Breno, invadió Etruria y asedió la ciudad de Clusium. Los clusianos, desbordados por el tamaño del ejército enemigo y por su ferocidad, pidieron ayuda a Roma, que respondió enviando una delegación para investigar la situación.
Al parecer los embajadores romanos, quebraron el derecho de gentes y participaron en la lucha; además Quinto Fabio, miembro de una poderosa familia patricia, mató a uno de los líderes locales. Los senones exigieron que la familia Fabia les fuese entregada para ajusticiarlos, pero los romanos no sólo se negaron sino que, según Tito Livio: “aquéllos que deberían haber sido castigados fueron elegidos en su lugar para el año siguiente como tribunos militares con poderes consulares”. Enfurecidos, los senones levantaron el campamento y se dirigieron directamente a Roma con su jefe Breno al frente. Los romanos, vigilando su avance, les esperaron en las afueras de la ciudad, en las cercanías del río Alia.
Según la cronología de Marco Terencio Varrón, el encuentro entre ambos ejércitos (la batalla de Alia) tuvo lugar el 18 de julio de 390 a. C. (aunque hoy en día se estima que probablemente sucedió en el año 387 a. C). El general romano Quinto Sulpicio al mando de 40.000 soldados se enfrentó al ejército de Breno, que con su fiereza, su aspecto amenazante y sus terribles alaridos hizo retroceder a los flancos romanos, los cuales, al retirarse, dejaron el centro de la formación romana expuesto a ser fácilmente rodeado; fué tal la masacre entre las tropas que los supervivientes huyeron de vuelta a Roma en estado de pánico: "todos corrieron a Roma y se refugiaron en el Capitolio sin antes cerrar las puertas."(Tito Livio).
Los historiadores narran que tras la debacle del río Alia los galos se dirigieron a Roma. Poco antes llegaran a la ciudad, Lucio Albino trasladó a la ciudad etrusca de Ceres los sacra (objetos sagrados) de Roma, a las Vestales y el fuego sagrado de la Urbe que estas guardaban. Los sacra de Roma eran, según la tradición, los objetos que Eneas había salvado de Troya; entre ellos el más venerado era el Paladión, una estatua de la diosa griega Palas Atenea, supuestamente caída del cielo en el momento fundacional de Troya, que Eneas salvó antes de la entrada de los aqueos en la ciudad y llevó consigo a Italia.
En Roma los senadores esperaron inmóviles en el edificio del Senado la llegada de los galos; éstos, al verlos, creyeron que eran estatuas hasta que uno de ellos acarició la barba de un senador. Éste abofeteó al galo desencadenándose a continuación una matanza de senadores. Los romanos se refugiaron en el Capitolio. Allí se hicieron fuertes, considerándose seguros, pues resultaba muy difícil escalar las escarpadas rocas de la colina; además el recinto estaba amurallado, constituyendo una pequeña ciudadela que servía de refugio ante la invasión...
Esta colina ya había ofrecido protección a los romanos en tiempos de Rómulo, cuando los sabinos, bajo el mano del rey Tito Tacio, respondieron al rapto de sus mujeres atacando Roma y llegaron a acampar al pie de las laderas del Capitolio; el gobernador romano encargado de la defensa era Espurio Tarpeyo, cuya hija, Tarpeya, una virgen vestal, traicionó a los suyos y abrió las puertas de la ciudad a los enemigos. El motivo de la traición varía según las fuentes.
La versión más usual es que Tarpeya se había enamorado de Tito Tacio y que gracias a la complicidad de una criada o de su nodriza le había prometido entregarle la ciudadela si accedía a casarse con ella. Tito Tacio accedió y Tarpeya lo introdujo en el Capitolio, con sus soldados. Pero, en vez de cumplir la promesa, el rey ordenó que la joven fuera aplastada bajo el peso de los escudos de sus hombres.
Otra versión afirmaba que los motivos habían sido más prosaicos; se dice que como precio a su traición Tarpeya había pedido lo que el rey y sus hombres“llevaban en el brazo izquierdo”, es decir, los grandes brazaletes de oro con que se adornaban. Pero en el brazo izquierdo también llevaban los escudos y Tacio y sus soldados, malinterpretando intencionadamente sus palabras, sepultaron a la joven bajo una montaña de escudos. Durante la república el lugar de su muerte se utilizó como lugar de ejecución de asesinos y traidores, que sin ninguna piedad eran lanzados desde la roca Tarpeya.
En el año 390 a.C. (o 387) de nuevo los romanos estaban asediados y la colina del Capitolio les ofrecía refugio. Una noche el patricio Marco Manlio Capitolino, cónsul en 392 a. C., cuya residencia estaba junto al templo de Juno, dormía en su casa, cuando fue despertado por el gaznido de los gansos sagrados. Manlio se acercó a la muralla y vio que el jefe galo, Breno, había guiado a sus tropas en un ataque nocturno, y, que, tras haber escalado las rocas, se disponía a asaltar las murallas. Él solo se enfrentó a los asaltantes. El griterío de las gansos siguió creciendo hasta el punto de que los habitantes de la colina, alarmados por graznidos, tomaron sus armas y acudieron a averiguar qué ocurría; al ver a Manlio que defendía en solitario las murallas, corrieron en su ayuda y rechazaron el ataque. Este acto heroico fue recompensado al día siguiente por la asamblea del pueblo con honores y distinciones.
A pesar de la momentánea victoria, lo que quedaba de la curia decidió ofrecer la dictadura al antiguo tribuno consular Marco Furio Camilo, que vivía en el exilio en la ciudad de Ardea. Gayo Poncio, un ingenioso soldado, fue el encargado de llevar el mensaje desde el Capitolio hasta Ardea. No sólo llevó el mensaje a Camilo sino que inventó, fabricó y utilizó un traje de corcho que permitía mantenerse a flote con la armadura completa mientras se atravesaba un río. Camilo,, exigió ser convocado mediante una lex curiata, esto es, que fuera el pueblo el que ratificara su cargo en la curia.
Al mismo tiempo, los romanos trataron de comprar la paz a Breno pagando un rescate en oro. Según la leyenda, Breno había falseado las pesas con las que se calculaba el peso del oro. Cuando los romanos le descubrieron, desenvainó su espada y la puso encima, pronunciando la famosa frase “Vae Victis”, ¡Ay de los vencidos! (los vencedores no se apiadan de los vencidos).
Ante esta injuria, Camilo, que había aceptado el cargo de dictador al ser ratificada por el pueblo su elección, alegó que no se debía pagar rescate, puesto que ningún acuerdo era válido si él no lo ratificaba, por lo que contestó a Breno con otra célebre frase “Non auro, sed ferro, recuperanda est patria” (Hay que recuperar la patria no con el oro sino con la espada (el hierro).
Tras derrotar estrepitosamente a los galos en la posterior batalla, entró en la ciudad en triunfo, saludado por sus conciudadanos como alter Romulus (nuevo Rómulo), pater patriae (padre de la patria) y conditor alter urbis (segundo fundador de la ciudad:
“Fue, en efecto, un hombre realmente único en todas las situaciones, el primero en la paz y en la guerra antes de exiliarse; más brillante en el exilio, bien por la añoranza de la ciudad que, una vez en poder del enemigo, imploró su ayuda cuando estaba ausente, o bien por la suerte con que, devuelto a su patria, a la vez que su persona la propia patria fue devuelta con él; luego, a lo largo de veinticinco años, estuvo a la altura de semejante título de gloria y fue digno de que se le considerase el segundo fundador de la ciudad de Roma contando a Rómulo” (Tito Livio, Ab Urbe Condita VII 1, 8-10)
Notas
Manlio, en el 385 a. C., abandonó la causa de los patricios, a cuya clase pertenecía, y se puso a la cabeza de los plebeyos, que sufrían gravemente a causa de sus deudas y del duro y cruel trato que les daban los acreedores patricios. En 384 a. C, tras haber promovido una auténtica insurrección, fue acusado de alta traición por los tribunos consulares y condenado a morir despeñado desde la roca Tarpeya que tan valerosamente había defendido unos años antes.
Breno se suicidó mediante la ingesta de vino puro, una forma de suicidio bastante común entre los celtas.
Al parecer los embajadores romanos, quebraron el derecho de gentes y participaron en la lucha; además Quinto Fabio, miembro de una poderosa familia patricia, mató a uno de los líderes locales. Los senones exigieron que la familia Fabia les fuese entregada para ajusticiarlos, pero los romanos no sólo se negaron sino que, según Tito Livio: “aquéllos que deberían haber sido castigados fueron elegidos en su lugar para el año siguiente como tribunos militares con poderes consulares”. Enfurecidos, los senones levantaron el campamento y se dirigieron directamente a Roma con su jefe Breno al frente. Los romanos, vigilando su avance, les esperaron en las afueras de la ciudad, en las cercanías del río Alia.
Según la cronología de Marco Terencio Varrón, el encuentro entre ambos ejércitos (la batalla de Alia) tuvo lugar el 18 de julio de 390 a. C. (aunque hoy en día se estima que probablemente sucedió en el año 387 a. C). El general romano Quinto Sulpicio al mando de 40.000 soldados se enfrentó al ejército de Breno, que con su fiereza, su aspecto amenazante y sus terribles alaridos hizo retroceder a los flancos romanos, los cuales, al retirarse, dejaron el centro de la formación romana expuesto a ser fácilmente rodeado; fué tal la masacre entre las tropas que los supervivientes huyeron de vuelta a Roma en estado de pánico: "todos corrieron a Roma y se refugiaron en el Capitolio sin antes cerrar las puertas."(Tito Livio).
Los historiadores narran que tras la debacle del río Alia los galos se dirigieron a Roma. Poco antes llegaran a la ciudad, Lucio Albino trasladó a la ciudad etrusca de Ceres los sacra (objetos sagrados) de Roma, a las Vestales y el fuego sagrado de la Urbe que estas guardaban. Los sacra de Roma eran, según la tradición, los objetos que Eneas había salvado de Troya; entre ellos el más venerado era el Paladión, una estatua de la diosa griega Palas Atenea, supuestamente caída del cielo en el momento fundacional de Troya, que Eneas salvó antes de la entrada de los aqueos en la ciudad y llevó consigo a Italia.
En Roma los senadores esperaron inmóviles en el edificio del Senado la llegada de los galos; éstos, al verlos, creyeron que eran estatuas hasta que uno de ellos acarició la barba de un senador. Éste abofeteó al galo desencadenándose a continuación una matanza de senadores. Los romanos se refugiaron en el Capitolio. Allí se hicieron fuertes, considerándose seguros, pues resultaba muy difícil escalar las escarpadas rocas de la colina; además el recinto estaba amurallado, constituyendo una pequeña ciudadela que servía de refugio ante la invasión...
Esta colina ya había ofrecido protección a los romanos en tiempos de Rómulo, cuando los sabinos, bajo el mano del rey Tito Tacio, respondieron al rapto de sus mujeres atacando Roma y llegaron a acampar al pie de las laderas del Capitolio; el gobernador romano encargado de la defensa era Espurio Tarpeyo, cuya hija, Tarpeya, una virgen vestal, traicionó a los suyos y abrió las puertas de la ciudad a los enemigos. El motivo de la traición varía según las fuentes.
La versión más usual es que Tarpeya se había enamorado de Tito Tacio y que gracias a la complicidad de una criada o de su nodriza le había prometido entregarle la ciudadela si accedía a casarse con ella. Tito Tacio accedió y Tarpeya lo introdujo en el Capitolio, con sus soldados. Pero, en vez de cumplir la promesa, el rey ordenó que la joven fuera aplastada bajo el peso de los escudos de sus hombres.
Otra versión afirmaba que los motivos habían sido más prosaicos; se dice que como precio a su traición Tarpeya había pedido lo que el rey y sus hombres“llevaban en el brazo izquierdo”, es decir, los grandes brazaletes de oro con que se adornaban. Pero en el brazo izquierdo también llevaban los escudos y Tacio y sus soldados, malinterpretando intencionadamente sus palabras, sepultaron a la joven bajo una montaña de escudos. Durante la república el lugar de su muerte se utilizó como lugar de ejecución de asesinos y traidores, que sin ninguna piedad eran lanzados desde la roca Tarpeya.
En el año 390 a.C. (o 387) de nuevo los romanos estaban asediados y la colina del Capitolio les ofrecía refugio. Una noche el patricio Marco Manlio Capitolino, cónsul en 392 a. C., cuya residencia estaba junto al templo de Juno, dormía en su casa, cuando fue despertado por el gaznido de los gansos sagrados. Manlio se acercó a la muralla y vio que el jefe galo, Breno, había guiado a sus tropas en un ataque nocturno, y, que, tras haber escalado las rocas, se disponía a asaltar las murallas. Él solo se enfrentó a los asaltantes. El griterío de las gansos siguió creciendo hasta el punto de que los habitantes de la colina, alarmados por graznidos, tomaron sus armas y acudieron a averiguar qué ocurría; al ver a Manlio que defendía en solitario las murallas, corrieron en su ayuda y rechazaron el ataque. Este acto heroico fue recompensado al día siguiente por la asamblea del pueblo con honores y distinciones.
A pesar de la momentánea victoria, lo que quedaba de la curia decidió ofrecer la dictadura al antiguo tribuno consular Marco Furio Camilo, que vivía en el exilio en la ciudad de Ardea. Gayo Poncio, un ingenioso soldado, fue el encargado de llevar el mensaje desde el Capitolio hasta Ardea. No sólo llevó el mensaje a Camilo sino que inventó, fabricó y utilizó un traje de corcho que permitía mantenerse a flote con la armadura completa mientras se atravesaba un río. Camilo,, exigió ser convocado mediante una lex curiata, esto es, que fuera el pueblo el que ratificara su cargo en la curia.
Al mismo tiempo, los romanos trataron de comprar la paz a Breno pagando un rescate en oro. Según la leyenda, Breno había falseado las pesas con las que se calculaba el peso del oro. Cuando los romanos le descubrieron, desenvainó su espada y la puso encima, pronunciando la famosa frase “Vae Victis”, ¡Ay de los vencidos! (los vencedores no se apiadan de los vencidos).
Ante esta injuria, Camilo, que había aceptado el cargo de dictador al ser ratificada por el pueblo su elección, alegó que no se debía pagar rescate, puesto que ningún acuerdo era válido si él no lo ratificaba, por lo que contestó a Breno con otra célebre frase “Non auro, sed ferro, recuperanda est patria” (Hay que recuperar la patria no con el oro sino con la espada (el hierro).
Tras derrotar estrepitosamente a los galos en la posterior batalla, entró en la ciudad en triunfo, saludado por sus conciudadanos como alter Romulus (nuevo Rómulo), pater patriae (padre de la patria) y conditor alter urbis (segundo fundador de la ciudad:
“Fue, en efecto, un hombre realmente único en todas las situaciones, el primero en la paz y en la guerra antes de exiliarse; más brillante en el exilio, bien por la añoranza de la ciudad que, una vez en poder del enemigo, imploró su ayuda cuando estaba ausente, o bien por la suerte con que, devuelto a su patria, a la vez que su persona la propia patria fue devuelta con él; luego, a lo largo de veinticinco años, estuvo a la altura de semejante título de gloria y fue digno de que se le considerase el segundo fundador de la ciudad de Roma contando a Rómulo” (Tito Livio, Ab Urbe Condita VII 1, 8-10)
Notas
Manlio, en el 385 a. C., abandonó la causa de los patricios, a cuya clase pertenecía, y se puso a la cabeza de los plebeyos, que sufrían gravemente a causa de sus deudas y del duro y cruel trato que les daban los acreedores patricios. En 384 a. C, tras haber promovido una auténtica insurrección, fue acusado de alta traición por los tribunos consulares y condenado a morir despeñado desde la roca Tarpeya que tan valerosamente había defendido unos años antes.
Breno se suicidó mediante la ingesta de vino puro, una forma de suicidio bastante común entre los celtas.
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