En 1895, Vincenzo de Prisco descubrió en su finca, próxima a Pompeya, los restos de una villa romana con una vajilla de plata de soberbia factura.
A fines de junio de 1895, la prensa francesa dio a conocer la última adquisición del Museo del Louvre: un espectacular tesoro romano, compuesto por una vajilla de plata de 109 piezas (algunas magníficamente decoradas), diversas joyas de oro macizo y más de mil monedas de oro. El tesoro procedía del mercado de antigüedades, pero había sido localizado hacía pocos meses en Boscoreale, un municipio cercano a Nápoles. La forma en que este valioso conjunto de piezas había llegado clandestinamente a Francia causó en Italia un escándalo, que llegó al Parlamento y a los tribunales.
El tesoro de Boscoreale perteneció a un rico hacendado romano que poseía una villa agrícola a unos kilómetros de Pompeya; tal vez era un banquero pompeyano llamado Lucio Cecilio Jocundo. En el año 79 d.C., cuando se produjo la gran erupción del Vesubio que arrasó Pompeya y su entorno, alguien intentó ocultar los objetos junto a la prensa de uva de su finca, seguramente con la esperanza de recuperarlos después. Pero allí se quedaron, ocultos, durante dieciocho siglos, hasta que en 1894 Vincenzo de Prisco, propietario de la finca la Pisanella en Boscoreale, decidió seguir la pista de algunas estructuras romanas que habían aparecido unos años antes y emprendió una excavación con un permiso estatal. Durante nueve meses trabajó sin descanso, «con la máxima cautela y de forma ordenada, restaurando y reforzando las partes descubiertas», según reconoció Angelo Pasqui, inspector enviado por el servicio arqueológico de Pompeya para supervisar los trabajos.
Fue así como De Prisco sacó a la luz los restos de la lujosa villa rústica de Cecilio Jocundo, compuesta por un sector residencial, dotado de tres salas termales, y otros dos dedicados a la producción de vino y de aceite. Pero lo que causó sensación y ha hecho célebre Boscoreale fue el inesperado hallazgo del magnífico tesoro enterrado junto a la prensa.
Peripecias del tesoro
Pasqui narró así las circunstancias del descubrimiento: «Tuvo lugar en las últimas horas del 13 de abril de 1895, dentro de la cisterna que indicamos como lacus del torcularium [la prensa]. En el fondo de este subterráneo se halló un cadáver, caído sobre las rodillas y las manos, y allí cerca, la impronta de un saco de piel, del que se habían derramado mil monedas de oro desde Tiberio a Domiciano, de las cuales 575 eran de Nerón. Bajo el pecho del esqueleto estaban agrupados, como si allí hubiesen caído de sus manos, una gran joya con doble cadena de oro, dos brazaletes de oro en forma de serpiente y otros dos brazaletes de oro compuestos por bolas encadenadas. Delante de la cara del cadáver, donde la cisterna se ensancha hacia el forum, estaban dispuestos en orden cuarenta vasos de plata, algunos lisos, otros con figuras de hombres, animales y guirnaldas en relieve».
Vincenzo de Prisco no pudo resistir la tentación de sacar beneficio económico a su hallazgo. A los pocos días envió a su más fiel colaborador, Michele Finelli, a una de las galerías anticuarias más famosas del mundo, sita en Nápoles y con sucursales en París y Nueva York, regentada por los hermanos Canessa –Cesare, Ercole y Amedeo–, para mostrarles una de las piezas de plata. Los anticuarios se percataron enseguida del extraordinario valor de los objetos y decidieron llevar el tesoro a Francia de forma clandestina, para venderlo allí. Aprovecharon una carrera ciclista San Remo-Niza para colocar en las mochilas y las cantimploras de algunos corredores los cuarenta vasos de plata y los áureos, en lugar de agua y bocadillos, «una brillantísima idea del tío Amedeo», según declararía años después un sobrino de Cesare Canessa a una publicación.
De este modo, el 23 de mayo de 1895 Ercole Canessa y Vincenzo De Prisco se presentaron en el Louvre con la intención de vender los objetos por medio millón de francos (casi dos millones de euros actuales), pero el museo no tenía fondos para asumir la compra. Cinco días más tarde, el barón Edmond de Rothschild, hijo de un banquero judío alemán, lo compró y lo donó al Estado francés tras ocuparse de la restauración de las piezas. En agosto del mismo año, De Prisco y Canessa llevaron a París otras 54 piezas de plata y joyas de oro de la villa de la Pisanella que, de nuevo, el barón compró y regaló al Museo del Louvre.
Una venta polémica
Cuando la prensa aireó el caso, las autoridades italianas iniciaron una investigación frenética para castigar a los implicados. Pero, según la legislación vigente en Italia desde 1822, los objetos exhumados se consideraban propiedad privada de su descubridor y su venta era, por tanto, legal. El gobierno italiano abandonó entonces la vía judicial y llegó a un acuerdo amistoso con De Prisco para que cediera al Estado los objetos que aún conservaba. El propio De Prisco, que había sido elegido diputado, rindió cuentas ante el Parlamento por las excavaciones realizadas en Boscoreale y se elaboró un proyecto de ley para la tutela de obras de arte, inspirado en el caso de Boscoreale.
Pero una maldición parecía pesar sobre el tesoro. De Prisco, que gracias a la venta de las piezas de Boscoreale pudo llevar una vida de dispendios junto a su amante, una bailarina vienesa, enfermó de cáncer y se suicidó con arsénico en 1924. Y las piezas que entregó al Estado italiano fueron destruidas el 24 de agosto de 1943, durante la segunda guerra mundial, por un bombardeo de las fuerzas aliadas que hizo saltar por los aires el Antiquarium de Pompeya, el museo en el que se exponían.
A fines de junio de 1895, la prensa francesa dio a conocer la última adquisición del Museo del Louvre: un espectacular tesoro romano, compuesto por una vajilla de plata de 109 piezas (algunas magníficamente decoradas), diversas joyas de oro macizo y más de mil monedas de oro. El tesoro procedía del mercado de antigüedades, pero había sido localizado hacía pocos meses en Boscoreale, un municipio cercano a Nápoles. La forma en que este valioso conjunto de piezas había llegado clandestinamente a Francia causó en Italia un escándalo, que llegó al Parlamento y a los tribunales.
El tesoro de Boscoreale perteneció a un rico hacendado romano que poseía una villa agrícola a unos kilómetros de Pompeya; tal vez era un banquero pompeyano llamado Lucio Cecilio Jocundo. En el año 79 d.C., cuando se produjo la gran erupción del Vesubio que arrasó Pompeya y su entorno, alguien intentó ocultar los objetos junto a la prensa de uva de su finca, seguramente con la esperanza de recuperarlos después. Pero allí se quedaron, ocultos, durante dieciocho siglos, hasta que en 1894 Vincenzo de Prisco, propietario de la finca la Pisanella en Boscoreale, decidió seguir la pista de algunas estructuras romanas que habían aparecido unos años antes y emprendió una excavación con un permiso estatal. Durante nueve meses trabajó sin descanso, «con la máxima cautela y de forma ordenada, restaurando y reforzando las partes descubiertas», según reconoció Angelo Pasqui, inspector enviado por el servicio arqueológico de Pompeya para supervisar los trabajos.
Fue así como De Prisco sacó a la luz los restos de la lujosa villa rústica de Cecilio Jocundo, compuesta por un sector residencial, dotado de tres salas termales, y otros dos dedicados a la producción de vino y de aceite. Pero lo que causó sensación y ha hecho célebre Boscoreale fue el inesperado hallazgo del magnífico tesoro enterrado junto a la prensa.
Peripecias del tesoro
Pasqui narró así las circunstancias del descubrimiento: «Tuvo lugar en las últimas horas del 13 de abril de 1895, dentro de la cisterna que indicamos como lacus del torcularium [la prensa]. En el fondo de este subterráneo se halló un cadáver, caído sobre las rodillas y las manos, y allí cerca, la impronta de un saco de piel, del que se habían derramado mil monedas de oro desde Tiberio a Domiciano, de las cuales 575 eran de Nerón. Bajo el pecho del esqueleto estaban agrupados, como si allí hubiesen caído de sus manos, una gran joya con doble cadena de oro, dos brazaletes de oro en forma de serpiente y otros dos brazaletes de oro compuestos por bolas encadenadas. Delante de la cara del cadáver, donde la cisterna se ensancha hacia el forum, estaban dispuestos en orden cuarenta vasos de plata, algunos lisos, otros con figuras de hombres, animales y guirnaldas en relieve».
Vincenzo de Prisco no pudo resistir la tentación de sacar beneficio económico a su hallazgo. A los pocos días envió a su más fiel colaborador, Michele Finelli, a una de las galerías anticuarias más famosas del mundo, sita en Nápoles y con sucursales en París y Nueva York, regentada por los hermanos Canessa –Cesare, Ercole y Amedeo–, para mostrarles una de las piezas de plata. Los anticuarios se percataron enseguida del extraordinario valor de los objetos y decidieron llevar el tesoro a Francia de forma clandestina, para venderlo allí. Aprovecharon una carrera ciclista San Remo-Niza para colocar en las mochilas y las cantimploras de algunos corredores los cuarenta vasos de plata y los áureos, en lugar de agua y bocadillos, «una brillantísima idea del tío Amedeo», según declararía años después un sobrino de Cesare Canessa a una publicación.
De este modo, el 23 de mayo de 1895 Ercole Canessa y Vincenzo De Prisco se presentaron en el Louvre con la intención de vender los objetos por medio millón de francos (casi dos millones de euros actuales), pero el museo no tenía fondos para asumir la compra. Cinco días más tarde, el barón Edmond de Rothschild, hijo de un banquero judío alemán, lo compró y lo donó al Estado francés tras ocuparse de la restauración de las piezas. En agosto del mismo año, De Prisco y Canessa llevaron a París otras 54 piezas de plata y joyas de oro de la villa de la Pisanella que, de nuevo, el barón compró y regaló al Museo del Louvre.
Una venta polémica
Cuando la prensa aireó el caso, las autoridades italianas iniciaron una investigación frenética para castigar a los implicados. Pero, según la legislación vigente en Italia desde 1822, los objetos exhumados se consideraban propiedad privada de su descubridor y su venta era, por tanto, legal. El gobierno italiano abandonó entonces la vía judicial y llegó a un acuerdo amistoso con De Prisco para que cediera al Estado los objetos que aún conservaba. El propio De Prisco, que había sido elegido diputado, rindió cuentas ante el Parlamento por las excavaciones realizadas en Boscoreale y se elaboró un proyecto de ley para la tutela de obras de arte, inspirado en el caso de Boscoreale.
Pero una maldición parecía pesar sobre el tesoro. De Prisco, que gracias a la venta de las piezas de Boscoreale pudo llevar una vida de dispendios junto a su amante, una bailarina vienesa, enfermó de cáncer y se suicidó con arsénico en 1924. Y las piezas que entregó al Estado italiano fueron destruidas el 24 de agosto de 1943, durante la segunda guerra mundial, por un bombardeo de las fuerzas aliadas que hizo saltar por los aires el Antiquarium de Pompeya, el museo en el que se exponían.
Fuente: National Geographic
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