A lo largo del siglo II a.C. Roma llevó a cabo la conquista de la Celtiberia, que se extendía desde el valle medio del Ebro, ocupando las cabeceras del Alto Duero, Alto Tajo y Jalón. El avance romano se inició desde la costa mediterránea, remontando el valle del Ebro para atravesar luego las elevaciones de los Sistemas Ibérico y Central, llegando al Alto Duero, conquistando así poco a poco el interior peninsular.
En el año 179 a.C., Sempronio Graco mandó sus legiones a reprimir un gran levantamiento celtibérico, que concluirá con la victoria romana sobre los celtíberos en la Batalla de Mons Chaunus (posiblemente el Moncayo). Esto originó el Tratado de Graco, que suponía una paz duradera y el compromiso de los celtíberos del valle del Ebro de no edificar ciudades nuevas, ni fortificar las existentes.
La excusa para el comienzo de la segunda fase de la guerra (154-152 a. C.) ocurre en el 154 a. C. con la ampliación de la fortificación de Segeda, capital de los belos. El Senado romano lo consideró como una infracción de los acuerdos de Graco de 179 a. C. y una amenaza para sus intereses en Hispania. Sin embargo, Polibio atribuye el origen de la guerra al comportamiento de los gobernadores romanos, que habían convertido la administración romana en insoportable para los indígenas.
El senado romano prohibió continuar la muralla y exigió, además, el tributo establecido con Graco. Los segedenses arguyeron que la muralla era una ampliación y no una nueva construcción y que se le había exonerado del pago del tributo después de Graco.
Roma envió al Cónsul Nobilior al mando de 30.000 hombres. Al enterarse los habitantes de Segeda, se refugiaron en Numancia, oppidum de la tribu de los arévacos, donde eligieron jefe de las dos tribus, arévacos y belos, a Caro de Segeda. Nobilior marchó por el valle del Ebro hacia Segeda, donde destruyó la ciudad, tomo Ocilis (Medinaceli) y avanzó por Almazán hacia Numancia. En el camino, Caro con 20.000 soldados y 5.000 jinetes logró emboscar a los romanos cuando pasaban, causándoles 6.000 bajas, pero al perseguirlos en desorden, la caballería romana cayó sobre él, matando al mismo Caro y salvando al ejército. Después llegó ante Numancia, donde se le unieron tropas enviadas por Massinisa, que incluían diez elefantes de guerra, pero sufrió otra dura derrota al desbandarse dichos animales. Tras varias derrotas y de pasarse Ocilis, donde mantenía las provisiones y el dinero, al bando de los celtíberos, a Nobilior no le quedó otro remedio que recluirse en su campamento a pasar el invierno, donde murieron muchos soldados de frío y en escaramuzas con los indígenas.
Al año siguiente, llegó como sucesor en el mando el cónsul Claudio Marcelo con 8.000 soldados y 500 jinetes, cercó a Ocilis a la que supo atraerse y les concedió el perdón. Ante las condiciones magnánimas de rendición, rehenes y cien talentos de plata, Nertóbriga también pidió la paz. Marcelo les puso la condición de que todos los pueblos, arévacos, belos y titos, la pidieran a la vez, cosa que consiguió, pero algunos pueblos se opusieron. Marcelo decidió enviar embajadores de cada parte para que dirimieran sus rencillas y recomendó al Senado la aprobación de los tratados. El Senado desestimó la oferta de paz y preparó un nuevo ejército al mando del cónsul Licinio Lúculo, quien tenía como lugarteniente a Publio Cornelio Escipión Emiliano.
Marcelo declaró de nuevo la guerra a los celtíberos, que tomaron la oppidum de Nertóbriga, persiguió a los numantinos acorrálandolos en la ciudad. El jefe de los numantinos, Litennón, pidió la paz en nombre de todas las tribus. Marcelo exigió rehenes y dinero y aceptó la paz antes de la llegada de Lúculo.
La obcecación del Senado, que exigía la rendición sin condiciones, así como la perfidia de los dirigentes provinciales romanos, que violaban continuamente las condiciones del pacto alcanzado con el cónsul Claudio Marcelo en el 152 a. C. y las victorias de Viriato en la Guerra Lusitana forzaron a la revuelta a las tribus de los celtíberos, dando comienzo a la tercera guerra celtíbera (143-133 a. C.).
Roma envió al cónsul Quinto Cecilio Metelo (143 a. C., Procónsul el 142 a. C.), vencedor del Falso Filipo, al mando de 30.000 soldados, que empieza la pacificación de la celtiberia con la toma de varias ciudades, como Nertobriga, con la que habían sido firmados pactos de amistad con anterioridad. Cercó a Numancia, pero no pudo ocuparla, y ante los ataques de los numantinos pasó el invierno en su campamento.
El sucesor de Metelo en el 141 a. C. fue el cónsul Quinto Pompeyo Aulo, que llegó con un ejército de 30.000 soldados de infantería y 2.000 jinetes. Como fue derrotado a diario por los numantinos, se dirigió contra Termancia al considerar que era una tarea más fácil, donde fue de nuevo vencido con graves pérdidas de soldados y víveres. Temeroso de que fuera llamado para rendir cuentas ante el Senado, entabló negociaciones de paz con los numantinos, llegando a un acuerdo antes de la llegada de sucesor en el 139 a. C., Marco Popilio Laenas, que no aceptó el pacto por no estar aprobado por el Senado y el pueblo romano. Popilio envió embajadores a Roma para que se querellaran allí con Pompeyo. El Senado decidió continuar la guerra y no admitir el pacto firmado. Atacó a Numancia sufriendo grandes pérdidas de vidas en su ejército y continuó con un ataque a los lusones, sin ningún resultado positivo.
El cónsul del año 137 a. C., Cayo Hostilio Mancino llegó con un ejército de 22.000 hombres, de cuestor iba Tiberio Sempronio Graco. Mancino sostuvo frecuentes enfrentamientos con los numantinos y al ser derrotado en numerosas ocasiones y propagarse el rumor de que los cántabros y vacceos venían en ayuda de Numancia, se retiró del asedio refugiándose en el antiguo campamento de Nobilior, en los alrededores de Almazán, provincia de Soria. Al verse rodeado por los numantinos, capituló. Los numantinos exigieron un tratado con paridad de derechos, (foedus aequum), negociado por Tiberio, y aunque se reconocían las conquistas anteriores de Roma, el Senado lo consideró el tratado más vergonzoso firmado nunca y enviaron a Emilio Lépido, cónsul de Hispania Ulterior, llamando a Mancino a juicio a Roma, al que siguieron los embajadores de Numancia. Lépido atacó a los vacceos con la excusa de que habían ayudado a los numantinos. Al enterarse el Senado, le separaron del mando y el consulado. Mancino fue obligado a entregarse personalmente a los numantinos, permaneció un día entero ante las puertas, pero no lo aceptaron por no romper el tratado firmado.
Aunque el pacto fue desestimado, Roma mantuvo un armisticio real durante tres años. Entre el 137 y el 135 a. C. ni Emilio Lépido ni Lucio Furio Filo ni Quinto Calpurnio Pisón reanudaron la guerra. Pero en el 134 a. C., a instancias del pueblo romano y gracias a un procedimiento jurídico extraordinario, obtuvo de nuevo un mando consular Escipión Emiliano, el destructor de Cartago, sin que hubieran transcurrido los diez años de intervalo que marcaba la ley. Decidido a continuar la lucha y ante la prohibición de nuevas levas, formó una cohorte de amigos, cohors amicorum, de unos 4.000 hombres, entre lo que se encontraban personalidades tan destacadas como Cayo Mario, Polibio o Yugurta, nieto de Massinisa. A su llegada a la Península Ibérica reorganizó y disciplinó a las tropas que se hallaban en las provincias, tropas totalmente desmoralizadas por las continuas derrotas ante los enemigos. Durante el verano, saqueó las tierras de los vacceos para que no ayudaran a los numantinos, y en la primavera del 133 a. C. inició el definitivo asedio de Numancia con un ejército de cerca de 60.000 hombres. Rodeó la ciudad con siete campamentos, fosos y torres de vigilancia y cortó el Duero para que los sitiados no pudieran recibir ayuda. Los intentos de eludir el cerco o las peticiones de ayuda a otras ciudades de los celtíberos fueron infructuosos. Retógenes el Caraunio sobrepasó el cerco, pero sólo recibió la ayuda de los jóvenes de la ciudad de Lutia. Enterado Escipión a través de los ancianos de la ciudad, cercó a Lutia y cortó las manos a 400 jóvenes. Ante la precaria situación, los numantinos enviaron embajadores ante el general romano, al mando de Avaros, para interesarse por la forma de llegar a un compromiso, sin ningún resultado. La ciudad arévaca fue reducida por hambre y los supervivientes o se suicidaron o fueron reducidos a la esclavitud, quedando deshabitada hasta comienzos del Imperio. Su destrucción puso fin a las Guerras Celtíberas y aunque hubo otras rebeliones en el siglo I a. C. ( Guerras Sertorianas, Guerra Cimbria), nunca volvieron, como pueblo, a inquietar a los romanos.
Fuentes: artehistoria.com y Wikipedia
En el año 179 a.C., Sempronio Graco mandó sus legiones a reprimir un gran levantamiento celtibérico, que concluirá con la victoria romana sobre los celtíberos en la Batalla de Mons Chaunus (posiblemente el Moncayo). Esto originó el Tratado de Graco, que suponía una paz duradera y el compromiso de los celtíberos del valle del Ebro de no edificar ciudades nuevas, ni fortificar las existentes.
Mapa de la Celtiberia |
El senado romano prohibió continuar la muralla y exigió, además, el tributo establecido con Graco. Los segedenses arguyeron que la muralla era una ampliación y no una nueva construcción y que se le había exonerado del pago del tributo después de Graco.
Roma envió al Cónsul Nobilior al mando de 30.000 hombres. Al enterarse los habitantes de Segeda, se refugiaron en Numancia, oppidum de la tribu de los arévacos, donde eligieron jefe de las dos tribus, arévacos y belos, a Caro de Segeda. Nobilior marchó por el valle del Ebro hacia Segeda, donde destruyó la ciudad, tomo Ocilis (Medinaceli) y avanzó por Almazán hacia Numancia. En el camino, Caro con 20.000 soldados y 5.000 jinetes logró emboscar a los romanos cuando pasaban, causándoles 6.000 bajas, pero al perseguirlos en desorden, la caballería romana cayó sobre él, matando al mismo Caro y salvando al ejército. Después llegó ante Numancia, donde se le unieron tropas enviadas por Massinisa, que incluían diez elefantes de guerra, pero sufrió otra dura derrota al desbandarse dichos animales. Tras varias derrotas y de pasarse Ocilis, donde mantenía las provisiones y el dinero, al bando de los celtíberos, a Nobilior no le quedó otro remedio que recluirse en su campamento a pasar el invierno, donde murieron muchos soldados de frío y en escaramuzas con los indígenas.
Muralla de Segeda |
Marcelo declaró de nuevo la guerra a los celtíberos, que tomaron la oppidum de Nertóbriga, persiguió a los numantinos acorrálandolos en la ciudad. El jefe de los numantinos, Litennón, pidió la paz en nombre de todas las tribus. Marcelo exigió rehenes y dinero y aceptó la paz antes de la llegada de Lúculo.
La obcecación del Senado, que exigía la rendición sin condiciones, así como la perfidia de los dirigentes provinciales romanos, que violaban continuamente las condiciones del pacto alcanzado con el cónsul Claudio Marcelo en el 152 a. C. y las victorias de Viriato en la Guerra Lusitana forzaron a la revuelta a las tribus de los celtíberos, dando comienzo a la tercera guerra celtíbera (143-133 a. C.).
Roma envió al cónsul Quinto Cecilio Metelo (143 a. C., Procónsul el 142 a. C.), vencedor del Falso Filipo, al mando de 30.000 soldados, que empieza la pacificación de la celtiberia con la toma de varias ciudades, como Nertobriga, con la que habían sido firmados pactos de amistad con anterioridad. Cercó a Numancia, pero no pudo ocuparla, y ante los ataques de los numantinos pasó el invierno en su campamento.
Lugares en que se desarrollan las guerras celtibéricas. |
El cónsul del año 137 a. C., Cayo Hostilio Mancino llegó con un ejército de 22.000 hombres, de cuestor iba Tiberio Sempronio Graco. Mancino sostuvo frecuentes enfrentamientos con los numantinos y al ser derrotado en numerosas ocasiones y propagarse el rumor de que los cántabros y vacceos venían en ayuda de Numancia, se retiró del asedio refugiándose en el antiguo campamento de Nobilior, en los alrededores de Almazán, provincia de Soria. Al verse rodeado por los numantinos, capituló. Los numantinos exigieron un tratado con paridad de derechos, (foedus aequum), negociado por Tiberio, y aunque se reconocían las conquistas anteriores de Roma, el Senado lo consideró el tratado más vergonzoso firmado nunca y enviaron a Emilio Lépido, cónsul de Hispania Ulterior, llamando a Mancino a juicio a Roma, al que siguieron los embajadores de Numancia. Lépido atacó a los vacceos con la excusa de que habían ayudado a los numantinos. Al enterarse el Senado, le separaron del mando y el consulado. Mancino fue obligado a entregarse personalmente a los numantinos, permaneció un día entero ante las puertas, pero no lo aceptaron por no romper el tratado firmado.
Calle de la Numancia romana, con una de las domus del barrio sur |
Fuentes: artehistoria.com y Wikipedia
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