Nacidas como un rito funerario para aplacar el alma del difunto, las luchas de gladiadores no tardaron en convertirse en un espectáculo de masas en la ciudad de Roma y, más tarde, en todo el Imperio.
Los combates de gladiadores nacieron como una ceremonia funeraria, pero con el tiempo se convirtieron en un espectáculo que apasionaba a todos los romanos.
Las luchas de gladiadores fueron la gran pasión colectiva de los romanos de la Antigüedad, su «deporte nacional».
Una multitud llenaba los anfiteatros cuando había juegos, olvidando de repente todo lo demás. Las calles quedaban desiertas, hasta el punto de que el emperador Augusto se vio obligado a montar un dispositivo especial de guardias para salvaguardar los bienes de los que habían acudido al espectáculo que podían ser objeto de robo o rapiña.
Ninguna otra diversión podía rivalizar con la de los gladiadores; en 164 a.C., los asistentes a una representación de La suegra, una obra de Terencio, dejaron el teatro para correr a ver un combate de gladiadores que tenía lugar cerca de allí. El espectáculo gladiatorio fascinaba por igual a hombres y mujeres, a patricios y a plebeyos, a los habitantes de Roma y a los de los últimos confines del Imperio.
Esta afición por las luchas de gladiadores se remonta muy atrás en la historia de la cultura romana. Existen varias tesis sobre su origen. Según una de ellas, en tiempos antiguos los romanos tenían la costumbre de sacrificar hombres, generalmente prisioneros, sobre la tumba de personajes importantes o grandes guerreros; su propósito era aplacar con sangre los espíritus de los muertos, pues existía la creencia de que las almas de los difuntos se alimentaban de la sangre vertida en los sacrificios. Con el tiempo, en sustitución del sacrificio humano, se habría introducido el combate de gladiadores en honor de un difunto.
Otro posible origen se encontraría en los duelos rituales que se efectuaban con motivo de los funerales de algún personaje importante, atestiguados por las pinturas de las tumbas de Paestum en Campania (al sur de la península Itálica), del siglo IV a.C.
Es posible que estos combates funerarios se introdujeran en Roma a través de los propios campanos o quizá por influencia de los etruscos. En todo caso, los primeros combates de gladiadores en Roma de los que tenemos noticia segura datan del siglo III a.C. El más antiguo es el que se realizó en 264 a.C. en los funerales de Décimo Junio Bruto Pera. Sus hijos Marco y Décimo ofrecieron tres parejas de gladiadores en el foro Boario o plaza del ganado.
En 216 a.C. ya eran veintidós las parejas que los hijos de Marco Emilio Lépido ofrecieron en los juegos fúnebres en honor de su padre, y más tarde sesenta parejas combatieron en el espectáculo organizado en 183 a.C. con motivo de la muerte de Publio Licinio.
Esta costumbre de celebrar combates de gladiadores en el funeral de alguien importante se mantuvo largo tiempo. Sin embargo, ya en tiempos de la República los combates de gladiadores empezaron a ser más que una ceremonia funeraria.
En efecto, a la vista de la popularidad que había alcanzado el espectáculo, los magsitrados y políticos se percataron de que podían utilizarlo como instrumento para ganarse al pueblo y conseguir los votos de los ciudadanos en las elecciones para las distintas magistraturas del Estado.
Cicerón afirmaba que los banquetes y los combates de gladiadores eran la forma más efectiva de pedir el voto, y eran pocos los políticos que podían jactarse de haber llegado a los más altos cargos sin dar al pueblo entretenimientos de este tipo.
Para los soberanos, los juegos de gladiadores ofrecían un escenario privilegiado para estar en contacto con la gente. Al no existir los medios de comunicación de masas, el anfiteatro se convirtió en un espacio de relación entre el soberano y sus súbditos. El público pedía ver a su emperador, e incluso se atrevía a hacerle peticiones que podían ser atendidas o desestimadas.
Durante el Imperio, los espectáculos del anfiteatro fueron adoptando un orden regular hasta ofrecer un programa típico que combinaba cacerías de animales, ejecuciones de condenados y luchas de gladiadores.
Una vez en las gradas, el público asistía por lo general a la siguiente secuencia de espectáculos: por la mañana se ofrecían cacerías de fieras salvajes, llamadas venationes; hacia mediodía se procedía a la ejecución de criminales, mientras que la tarde se dedicaba a las luchas de gladiadores, que constituía el momento más esperado por los aficionados.
Este programa tenía una fuerte carga simbólica, puesto que escenificaba el poder de la civilización sobre la barbarie. La exhibición de las fieras o animales más exóticos traídos de los confines del Imperio y la lucha contra ellos dejaba claro que Roma poseía el poder para dominar el mundo natural. A mediodía, el ajusticiamiento de criminales por diversos métodos era un ejemplo de lo que podía suceder a quienes se oponían a la ley romana.
En las luchas de gladiadores, el público sabía apreciar la pericia de los combatientes, alabando sus logros y criticando sus defectos. Gozaba, además, de la prerrogativa de conceder al vencido el perdón o la muerte, mientras que para el vencedor cabía incluso la posibilidad de conseguir la libertad si ofrecía un buen combate.
Los combates de gladiadores nacieron como una ceremonia funeraria, pero con el tiempo se convirtieron en un espectáculo que apasionaba a todos los romanos.
Las luchas de gladiadores fueron la gran pasión colectiva de los romanos de la Antigüedad, su «deporte nacional».
Una multitud llenaba los anfiteatros cuando había juegos, olvidando de repente todo lo demás. Las calles quedaban desiertas, hasta el punto de que el emperador Augusto se vio obligado a montar un dispositivo especial de guardias para salvaguardar los bienes de los que habían acudido al espectáculo que podían ser objeto de robo o rapiña.
Ninguna otra diversión podía rivalizar con la de los gladiadores; en 164 a.C., los asistentes a una representación de La suegra, una obra de Terencio, dejaron el teatro para correr a ver un combate de gladiadores que tenía lugar cerca de allí. El espectáculo gladiatorio fascinaba por igual a hombres y mujeres, a patricios y a plebeyos, a los habitantes de Roma y a los de los últimos confines del Imperio.
Esta afición por las luchas de gladiadores se remonta muy atrás en la historia de la cultura romana. Existen varias tesis sobre su origen. Según una de ellas, en tiempos antiguos los romanos tenían la costumbre de sacrificar hombres, generalmente prisioneros, sobre la tumba de personajes importantes o grandes guerreros; su propósito era aplacar con sangre los espíritus de los muertos, pues existía la creencia de que las almas de los difuntos se alimentaban de la sangre vertida en los sacrificios. Con el tiempo, en sustitución del sacrificio humano, se habría introducido el combate de gladiadores en honor de un difunto.
Otro posible origen se encontraría en los duelos rituales que se efectuaban con motivo de los funerales de algún personaje importante, atestiguados por las pinturas de las tumbas de Paestum en Campania (al sur de la península Itálica), del siglo IV a.C.
Es posible que estos combates funerarios se introdujeran en Roma a través de los propios campanos o quizá por influencia de los etruscos. En todo caso, los primeros combates de gladiadores en Roma de los que tenemos noticia segura datan del siglo III a.C. El más antiguo es el que se realizó en 264 a.C. en los funerales de Décimo Junio Bruto Pera. Sus hijos Marco y Décimo ofrecieron tres parejas de gladiadores en el foro Boario o plaza del ganado.
En 216 a.C. ya eran veintidós las parejas que los hijos de Marco Emilio Lépido ofrecieron en los juegos fúnebres en honor de su padre, y más tarde sesenta parejas combatieron en el espectáculo organizado en 183 a.C. con motivo de la muerte de Publio Licinio.
Esta costumbre de celebrar combates de gladiadores en el funeral de alguien importante se mantuvo largo tiempo. Sin embargo, ya en tiempos de la República los combates de gladiadores empezaron a ser más que una ceremonia funeraria.
En efecto, a la vista de la popularidad que había alcanzado el espectáculo, los magsitrados y políticos se percataron de que podían utilizarlo como instrumento para ganarse al pueblo y conseguir los votos de los ciudadanos en las elecciones para las distintas magistraturas del Estado.
Cicerón afirmaba que los banquetes y los combates de gladiadores eran la forma más efectiva de pedir el voto, y eran pocos los políticos que podían jactarse de haber llegado a los más altos cargos sin dar al pueblo entretenimientos de este tipo.
Para los soberanos, los juegos de gladiadores ofrecían un escenario privilegiado para estar en contacto con la gente. Al no existir los medios de comunicación de masas, el anfiteatro se convirtió en un espacio de relación entre el soberano y sus súbditos. El público pedía ver a su emperador, e incluso se atrevía a hacerle peticiones que podían ser atendidas o desestimadas.
Durante el Imperio, los espectáculos del anfiteatro fueron adoptando un orden regular hasta ofrecer un programa típico que combinaba cacerías de animales, ejecuciones de condenados y luchas de gladiadores.
Una vez en las gradas, el público asistía por lo general a la siguiente secuencia de espectáculos: por la mañana se ofrecían cacerías de fieras salvajes, llamadas venationes; hacia mediodía se procedía a la ejecución de criminales, mientras que la tarde se dedicaba a las luchas de gladiadores, que constituía el momento más esperado por los aficionados.
Este programa tenía una fuerte carga simbólica, puesto que escenificaba el poder de la civilización sobre la barbarie. La exhibición de las fieras o animales más exóticos traídos de los confines del Imperio y la lucha contra ellos dejaba claro que Roma poseía el poder para dominar el mundo natural. A mediodía, el ajusticiamiento de criminales por diversos métodos era un ejemplo de lo que podía suceder a quienes se oponían a la ley romana.
En las luchas de gladiadores, el público sabía apreciar la pericia de los combatientes, alabando sus logros y criticando sus defectos. Gozaba, además, de la prerrogativa de conceder al vencido el perdón o la muerte, mientras que para el vencedor cabía incluso la posibilidad de conseguir la libertad si ofrecía un buen combate.
Tomado de:Historia National Geographic
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