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[+/-] | BOUDICA, LA REINA GUERRERA DE BRITANIA QUE LUCHÓ CONTRA LA INVASIÓN ROMANA |
Miembro de la aristocracia icena, se casó con el rey de esta tribu celta. Al morir éste, defendió su territorio de las ansias anexionistas de Roma. Acaudilló a las tribus autóctonas y lideró un ejército –de entre 100.000 y 230.000 soldados– contra la ocupación de Gran Bretaña.
La expansión territorial del Imperio Romano se produjo no sin dificultades con terribles guerras que jalonaron de sangre y devastación el mundo conocido. En el caso de Britania, fue el emperador Claudio quien, en el año 43, ocupó la isla con cuatro legiones que avanzaron hacia al interior entre grandes muestras de resistencia local. Pero uno de los principales obstáculos ante la dominación romana lo constituyó la rabia de una indómita guerrera que puso en jaque a las mejores tropas imperiales.
La gran heroína de los británicos vino al mundo en torno al año 30, en algún lugar de la tierra habitada por los icenos, una tribu de origen celta que se distribuía por la antigua región de Anglia del Este (actuales Norfolk y Suffolk).
Seguramente, su familia formaba parte de la predominante elite aristocrática que gobernaba su pueblo, por lo que recibió una educación acorde a dicha posición social. En 48, la hermosa joven de largos cabellos rojizos y elevada estatura se casó con Prasutagus, rey de los icenos, con quien tuvo sus dos únicas hijas.
Todo hacía ver que la existencia de Boudica sería feliz junto a su esposo y viendo cómo crecía su familia en un contexto en el que los icenos sobrevivían siendo clientes de los invasores romanos. No en vano, el propio monarca había firmado un pacto con los latinos por el que se comprometía a que tras su óbito su reino fuera repartido entre sus hijas y Roma a cambio de constantes ayudas militares y económicas.
En el año 60 se produjo el fallecimiento de Prasutagus. Su esposa quedó como regente, dispuesta a proteger la herencia de sus hijas ante las insistentes peticiones de los romanos, los cuales reclamaron para sí la anexión del territorio iceno y una abundante fortuna, que incluía la dote gestionada por la ahora reina Boudica.
Su negativa ante el abuso extranjero provocó que unidades legionarias, enviadas por el pretor Catus Decianus, arrasasen la región de los icenos, humillando de paso a Boudica. Ésta fue desnudada en público y azotada mientras veía con horror cómo los soldados de Roma violaban a sus hijas. La afrenta desató la furia de la britana y, enarbolando su brillante carisma, fue capaz de convocar a las tribus autóctonas hasta entonces desunidas para enfrentarse, en un combate sin igual, contra la maquinaria bélica más demoledora del mundo antiguo.
Según los investigadores históricos, entre 100.000 y 230.000 guerreros siguieron a su jefa militar, quien antes de iniciar los combates invocó la ayuda de Andraste, la diosa celta del triunfo. Asimismo, Boudica –nombre que venía a significar, precisamente, victoria– realizó una ceremonia en la que liberó de los pliegues de su vestimenta una liebre (animal sagrado para los britanos), lo que enardeció aún más el ánimo de los insurrectos.
Con determinación, las tropas rebeldes avanzaron sobre diversas ciudades dominadas por los ocupantes. En primer lugar cayó Camulodonum (actual Colchester), en medio de violentas luchas que acabaron con la destrucción de la guarnición romana. En auxilio de la ciudad acudió la IX Legión Hispana. Pero los sublevados habían preparado un plan de emboscada que acabó con la vida de más de 5.000 legionarios.
El terror se propagó entonces por las filas latinas, ya que –siguiendo sus costumbres de guerra– los britanos nunca hacían prisioneros y los vencidos eran ejecutados sin compasión. El siguiente objetivo para los insurgentes fue Londinium (actual Londres), plaza que fue tomada casi sin oposición para ser quemada hasta los cimientos.
No obstante, a Roma, por entonces bajo los designios del emperador Nerón, le restaban en la isla de Gran Bretaña suficientes recursos y generales experimentados para sofocar cualquier levantamiento. Y en el año 61, el magister militum Suetonio Paulino asumió el mando de dos experimentadas legiones, con las que asestó un golpe definitivo a los mal entrenados guerreros que seguían a su valiente soberana.
La derrota fue total para los autóctonos y su reina, antes de verse presa del enemigo, prefirió quitarse la vida junto con sus hijas ingiriendo veneno. Según se cuenta, los rituales funerarios que acompañaron su entierro fueron fastuosos y dignos de la gran líder que fue. Hoy en día, su tumba sigue en paradero desconocido, lo que fomenta aún más la leyenda de esta indómita mujer.
Durante el medievo se borró su memoria para ser recuperada y ensalzada en el siglo XIX, donde los historiadores británicos la compararon con la reina Victoria. En 1905, una estatua de Boudica subida en un carro de guerra fue instalada frente al Parlamento británico, en Londres, como símbolo del sentimiento de libertad que acompañó a su pueblo en un momento tan crucial para los moradores de la vieja Alvión.
La expansión territorial del Imperio Romano se produjo no sin dificultades con terribles guerras que jalonaron de sangre y devastación el mundo conocido. En el caso de Britania, fue el emperador Claudio quien, en el año 43, ocupó la isla con cuatro legiones que avanzaron hacia al interior entre grandes muestras de resistencia local. Pero uno de los principales obstáculos ante la dominación romana lo constituyó la rabia de una indómita guerrera que puso en jaque a las mejores tropas imperiales.
La gran heroína de los británicos vino al mundo en torno al año 30, en algún lugar de la tierra habitada por los icenos, una tribu de origen celta que se distribuía por la antigua región de Anglia del Este (actuales Norfolk y Suffolk).
Seguramente, su familia formaba parte de la predominante elite aristocrática que gobernaba su pueblo, por lo que recibió una educación acorde a dicha posición social. En 48, la hermosa joven de largos cabellos rojizos y elevada estatura se casó con Prasutagus, rey de los icenos, con quien tuvo sus dos únicas hijas.
Todo hacía ver que la existencia de Boudica sería feliz junto a su esposo y viendo cómo crecía su familia en un contexto en el que los icenos sobrevivían siendo clientes de los invasores romanos. No en vano, el propio monarca había firmado un pacto con los latinos por el que se comprometía a que tras su óbito su reino fuera repartido entre sus hijas y Roma a cambio de constantes ayudas militares y económicas.
En el año 60 se produjo el fallecimiento de Prasutagus. Su esposa quedó como regente, dispuesta a proteger la herencia de sus hijas ante las insistentes peticiones de los romanos, los cuales reclamaron para sí la anexión del territorio iceno y una abundante fortuna, que incluía la dote gestionada por la ahora reina Boudica.
Su negativa ante el abuso extranjero provocó que unidades legionarias, enviadas por el pretor Catus Decianus, arrasasen la región de los icenos, humillando de paso a Boudica. Ésta fue desnudada en público y azotada mientras veía con horror cómo los soldados de Roma violaban a sus hijas. La afrenta desató la furia de la britana y, enarbolando su brillante carisma, fue capaz de convocar a las tribus autóctonas hasta entonces desunidas para enfrentarse, en un combate sin igual, contra la maquinaria bélica más demoledora del mundo antiguo.
Según los investigadores históricos, entre 100.000 y 230.000 guerreros siguieron a su jefa militar, quien antes de iniciar los combates invocó la ayuda de Andraste, la diosa celta del triunfo. Asimismo, Boudica –nombre que venía a significar, precisamente, victoria– realizó una ceremonia en la que liberó de los pliegues de su vestimenta una liebre (animal sagrado para los britanos), lo que enardeció aún más el ánimo de los insurrectos.
Con determinación, las tropas rebeldes avanzaron sobre diversas ciudades dominadas por los ocupantes. En primer lugar cayó Camulodonum (actual Colchester), en medio de violentas luchas que acabaron con la destrucción de la guarnición romana. En auxilio de la ciudad acudió la IX Legión Hispana. Pero los sublevados habían preparado un plan de emboscada que acabó con la vida de más de 5.000 legionarios.
El terror se propagó entonces por las filas latinas, ya que –siguiendo sus costumbres de guerra– los britanos nunca hacían prisioneros y los vencidos eran ejecutados sin compasión. El siguiente objetivo para los insurgentes fue Londinium (actual Londres), plaza que fue tomada casi sin oposición para ser quemada hasta los cimientos.
No obstante, a Roma, por entonces bajo los designios del emperador Nerón, le restaban en la isla de Gran Bretaña suficientes recursos y generales experimentados para sofocar cualquier levantamiento. Y en el año 61, el magister militum Suetonio Paulino asumió el mando de dos experimentadas legiones, con las que asestó un golpe definitivo a los mal entrenados guerreros que seguían a su valiente soberana.
La derrota fue total para los autóctonos y su reina, antes de verse presa del enemigo, prefirió quitarse la vida junto con sus hijas ingiriendo veneno. Según se cuenta, los rituales funerarios que acompañaron su entierro fueron fastuosos y dignos de la gran líder que fue. Hoy en día, su tumba sigue en paradero desconocido, lo que fomenta aún más la leyenda de esta indómita mujer.
Durante el medievo se borró su memoria para ser recuperada y ensalzada en el siglo XIX, donde los historiadores británicos la compararon con la reina Victoria. En 1905, una estatua de Boudica subida en un carro de guerra fue instalada frente al Parlamento británico, en Londres, como símbolo del sentimiento de libertad que acompañó a su pueblo en un momento tan crucial para los moradores de la vieja Alvión.
Por Juan Antonio Cebrián en Magazine de El Mundo
Otro artículo sobre Boudica en ABC: "La reina britana que declaró la guerra a Roma porque violaron a sus hijas y otras historias de madres coraje"
[+/-] | EQUIPOS DE INVESTIGADORES CREEN HABER LOCALIZADO LA RUTA POR LOS ALPES DE ANÍBAL Y SUS TROPAS |
Unos investigadores creen haber localizado la ruta por los Alpes de las tropas cartaginesas. Han encontrado sedimentos con heces de caballo en un paso a 3.000 metros de altura
En el año 218 antes de Cristo, las tropas cartaginesas comandadas por Aníbal, con 30.000 soldados, 8.000 caballeros y la presencia simbólica de 37 elefantes, decidieron avanzar hacia Italia desde Saguntum para hacer frente por sorpresa a los romanos en su propio territorio, un periplo que suponía atravesar los Alpes en pleno invierno. Polibio y Tito Livio, entre otros historiadores, glosaron años después la heroica travesía, que ha perdurado como uno de los hitos militares de la antigüedad, aunque los estudios más modernos sostienen que el paso alpino no fue tan triunfante y se cobró realmente vidas humanas, además de centenares de caballos y posiblemente todos los elefantes.
Nunca, sin embargo, se ha podido demostrar qué ruta tomó el ejército cartaginés para cruzar la cordillera: no hay ningún registro arqueológico.
Ahora, un equipo internacional encabezado por William Mahaney, de la York University de Toronto, y Chris Allen, de la Queen University de Belfast, asegura haber descubierto evidencias de que Aníbal y sus tropas pasaron los Alpes por el actual Col de Traversette, un duro puerto de montaña, aún sin asfaltar, que se eleva hasta 2.946 metros de altura en la frontera franco-italiana. Previamente, los cartagineses habían atravesado los Pirineos y remontado el valle del Ródano buscando un lugar apto para cruzar el río.
Los investigadores aportan una prueba sorprendente: han encontrado en los sedimentos de la zona restos de excrementos con una gran cantidad de bacterias del género Clostridium, muy comunes en la flora intestinal de los caballos, y además con una edad estimada superior a los 2.000 años, congruente con el relato histórico, según ha confirmado un análisis con radioisótopos de carbono. Los clostridios, insiste Allen, son muy estables en el suelo y pueden sobrevivir durante miles de años. Los detalles del estudio se han publicado en la revista Archaeometry.
El lugar del hallazgo, un antiguo pantano, lo habrían empleado las tropas cartaginesas para que pudieran beber los caballos. A esas alturas, ni hoy en día es habitual ver fauna. “La capa de sedimentos solo se entiende por una masiva deposición de animales”, comenta el investigador de la Queen University de Belfast, aunque asume que son necesarios más estudios para descartar otras hipótesis. Entre otros problemas, no se han hallado restos de ningún animal muerto. Una posibilidad sería encontrar huevos de tenia de caballo, añade.
La vía de Traversette fue propuesta hace más de medio siglo por el biólogo británico Sir Gavin de Beer, que fue director del Museo de Historia Natural de Londres. Sin embargo, la dificultad que entrañaba el camino, incluso en la actualidad, hizo que el grueso de la comunidad académica la considerara poco creíble y se inclinara por el paso por Col du Mont Cenis, Col Clapier o incluso el Pequeño San Bernardo, puertos situados más al norte. La opción de Traversette, aparentemente la más difícil, presupone haber pasado antes por el valle del Drôme, el Col de Grimone y las gargantas de Queyras, en el río Guil. Según Mahaney, si tomó esta ruta más difícil es porque pretendía evitar el ataque de los tribus celtas que poblaban la zona, algo que no logró evitar por completo. Además, considera que el trayecto meridional es más acorde con la información recogida por los historiadores clásicos. Polibio, por ejemplo, sostiene que los cartagineses fueron sorprendidos por los alóbroges en una emboscada en un valle angosto. Queyras es un candidato plausible.
Los mitos del ejército cartaginés
Pedro Barceló, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Potsdam y autor de diversos libros sobre Aníbal, recuerda que hay que ser prudentes al intentar confirmar arqueológicamente una historia con tintes de leyenda. "Aunque Aníbal fue posiblemente el mejor estratega militar de la antigüedad, incluso por delante de Alejandro Magno, son habituales las exageraciones sobre su figura". Un ejemplo es el paso alpino, representado pictóricamente con elefantes cargados de abalorios.
Barceló recuerda que las tribus gálicas de Saboya atravesaban habitualmente los Alpes, y que Asdrúbal, hermano del caudillo cartaginés, también lo hizo pocos años después con su ejército. Asimismo, considera que una expedición tan nutrida no necesariamente cruzó los Alpes de golpe, sino que pudo haberlo hecho por fases. "Cuando los historiadores romanos ensalzaban la figura de Aníbal, un guerrero que a la postre acabó derrotado, lo que estaban haciendo era ensalzar la fuerza de la propia Roma", resume Barceló.
El periódico
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Avance de Aníbal hacia Italia en el año 218 a.C. |
Nunca, sin embargo, se ha podido demostrar qué ruta tomó el ejército cartaginés para cruzar la cordillera: no hay ningún registro arqueológico.
Ahora, un equipo internacional encabezado por William Mahaney, de la York University de Toronto, y Chris Allen, de la Queen University de Belfast, asegura haber descubierto evidencias de que Aníbal y sus tropas pasaron los Alpes por el actual Col de Traversette, un duro puerto de montaña, aún sin asfaltar, que se eleva hasta 2.946 metros de altura en la frontera franco-italiana. Previamente, los cartagineses habían atravesado los Pirineos y remontado el valle del Ródano buscando un lugar apto para cruzar el río.
Los investigadores aportan una prueba sorprendente: han encontrado en los sedimentos de la zona restos de excrementos con una gran cantidad de bacterias del género Clostridium, muy comunes en la flora intestinal de los caballos, y además con una edad estimada superior a los 2.000 años, congruente con el relato histórico, según ha confirmado un análisis con radioisótopos de carbono. Los clostridios, insiste Allen, son muy estables en el suelo y pueden sobrevivir durante miles de años. Los detalles del estudio se han publicado en la revista Archaeometry.
El lugar del hallazgo, un antiguo pantano, lo habrían empleado las tropas cartaginesas para que pudieran beber los caballos. A esas alturas, ni hoy en día es habitual ver fauna. “La capa de sedimentos solo se entiende por una masiva deposición de animales”, comenta el investigador de la Queen University de Belfast, aunque asume que son necesarios más estudios para descartar otras hipótesis. Entre otros problemas, no se han hallado restos de ningún animal muerto. Una posibilidad sería encontrar huevos de tenia de caballo, añade.
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Aníbal y su ejército. Museo Capitolino, Roma |
Los mitos del ejército cartaginés
Pedro Barceló, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Potsdam y autor de diversos libros sobre Aníbal, recuerda que hay que ser prudentes al intentar confirmar arqueológicamente una historia con tintes de leyenda. "Aunque Aníbal fue posiblemente el mejor estratega militar de la antigüedad, incluso por delante de Alejandro Magno, son habituales las exageraciones sobre su figura". Un ejemplo es el paso alpino, representado pictóricamente con elefantes cargados de abalorios.
Barceló recuerda que las tribus gálicas de Saboya atravesaban habitualmente los Alpes, y que Asdrúbal, hermano del caudillo cartaginés, también lo hizo pocos años después con su ejército. Asimismo, considera que una expedición tan nutrida no necesariamente cruzó los Alpes de golpe, sino que pudo haberlo hecho por fases. "Cuando los historiadores romanos ensalzaban la figura de Aníbal, un guerrero que a la postre acabó derrotado, lo que estaban haciendo era ensalzar la fuerza de la propia Roma", resume Barceló.
El periódico
[+/-] | CRONOLOGÍA DE LA HISTORIA DE ROMA (Resumidísima) |
753 a. C. | Fundación de Roma. |
754-509 a.C. | Periodo de la monarquía, con legendarios reyes latinos y sabinos (Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio, Anco Marcio), y etruscos (Tarquino Prisco, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio). |
509a.C. | Comienzo de la República. |
494 a. C. | Rebelión de los plebeyos que se retiran al monte Aventino para exigir la igualdad de derechos con los patricios. |
c. 450 a. C. | Reconocimiento de la igualdad civil con la elaboración de un código de leyes escrito, la Ley de las XII Tablas. |
300 a.C. | Reconocimiento de la igualdad de derechos políticos y religiosos entre patricios y plebeyos. (libre acceso al Senado, las magistraturas y colegios sacerdotales). |
Siglos V-III a.C. | Roma se apodera de toda la península italiana tras vencer a volscos, samnitas, etruscos, galos y griegos. |
264-146 a.C. | Guerras púnicas entre Roma y Cartago.Tras éstas Roma domina todo el Mediterráneo central y occidental (Hispania). |
147a. C. | Conquista de Grecia. |
133-121 a.C. | Movimiento reformador de los hermanos Gracos que fracasa por la oposición de la aristocracia. |
82-71 a. C. | Rebelión de los pueblos Itálicos que reivindican la ciudadanía romana. Dictadura de Sila tras vencer a Mario en una guerra civil. Levantamiento de los esclavos dirigido por Espartaco. |
49-44 a. C. | Primer Triunvirato: Pompeyo, Craso, César. Cesar conquista las Galias. Guerra civil entre Pompeyo y César. César se convierte en dictador. Asesinato de César el año 44 a. C. |
42-30 a. C. | Segundo triunvirato: Lépido, Antonio y Octavio. Victoria de Octavio sobre Antonio en Actium. Octavio Conquista Egipto. |
27a.C.-14 d.C. | Comienzo del Imperio. Establecimiento del Principado. Octavio gobierna con el título de Augusto. Fin de las guerras civiles. |
14-193 d.C. | Gobierno de las dinastías Julio Claudia, de los Flavios y de los Antoninos. Periodo de casi dos siglos de paz la Pax Romana sólo alterada por algunas campañas exteriores. Con Trajano (98-117) el Imperio alcanza su máxima extensión tras la conquista de la Dacia (Rumanía). |
193-284 d.C. | Periodo de la anarquía militar: se sucede un gran número de emperadores elegidos por el ejército. Presión de los pueblos fronterizos (germanos, partos...)y crisis económica. Migraciones desde las ciudades al campo. |
284-305 d.C. | Reinado de Diocleciano; la Tetrarquía.Comienza el Dominado: el Imperio se convierte en monarquía absoluta, incluso se diviniza al emperador. Persecuciones de cristianos |
306-337 d.C. | Reinado de Constantino. Apogeo del absolutismo monárquico. Concesión de libertad de culto a los cristianos (Edicto de Milán, 313). |
379-395 d.C. | Reinado de Teodosio. En el 391 convierte al cristianismo en la religión oficial del Imperio.División del Imperio entre sus hijos (395 d. C.): Occidente para Honorio y Oriente para Arcadio |
476 d.C. | Caída del Imperio Romano de Occidente en el 476. El Imperio de Oriente se mantuvo hasta 1453. |
Recurso: Proyecto Palladium
[+/-] | ANÍBAL BARCA, EL INESPERADO GENIO DE LA GUERRA QUE DEJÓ ROMA AL BORDE DE LA DESTRUCCIÓN |
Los romanos nunca entendieron el motivo de que su gran enemigo no hubiera intentado destruir Roma tras la batalla de Cannas y perpetuaron la imagen de un Aníbal a las puertas de la ciudad acobardado por el poder romano. Nada más lejos de la realidad.
Al final de su vida Aníbal Barca se vio obligado a exiliarse de Cartago y refugiarse en el Imperio Seleúcita. Allí sirvió como consejero militar y tuvo ocasión de encontrarse una vez más con su gran enemigo, Publio Cornelio Escipión «El Africano», en un ambiente lejos de los campos de batalla. Los viejos rivales tuvieron una despreocupada discusión en Éfeso sobre quién era el mejor general de la historia. La respuesta de Aníbal fue inmediata: «Alejandro Magno». Escipión estuvo de acuerdo, poniendo igualmente a Alejandro en primera posición. Después, preguntó a Aníbal a quién colocaría segundo. Éste respondió que a Pirro, porque consideraba que la primera virtud de un general era la audacia.
Escipión insistió tal vez buscándose en la lista. Aníbal no le dio esta satisfacción: «Yo mismo, en mi juventud he conquistado Hispania y atravesado los Alpes con un ejército, hechos que han sucedido por primera vez desde Heracles. He atravesado Italia y habéis temblado de terror, obligándoos a abandonar cuatrocientas de vuestras poblaciones, y a menudo he amenazado vuestra ciudad con extremo peligro, todo ello sin recibir dinero ni refuerzos de Cartago». Como el general romano vio que el púnico estaba dispuesto a seguir autopromocionándose, dijo riendo: «¿En qué posición te colocarías, Aníbal, si no hubieras sido derrotado por mí?». Aníbal notó sus celos y respondió: «En ese caso me habría colocado por delante de Alejandro».
La ofensiva militar de Aníbal Barca contra la República de Roma marcó a varias generaciones de romanos, como lo había hecho Alejandro en el imaginario heleno. Aníbal cruzó los Alpes en noviembre del año 218 a.C. y cayó con violencia sobre la Italia septentrional. Los romanos no estaban acostumbrados a un ataque de esas características, y menos procedente de Cartago, que en la Primera Guerra Púnica se había limitado a una estrategia comedida y concentrada en Hispania. ¿Quién era ese genio inesperado capaz de dar un vuelco a la suerte de Cartago?
No era un hombre sino un rayo, pues «Barca» no era un apellido sino un apelativo de barqä («rayo», en lengua púnica). Hijo del general Amílcar Barca y de su mujer ibérica, Aníbal se crió en el ambiente helenístico propio de Cartago, una vieja colonia fenicia que había evolucionado hasta convertirse en un potente imperio con presencia en la Península Ibérica. Se sabe que aprendió de un preceptor espartano, llamado Sosilos, las letras griegas, y que juró a los 11 años que nunca sería amigo de Roma y emplearía «el fuego y el hierro para romper el destino» de esta ciudad. Así lo empezó a hacer con la conquista en el año 219 a.C de Sagunto, ciudad española aliada de Roma, cuyo ataque precipitó una nueva guerra entre las dos grandes potencias mediterráneas, la República de Roma contra Cartago.
La respuesta de Roma fue inmediata: se preparó para llevar la guerra a África y a la Península Ibérica. Uno de los dos cónsules de ese año se dirigió a Sicilia a preparar un ataque sobre la propia Cartago, mientras el otro cónsul, Publio Cornelio Escipión (el padre de «El Africano»), se dirigió al encuentro de los hermanos Barca en la Península. No obstante, los planes de Aníbal iban más allá de combatir en España. Ante la sorpresa general, decidió invadir Roma por tierra, en parte obligado por la inferioridad naval y las dificultades financieras para armar una armada. Aníbal partió con un ejército compuesto por 90.000 soldados de infantería, 12.000 jinetes y 37 elefantes, que fue incrementándose al principio del camino con tropas celtas y galas, que también se sumaron a la ofensiva contra Roma. En su ausencia, confió el gobierno de España a su hermano Asdrúbal.
Escipión se enteró en Massilia (Marsella) de que Aníbal ya se encaminaba hacia Roma. La presencia cercana de las tropas romanas obligó a Aníbal a entrar en Italia atravesando los Alpes con ayuda de guías indígenas. La travesía, que tuvo lugar en invierno, se desarrolló en quince días, pero el precio pagado en vidas humanas fue muy alto, ya que al llegar a la altura de Turín tan solo quedaban vivos 20.000 infantes, 6.000 jinetes y un elefante. Aníbal, además, perdió su ojo derecho a causa de una infección durante el dificultoso trayecto.
En las cercanías de Verceil, Escipión trató de cerrar el paso a las fuerzas invasoras y sufrió una grave derrota a manos de la caballería púnica. A continuación, su colega en el consulado, Sempronio Longo, unió su ejército a los restos del de Escipión y se enfrentó al cartaginés en Trebia, donde fue derrotado de forma estrepitosa. Al año siguiente fue Aníbal el que emboscó a uno de los cónsules, Flaminio, que pereció junto a 15.000 hombres. El genio militar había llegado a Italia para quedarse.
Las bajas romanas fueron aterradoras en esa fase de la Segunda Guerra Púnica y Aníbal demostró con creces que –como señala Adrian Goldsworthy en su libro «Grandes generales del ejército romano» (Ariel)– «era uno de los comandantes más capaces de la Antigüedad y comandaba un ejército superior en todos los aspectos a las inexpertas legiones romanas». La ferocidad del ataque de Aníbal colocó a Roma a las puertas de la derrota total y obligó a la República a recurrir a dos veteranos, Fabio Máximo y Marco Claudio Marcelo, que ni siquiera estaban en edad de disponer de mando directo sobre el terreno. Las reglas de ese tipo estaban para saltárselas en casos de emergencia.
Ninguno de los dos consiguió infligir una derrota decisiva a Aníbal pero al menos salvaron la ciudad cuando todo parecía perdido. Tras la muerte de Flaminio, Fabio Máximo fue nombrado dictador con imperium supremo para hacerse cargo de la defensa de Roma, que se encontraba completamente a merced del avance cartaginés. Fabio Máximo evitó trabar combate con Aníbal, si bien consiguió debilitarle lentamente aprovechando la dificultad que tenía de recibir refuerzos y suministros. Cuando Fabio Máximo llevaba seis meses como dictador, renunció al cargo al considerar que había logrado su objetivo de alejar la amenaza sobre Roma. Al año siguiente, no en vano, Roma perdió cualquier ventaja adquirida y se situó exactamente al borde del precipicio tras el desastre de Cannas.
La más famosa de las batallas de la antigüedad tuvo lugar el 2 de agosto del 216 a.C. Aníbal venció a un ejército muy superior en número al suyo empleando una táctica envolvente y aprovechando las condiciones del terreno (estrecho y plano). Colocó en el centro a su infantería hispana y gala en un semicírculo convexo, poniendo en las alas a su infantería africana. El círculo de hombres se expandió , antes de cerrarse lentamente. Como resultado, las fuerzas de Aníbal causaron cerca de 50.000 muertos, entre los que figuraba el cónsul Lucio Emilio Paulo, dos ex-cónsules, dos cuestores, una treintena de tribunos militares y 80 senadores. Su movimiento en tenaza ha sido un recurrente objeto de análisis de la Historia Militar, siendo aplicado por los alemanes tanto en la Primera Guerra Mundial como en la Segunda.
La ciudad de Roma quedó, definitivamente, a la espera de que el cartaginés se decidiera a asediarla, lo cual jamás hizo. «Los dioses no han concedido al mismo hombre todos sus dones; sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovecharte de la victoria», afirmó según la leyenda Maharbal, fiel lugarteniente de Aníbal. Los romanos nunca entendieron el motivo por el qué no intentó destruir la ciudad y perpetuaron la imagen de un Aníbal a las puertas de la ciudad acobardado por el poder romano. Lo cierto es que el genio militar no contaba con el equipamiento ni los suministros necesarios para acometer una empresa así. Su situación en la Península itálica era precaria, siendo su principal objetivo derrotar a Roma aislándola diplomáticamente y debilitando su poder frente a sus aliados latinos. Tras la batalla, Aníbal desplegó una intensa labor diplomática en el sur de Italia aprovechando el efecto de su victoria. Pactó con varias ciudades italianas y garantizó su autonomía con el fin de establecer un protectorado en el sur de Italia y Sicilia.
Tal vez con lo que Aníbal no contaba era la rápida capacidad de rehacerse de su enemigo. Roma contestó poniendo al frente de la República en el año 214 a.C. de nuevo a Fabio Máximo y al también veterano Claudio Marcelo. El escudo y la espada de Roma, como fueron apodados, contuvieron la herida de la ciudad a la espera de que la incursión de Aníbal perdiera fuerza. Lejos de sus bases de avituallamiento, sin posibilidad de recibir refuerzos, ya que su hermano Asdrúbal había sido derrotado y muerto por Claudio Nerón en la batalla de Metauro en 207 a.C, el ejército de Aníbal quedó aislado e inmovilizado en la Italia meridional durante varios años, situación que aprovecharon los romanos para contraatacar. Precisamente fue esa nueva generación de romanos, con Claudio Nerón y Publio Cornelio Escipión «El Africano», que estuvo presente en Cannas con un cargo menor, la que dio el golpe definitivo a Aníbal en los siguientes años.
Como había buscado sin éxito su padre, «El Africano» trasladó la guerra a Hispania y expulsó de allí a los cartagineses. Sus esfuerzos obligaron a Aníbal a regresar a África, donde fue vencido en la batalla de Zama, en el 202 a.C. A consecuencia de esta derrota, Cartago se vio obligada a firmar una paz humillante, que puso fin al sueño cartaginés de crear un gran imperio en el Mediterráneo occidental.
Pero Aníbal no se dio por vencido. Intentó reconstruir el poder militar cartaginés, pero, perseguido por los romanos y acosado por sus enemigos en el Senado de Cartago, tuvo que huir y refugiarse en la corte de Antíoco III de Siria. Fue la primera de las muchas etapas de su largo exilio, donde el más emblemático enemigo de Roma fue agasajado por distintos reyes asiáticos que aspiraban a aumentar las prestaciones militares de sus ejércitos.
Estando bajo la protección del Rey de Bitinia (un antiguo reino localizado al noroeste de Asia Menor), Aníbal decidió suicidarse al sospechar que agentes romanos estaban cerca de capturarle en el invierno del 183 a. C. empleando un veneno que llevó durante mucho tiempo en un anillo. Según el historiador clásico Tito Livio, Aníbal murió curiosamente el mismo año que Escipión «El Africano», cuando ya contaba 63 años.
[+/-] | ASÍ ERA LA ROMA IMPERIAL |
En torno al año 300 d.C., quienes visitaban Roma no dejaban escapar la ocasión para tomar un baño en las termas de Caracalla, ver una carrera de cuadrigas en el circo Máximo o ir de compras por los mercados de Trajano.
Hacia el año 300 d.C., aunque ya mostraba signos de decadencia, Roma seguía siendo la ciudad más poblada del Mediterráneo, con unos 700.000 habitantes, y concentraba en el interior de sus murallas los principales núcleos administrativos y comerciales del Imperio. Ciudadanos de todo el mundo acudían a la metrópoli para resolver asuntos judiciales, para establecer contactos comerciales o, simplemente, para admirar sus sofisticadas infraestructuras y los magníficos monumentos de un pasado glorioso.
Los viajeros accedían a la ciudad a través de diecisiete puertas abiertas en la muralla que Aureliano había mandado construir en el año 271 d.C. para proteger la capital de las incursiones bárbaras. Una de las más frecuentadas era la Porta Ostiensis. Quienes viajaban por mar desembarcaban en Ostia (Roma tenía un puerto fluvial, pero allí sólo se transportaban mercancías), donde tomaban un carro de pasajeros tirado por mulas, la cisia, que los acercaba a la capital por la vía Ostiense en menos de dos horas. En el trayecto en carro se alcanzaban a ver las salinas del Tíber y los cientos de esclavos y bueyes que servían para arrastrar río arriba las pequeñas naves cargadas con los productos necesarios para abastecer las necesidades de una ciudad densamente poblada.
Conforme el viajero se acercaba a la ciudad podía ver las numerosas tumbas situadas a ambos lados de la vía y tal vez tropezaba con algún cortejo fúnebre, precedido por flautistas y plañideras, que guiaba al difunto y a sus familiares y amigos hasta el sepulcro. Sin duda, no dejaría de fijarse en una tumba en forma de pirámide erigida por un liberto adinerado del siglo I a.C., justo al lado de la puerta. Allí mismo dejaría el carro en la estación de cambio (mutatio) cercana a la puerta de la muralla, en la que se podía dar de beber y de comer a los animales antes de emprender el camino de regreso con nuevos pasajeros, y acto seguido se adentraba en la bulliciosa metrópoli.
Antes de empezar a callejear, si lo requería, el viajero podía aliviarse en los retretes públicos, letrinas situadas junto a la puerta de la muralla y comer algo en alguna de las numerosas posadas (llamadas cauponae o tabernae) que ofrecían raciones de jamón, queso, aceitunas y vino. Desde la puerta tenía la opción de tomar un camino por la izquierda que lo llevaba al puerto fluvial de Roma, el llamado Emporium, donde se alzaban los inmensos graneros de la Marmorata. El ambiente allí era de ajetreo incesante. Elio Arístides, un retórico griego del siglo II d.C., afirmaba en su Elogio de Roma que en el puerto del Tíber «confluye de cada tierra y de cada mar lo que generan las estaciones y producen las diversas regiones, ríos, lagos y las artes de los griegos y de los bárbaros. Si uno quiere observar todas estas cosas, tiene que ir a verlas viajando por todo el mundo conocido o venir a esta ciudad, pues cuanto nace y se produce en cada pueblo es imposible que no se encuentre siempre aquí y en abundancia».
En efecto, al puerto fluvial de Roma llegaban cargamentos de la India y de Arabia, tejidos babilonios, adornos de las regiones bárbaras, mármoles griegos y africanos, aceite hispano y, principalmente, toneladas de trigo de Sicilia y de Egipto, que se depositaban en los almacenes del puerto, los horrea. La mayor parte de ese trigo se distribuía después gratuitamente por las panaderías industriales diseminadas por la ciudad para asegurar el pan a los más pobres. Cerca del puerto había numerosos hornos de pan (Forum Pistorium) así como dos grandes mercados: uno de frutas y verduras (Forum Holitorium) y otro de carne (Forum Boarium). Las ánforas en las que llegaban envasados el aceite y el vino, una vez vaciadas se rompían y se tiraban a un depósito al sur del puerto fluvial, que terminó convirtiéndose en una colina artificial de treinta metros de altura y de un kilómetro de circunferencia, conocida hoy como el monte Testaccio.
Si el viajero deseaba evitar el jaleo del puerto, podía, desde la puerta Ostiense, emprender la subida al monte Aventino siguiendo el camino denominado vicus portae Radusculanae. El Aventino era una de las zonas más venerables de Roma. Allí se había alzado la acrópolis desde la que la plebe romana se había enfrentado a los patricios y que había albergado numerosos templos. Hacia 300 d.C. éstos se hallaban ya deteriorados, como el templo de Diana –copia del Artemision de Éfeso– y los santuarios de Ceres, Libero y Libera. Cercanos a éstos, en los últimos tiempos habían surgido templos dedicados a dioses orientales, como Júpiter Doliqueno, Mitra e Isis. Las casas populares que cubrían el monte en tiempos de Augusto habían sido sustituidas paulatinamente por refinadas residencias aristocráticas, que gozaban de una ubicación excelente, cercana al centro neurálgico de la ciudad y con vistas incomparables sobre Roma. No era de extrañar que en un lugar tan privilegiado hubieran tenido su residencia personajes como Trajano y Adriano antes de ser nombrados emperadores.
En la ruta hacia el circo Máximo, el camino pasaba por los aledaños de dos termas privadas de lujo, las Suranae y las Decianae, y de las termas públicas construidas por el emperador Caracalla, que podían acoger a 1.600 bañistas por turno y en torno a 8.000 personas al día. Las termas de Caracalla no eran tan grandes como las establecidas por el emperador Diocleciano al norte de la ciudad, entre los barrios del Quirinal, el Viminal y el Esquilino, pero ofrecían igualmente magníficas piscinas de agua caliente y fría y pórticos y jardines en los que se podían contemplar bellas esculturas y asistir a conciertos y recitales poéticos.
Continuando el paseo hacia el norte se llegaba al circo Máximo, el mayor edificio de espectáculos con el que contó Roma. Fundado en el siglo VI a.C., fue objeto de continuas restauraciones y ampliaciones hasta dar acogida a nada menos que 385.000 espectadores. En él se desarrollaban principalmente carreras de caballos al menos una vez a la semana. Asistir a uno de los ludi circenses resultaba una experiencia inolvidable. Según recordaba el obispo cristiano Juan Crisóstomo: «El edificio se llena hasta las últimas gradas. Las caras son tan numerosas que el corredor superior y el techo mismo quedan escondidos por la masa de espectadores y no se ven ni ladrillos ni piedras, sino que todo es rostros y cuerpos humanos». Eran frecuentes, además, las representaciones teatrales en el teatro de Marcelo y, sólo diez días al año, los cuestores de la ciudad pagaban juegos gladiatorios y cacerías (venationes), que tenían lugar en el anfiteatro Flavio, el Coliseo. Hay que tener presente que en el siglo IV había 177 días festivos en el calendario romano, aunque el pueblo sólo abandonaba sus ocupaciones para ir a los espectáculos durante algunas horas.
Desde el Coliseo, el viajero se vería sin duda arrastrado hacia la zona de los foros, tanto el de época republicana como los adyacentes construidos por Julio César, Augusto, Vespasiano, Nerva y Trajano. Ésta era sin duda la zona más concurrida y bulliciosa de la ciudad. En el Foro romano, en particular, se podía encontrar todo tipo de personas dedicadas a los oficios más diversos, no siempre respetables. El comediógrafo Plauto había descrito así el ambiente del foro: «Los maridos ricos y los derrochones se pueden buscar en los alrededores de la basílica; allí también están las mujeres de mala vida y los negociantes sin escrúpulos […] En la parte más baja del Foro pasean las personas honestas y los ricos, y en el centro, los fanfarrones. Bajo los viejos talleres, están los usureros. En el vicus Tuscus se encuentran los hombres que comercian con su cuerpo; en el Velabro, el panadero, el carnicero, el arúspice [adivino], los embrollones…».
Por encima de las voces de todos ellos se podía oír al pregonero anunciando los espectáculos patrocinados por los ricos o a algún orador que pronunciaba sobre la nueva tribuna el elogio fúnebre de un difunto, acompañado por el clamor de tubas y cuernos; e incluso podían aparecer los senadores reunidos sobre las escalinatas de alguno de los templos de la plaza. Como apuntaba Plauto, por la noche, después de que las tiendas, los talleres y las oficinas de la administración pública hubieran cerrado, el Foro se convertía en lugar de encuentro para la prostitución, tanto masculina como femenina, aunque existían también prostíbulos (lupanares) repartidos por toda la ciudad.
Si el forastero que visitaba Roma quería ir de compras, lo primero que tenía que hacer era cambiar moneda en el puesto de un banquero, que solía encontrarse en el centro de los mercados permanentes (macella). Después podía adquirir productos de mayor calidad en las tiendas cercanas al Foro o en las instaladas dentro de los mercados de Trajano, el mayor centro comercial de Roma, o bien buscarlos a bajo precio en los puestos ambulantes de los mercadillos que se organizaban en los barrios cada nueve días (nundinae).
Separado del foro de Augusto por un alto muro de piedra, que servía también de cortafuegos, se encontraba el barrio de la Subura, famoso como centro de prostitución. La calle que atravesaba el barrio, el clivus suburanus, era una áspera vía siempre interrumpida por el lento paseo de las recuas de mulas, según describe Marcial, con el empedrado sucio y mojado por el agua de la fuente de Orfeo. Más allá de aquella fuente comenzaba un barrio de fastuosas mansiones dotadas de grandes peristilos internos, como la que habitó Plinio el Joven. Con la Subura colindaba por el noreste el Sambucus, un barrio popular de callejones tortuosos e irregulares y de casas rústicas, dotadas de pequeños postigos, corrales y huertos, donde los vecinos se despertaban cada mañana con el canto de los gallos.
Paseando por aquellos barrios, el viajero podía tener la falsa sensación de estar en un pueblo. Pero si dirigía sus pasos hacia la vía Flaminia, que partía desde el Foro hacia el norte de Roma, encontraría un panorama de grandes bloques de apartamentos (insulae), de entre tres y ocho plantas. Las vertiginosas torres de viviendas que «parecían alcanzar las nubes», según describen los poetas romanos, eran grandes moles de ladrillo organizadas en torno a un patio de luz interno, con accesos y escaleras colocados en diversos lados y dotados de amplios balcones. En cada esquina del edificio había una fuente y a lo largo de la calle se levantaba un amplio porticado, sobre el que se abrían diferentes negocios en los que vivían hacinados los esclavos que los gestionaban. Los mejores apartamentos estaban en los pisos bajos, mientras que los más pequeños y peor ventilados ocupaban los pisos más altos.
Pasada la jornada en medio del bullicio de la gente, el ruido de los carros, las continuas y repetitivas cantinelas de los vendedores o los malos olores de las lavanderías y los mercados, llegaba el momento de buscar alojamiento para la noche. Lo más habitual era alojarse en casa de un ciudadano con el que la familia tenía un pacto de hospitalidad, el cual se demostraba mediante una tessera hospitalis, un objeto, normalmente en bronce, compuesto por dos partes que encajaban entre sí. Según las normas de hospitalidad, el anfitrión debía recibir a su huésped, hacer un sacrificio en su nombre, prepararle un baño, servirle una buena cena, darle conversación, ofrecerle una cama cómoda y colmarlo de regalos a su partida. Pero si no era así, había que conformarse con un camastro en el piso superior de una caupona, un bar normalmente mugriento y oscuro, en donde se daban cita borrachos, jugadores y prostitutas.
Para saber más
La ciudad antigua. La vida en la Atenas y Roma clásicas. Peter Connolly. Acento, Madrid, 1998.
Un día en la antigua Roma. A. Angela. La Esfera de los Libros, Madrid, 2009.
[+/-] | MASADA: EL ÚLTIMO BASTIÓN JUDIO |
En el año 74 d.C., decididos a poner fin a la gran revuelta judía contra su dominio, los romanos sitiaron la fortaleza de Masada. Allí resistía un grupo de aguerridos combatientes que prefirieron suicidarse antes que aceptar la rendición. O al menos así lo cuenta la leyenda.
En el año 70 d.C., las legiones romanas comandadas por Tito, el hijo del emperador Vespasiano, tomaron Jerusalén a sangre y fuego. Tras masacrar a sus habitantes y saquear y arrasar el templo de Salomón, Tito y sus lugartenientes creyeron haber aplastado definitivamente la gran rebelión judía contra su dominio, iniciada cuatro años antes.
Quedaban tan sólo algunos reductos rebeldes, particularmente en tres fortalezas que se alzaban a orillas del mar Muerto. Dos de ellas, Maqueronte y Herodion, no tardaron en caer. Pero la tercera presentaría una encarnizada resistencia y obligaría a los romanos a organizar una de las mayores y más arduas operaciones de asedio de la historia de Roma.
Masada se encuentra sobre un promontorio rocoso que se alza 400 metros sobre el nivel del mar Muerto. El lugar había sido utilizado como fortaleza desde el siglo II a.C., pero fue Herodes el Grande, rey de Judea entre los años 37 y 4 a.C. y aliado de los romanos, quien la habilitó como una ciudadela regia, construyendo una muralla, una torre de defensa, almacenes, cisternas, cuarteles, arsenales y residencias para los miembros de la familia real. Desde el año 6 d.C. había estacionada allí una guarnición romana.
Al estallar la rebelión judía en 66 d.C., un grupo de rebeldes se apoderó de la plaza fuerte y eliminó a la guarnición romana. Dirigidos por un tal Menahem, y tras su muerte por su sobrino Eleazar ben Yair, pertenecían a un grupo de judíos radicales, los sicarios, denominados así por el puñal o sica que solían emplear. Los sicarios formaban parte a su vez de los zelotas, un movimiento que propugnaba el uso de la violencia para liberarse del yugo romano y acelerar la venida del Mesías. A ojos de los romanos, en cambio, los sicarios eran meros criminales que utilizaron la revuelta contra Roma como pretexto para sus abusos, según recogía Flavio Josefo, el principal cronista de la guerra. De hecho, pese a tomar Masada al principio de la guerra, los hombres de Eleazar ben Yair no combatieron contra los romanos, sino que se dedicaron a asolar la región del mar Muerto desde su base en Masada, protagonizando «hazañas» como el saqueo de la vecina población judía de Eingedi, donde mataron a setecientas personas.
Durante los años de guerra contra Roma, los sicarios de Masada modificaron las construcciones de la fortaleza adaptándolas a sus necesidades y prácticas religiosas. Construyeron talleres o pequeñas viviendas separadas por tabiques, donde los arqueólogos han hallado utensilios de uso cotidiano como recipientes de piedra para la comida, ideales para evitar cualquier impureza ritual descrita en la ley judía. También se construyeron baños para abluciones rituales (en hebreo, mikvaot) y una panadería. En el vestuario de la casa de baños de Herodes se añadieron bancos y se instaló una bañera en una esquina.
Quedaban tan sólo algunos reductos rebeldes, particularmente en tres fortalezas que se alzaban a orillas del mar Muerto. Dos de ellas, Maqueronte y Herodion, no tardaron en caer. Pero la tercera presentaría una encarnizada resistencia y obligaría a los romanos a organizar una de las mayores y más arduas operaciones de asedio de la historia de Roma.
Masada se encuentra sobre un promontorio rocoso que se alza 400 metros sobre el nivel del mar Muerto. El lugar había sido utilizado como fortaleza desde el siglo II a.C., pero fue Herodes el Grande, rey de Judea entre los años 37 y 4 a.C. y aliado de los romanos, quien la habilitó como una ciudadela regia, construyendo una muralla, una torre de defensa, almacenes, cisternas, cuarteles, arsenales y residencias para los miembros de la familia real. Desde el año 6 d.C. había estacionada allí una guarnición romana.

Durante los años de guerra contra Roma, los sicarios de Masada modificaron las construcciones de la fortaleza adaptándolas a sus necesidades y prácticas religiosas. Construyeron talleres o pequeñas viviendas separadas por tabiques, donde los arqueólogos han hallado utensilios de uso cotidiano como recipientes de piedra para la comida, ideales para evitar cualquier impureza ritual descrita en la ley judía. También se construyeron baños para abluciones rituales (en hebreo, mikvaot) y una panadería. En el vestuario de la casa de baños de Herodes se añadieron bancos y se instaló una bañera en una esquina.
Los rebeldes también adaptaron a sus necesidades la sinagoga, construyendo otro banco corrido, algo que sugiere la necesidad de dar cabida a muchas más personas de las que habían acogido estas construcciones en origen, cuando sirvieron únicamente para el rey, su familia y algunos cortesanos. En las excavaciones de la sinagoga se descubrieron fragmentos de cerámica (ostraca) con la inscripción «diezmo de los sacerdotes», lo que significa que se preocuparon de pagar el impuesto debido al templo de Jerusalén, así como una geniza, un hoyo excavado en la tierra para albergar los textos sagrados que, por su estado de deterioro, ya no fuesen aptos para el culto. Todo ello indica que los sicarios eran fervientes cumplidores de la Ley de Moisés, aunque en una versión radical que, a su modo de ver, les autorizaba a quitar la vida tanto a cualquier enemigo de Israel como a los compatriotas que no cumplieran sus exigencias de fidelidad a la Ley.
A lo largo de la guerra, Masada fue acogiendo a una multitud de judíos que huían de la destrucción que ya se extendía por todo el país. Además de los sicarios, las excavaciones han sacado a la luz restos que demuestran que en la cumbre de Masada se refugiaron samaritanos (una comunidad de ascendencia judía tachada de impura por los judíos) así como esenios, secta ascética judía que poseía una comunidad en Qumrán, no lejos de Masada. La vida interna de los esenios en Qumrán se organizó en diez zonas, cada una de ellas al mando de un jefe. El descubrimiento de unos ostraca que consignan el reparto del pan en diez secciones nos ha permitido conocer el nombre de otros líderes rebeldes aparte de Eleazar ben Yair, como Yehohanán, Simón, Yerahemeyah, Bar Levi, Talmai, Peliah o Dositeo.
A comienzos del año 73 d.C., Flavio Silva, comandante de la Legio X Fretensis, se dispuso a enfrentarse con los rebeldes de Masada. Habían pasado ya tres años desde la caída de Jerusalén, tardanza tanto más sorprendente cuanto que si los romanos se pusieron en marcha fue más por consideraciones económicas que militares, pues los rebeldes de Masada ponían en peligro el negocio de las plantaciones de bálsamo de la vecina Eingedi, enormemente lucrativo –según Plinio el Viejo, el comercio de perfumes de Judea produjo la enorme suma de 800.000 sestercios durante los cinco años de guerra–, y a los romanos no les convenía perder esta importante fuente de ingresos.
El cerco de Masada planteaba numerosas dificultades. Los romanos debían traer el agua desde Eingedi, a varios kilómetros de distancia, y los víveres desde Jericó o Jerusalén, pues en la depresión del mar Muerto, a 400 metros por debajo del nivel del mar, las temperaturas de hasta 50 ºC en verano y las heladas en invierno impedían practicar la agricultura. En cambio, en la cima de Masada el clima era más benigno y los asediados contaban con depósitos de agua, provisiones y armas. Animados por un espíritu indómito, los sicarios estaban dispuestos a defenderse hasta el final. El general romano lo sabía y por ello organizó un gran operativo de asedio, decidido a evitar que prendiese de nuevo la llama de la rebelión.
Silva hizo construir una muralla que rodeaba todo el promontorio, con torres de vigilancia a intervalos, y desplegó un total de ocho campamentos que debían servir no sólo como cuartel, sino también para evitar fugas de los sitiados y defenderse frente a incursiones exteriores.
A lo largo de la guerra, Masada fue acogiendo a una multitud de judíos que huían de la destrucción que ya se extendía por todo el país. Además de los sicarios, las excavaciones han sacado a la luz restos que demuestran que en la cumbre de Masada se refugiaron samaritanos (una comunidad de ascendencia judía tachada de impura por los judíos) así como esenios, secta ascética judía que poseía una comunidad en Qumrán, no lejos de Masada. La vida interna de los esenios en Qumrán se organizó en diez zonas, cada una de ellas al mando de un jefe. El descubrimiento de unos ostraca que consignan el reparto del pan en diez secciones nos ha permitido conocer el nombre de otros líderes rebeldes aparte de Eleazar ben Yair, como Yehohanán, Simón, Yerahemeyah, Bar Levi, Talmai, Peliah o Dositeo.

El cerco de Masada planteaba numerosas dificultades. Los romanos debían traer el agua desde Eingedi, a varios kilómetros de distancia, y los víveres desde Jericó o Jerusalén, pues en la depresión del mar Muerto, a 400 metros por debajo del nivel del mar, las temperaturas de hasta 50 ºC en verano y las heladas en invierno impedían practicar la agricultura. En cambio, en la cima de Masada el clima era más benigno y los asediados contaban con depósitos de agua, provisiones y armas. Animados por un espíritu indómito, los sicarios estaban dispuestos a defenderse hasta el final. El general romano lo sabía y por ello organizó un gran operativo de asedio, decidido a evitar que prendiese de nuevo la llama de la rebelión.
Silva hizo construir una muralla que rodeaba todo el promontorio, con torres de vigilancia a intervalos, y desplegó un total de ocho campamentos que debían servir no sólo como cuartel, sino también para evitar fugas de los sitiados y defenderse frente a incursiones exteriores.
A continuación mandó construir una rampa por el lado oeste, el de menor desnivel, de apenas cien metros. En las obras, que duraron siete meses, se empleó a judíos apresados durante la guerra. Una vez terminada la rampa, se construyó en su cima una plataforma sobre la que se instaló una torre de asalto.
Iniciado el ataque, los romanos lograron derribar un tramo de la muralla mediante los golpes de su ariete, pero los defensores lograron cerrar la brecha con maderas y piedras. Flavio Josefo cuenta que entonces se produjo un incendio seguido de un cambio de dirección del viento que, por un instante, amenazó la integridad de la torre romana. Aquel día no cayó Masada, pero tanto romanos como judíos sabían que era cuestión de tiempo. Según el mismo autor, por la noche Eleazar ben Yair pronunció un discurso con el que persuadió a los defensores de Masada de que lo mejor era quitarse la vida para ahorrarse el oprobio de verse humillados por los romanos. Puestos todos de acuerdo, quemaron sus posesiones y víveres, aunque respetando una parte para dejar claro que no morían por falta de abastecimiento. Luego, puesto que la ley judía prohíbe el suicidio, cada hombre se encargó de dar muerte a su esposa e hijos. A continuación, sortearon diez hombres que dieron muerte al resto y, por último, uno de ellos mató a los otros nueve antes de, éste sí, suicidarse. Cuando al día siguiente los romanos entraron en Masada se encontraron con una montaña de más de 950 cadáveres y sólo siete supervivientes: dos ancianas y cinco niños que se habían escondido y que contaron lo que había ocurrido en la cumbre de Masada durante el asedio.
Iniciado el ataque, los romanos lograron derribar un tramo de la muralla mediante los golpes de su ariete, pero los defensores lograron cerrar la brecha con maderas y piedras. Flavio Josefo cuenta que entonces se produjo un incendio seguido de un cambio de dirección del viento que, por un instante, amenazó la integridad de la torre romana. Aquel día no cayó Masada, pero tanto romanos como judíos sabían que era cuestión de tiempo. Según el mismo autor, por la noche Eleazar ben Yair pronunció un discurso con el que persuadió a los defensores de Masada de que lo mejor era quitarse la vida para ahorrarse el oprobio de verse humillados por los romanos. Puestos todos de acuerdo, quemaron sus posesiones y víveres, aunque respetando una parte para dejar claro que no morían por falta de abastecimiento. Luego, puesto que la ley judía prohíbe el suicidio, cada hombre se encargó de dar muerte a su esposa e hijos. A continuación, sortearon diez hombres que dieron muerte al resto y, por último, uno de ellos mató a los otros nueve antes de, éste sí, suicidarse. Cuando al día siguiente los romanos entraron en Masada se encontraron con una montaña de más de 950 cadáveres y sólo siete supervivientes: dos ancianas y cinco niños que se habían escondido y que contaron lo que había ocurrido en la cumbre de Masada durante el asedio.
Sin embargo, en los últimos años las investigaciones arqueológicas han cuestionado la exactitud del relato de Flavio Josefo. Por una parte, la arqueología no ha conseguido confirmar que en Masada tuviera lugar un suicidio colectivo. Por otra, pese a algunos restos de combates localizados junto a la rampa, hay quien afirma que ésta nunca se terminó y, por tanto, nunca estuvo operativa, lo que desmentiría la escena del combate en torno a la torre y el ariete el día anterior a la caída de Masada. Como quiera que fuese, Masada acabó en manos romanas y el recuerdo de los sicarios de Eleazar ben Yair se diluyó en las páginas de los libros de historia.
Para conmemorar la victoria, Roma acuñó una moneda con la leyenda Iudaea capta, con la imagen de un general en postura desafiante, una palmera (símbolo del país) y una mujer sentada y llorando.
Para conmemorar la victoria, Roma acuñó una moneda con la leyenda Iudaea capta, con la imagen de un general en postura desafiante, una palmera (símbolo del país) y una mujer sentada y llorando.
El recuerdo de Masada se perdió durante casi mil novecientos años, hasta que su «redescubrimiento» a mediados del siglo XX la convirtió en símbolo de la tenacidad judía por conservar la independencia y la libertad.
Para saber más
Judea Capta. La primera guerra judeo-romana. Arturo Sánchez Sanz. Zaragoza, HRM, 2013.
Guerra de los judíos. Flavio Josefo. Gredos, Madrid, 1997.
Masada. E.K. Gann. Plaza & Janés, Barcelona, 1981.
National Geographic
Para saber más
Judea Capta. La primera guerra judeo-romana. Arturo Sánchez Sanz. Zaragoza, HRM, 2013.
Guerra de los judíos. Flavio Josefo. Gredos, Madrid, 1997.
Masada. E.K. Gann. Plaza & Janés, Barcelona, 1981.
National Geographic
[+/-] | JULIO CÉSAR (MINISERIE DE TELEVISIÓN) |
Miniserie de TV de 2 episodios dirigida por Uli Edel
Relato de la épica historia de Julio César, famoso conquistador del Siglo I antes de Cristo que ascendió al liderazgo de la República y cuyo final marcó el ocaso de dicho sistema político y el comienzo del Imperio Romano. Narra las crónicas de sus campañas en la Galia y en Egipto con el general Pompeyo, y finalmente su asesinato a manos de Bruto, Casio y otros miembros del Senado.
Relato de la épica historia de Julio César, famoso conquistador del Siglo I antes de Cristo que ascendió al liderazgo de la República y cuyo final marcó el ocaso de dicho sistema político y el comienzo del Imperio Romano. Narra las crónicas de sus campañas en la Galia y en Egipto con el general Pompeyo, y finalmente su asesinato a manos de Bruto, Casio y otros miembros del Senado.
[+/-] | CATÓN EL JOVEN, EL ENEMIGO DE JULIO CÉSAR |
Frente a la vida llena de lujos y vestimentas llamativas de César, Catón no se preocupaba lo más mínimo por su apariencia, hasta el extremo de que era habitual verle recorrer descalzo las calles de Roma, y jamás se desplazaba en caballo o carruaje.
Nacido en 95 a.C, Marco Porcio Catón "el joven" era llamado así precisamente por lo mucho que recordaba su carácter al de su bisabuelo, Catón "el viejo", un "hombre nuevo" considerado incorruptible, austero, patriota y defensor de recuperar las tradiciones de Roma más antiguas. Ambos, no en vano, han pasado a la historia como personajes severos y antipáticos que se opusieron a dos figuras de gran popularidad en su época –Julio César contra el joven y Cornelio Escipión contra el viejo–. Así, fue durante la campaña de África cuando comenzó su enemistad con Escipión "el Africano", el gran héroe en la guerra contra las huestes cartaginesas de Aníbal. Catón reprochaba al general "la inmensa cantidad de dinero que gastaba y lo puerilmente que perdía el tiempo en las palestras y los teatros", a lo que el Africano solía responderle "que contara las victorias, y no el dinero".
Lo cierto es que Catón "el viejo" odiaba sobre todo a Escipión por su afición al teatro, de origen griego, y por sus simpatías por las costumbres helenísticas, que consideraba depravadas y nocivas. Estimaba la higiene personal y la costumbre de afeitarse como una forma de afeminamiento, y por ello quiso poner de moda las túnicas de lana raídas y las barbas descuidadas. En el año 155 a.C, no obstante, hizo que expulsaran de Roma a los embajadores de Atenas por la mala influencia que ejercían en la vida romana y abanderó una campaña contra otra potencia extranjera, Cartago, a la que instaba una y otra vez a borrar del mapa con su famosa coletilla: "Ceterum censeo Carthaginem esse delendam" ("Además opino que Carthago debe ser destruida"). Sin embargo, Catón "el viejo" no alcanzó a ver como se destruía Cartago, donde el ejército romano sembró sal en sus cultivos para que nada volviera a crecer, ni tampoco vivió como la falta de un enemigo exterior fuerte provocó que las luchas internas en la República condujeran al colapso del sistema.
Un siglo después, en plena crisis de la República, la figura de patriota Catón "el viejo" se recordaba todavía con nostalgia, sobre todo en su familia, donde su bisnieto se propuso emularlo. La leyenda de la terquedad de Marco Porcio Catón "el joven" vio su génesis cuando se destacó como un niño inquisitivo, aunque lento a la hora de dejarse persuadir por los demás. Según el historiador clásico Plutarco, durante una visita de Quinto Popedio Silo –defensor de la concesión de la ciudadanía romana a los pueblos de Italia– a la casa donde se criaba Catón, el político romano reclamó en tono de chanza apoyo para su causa a los niños que jugaban indiferentes alrededor de la conversación. Todos rieron, salvo Catón, que miró fijamente al huésped y se negó a responder. Popedio Silo tomó a Catón, siguiendo la broma, y le colgó sujeto de los pies por la ventana, sin que pudiera aún así arrancar en el niño el más mínimo signo temor.
En torno al año 65 a.C, Catón "el joven" inició su carrera política en el cargo de cuestor, un tipo de magistrado de la Antigua Roma, y lo hizo con la severidad que se esperaba de alguien cuyo nombre sigue siendo hoy sinónimo de rectitud. Según el actual diccionario de la Real Academia Española, Catón significa "censor severo", en referencia "al estadista romano célebre por la austeridad de sus costumbres". El joven romano empleó por bandera la persecución de antiguos cargos públicos que se habían apropiado de fondos públicos, indiferentemente de que muchos de ellos pertenecieran al partido del dictador Cornelio Sila con el que le unían vínculos políticos.
Durante el año en el que ejerció como cuestor, Catón sorprendió a todos por el rigor con el que se tomó su responsabilidad, cuando en realidad la mayoría de romanos consideraban su paso por este cargo como un mero trámite, logrando recuperar una gran parte del dinero robado a las arcas públicas en los tiempos de las proscripciones de Sila. Su fama de hombre recto fue en aumento con los años. No obstante, en esa eterna carrera por llamar la atención pública que era la política romana, se vio destinado a enfrentarse a Julio César –de su misma generación, y también participante en algunos de estos procesos judiciales– que representaba con su personalidad extravagante y llamativa la antítesis de Catón. Frente a la vida llena de lujos y vestimentas llamativas de César, Catón no se preocupaba lo más mínimo por su apariencia, hasta el extremo de que era habitual verle recorrer descalzo las calles de Roma, y jamás se desplazaba en carruaje o en caballo. Algo parecido ocurría en el plano sexual, mientras Julio César se elevaba como uno de los mayores mujeriegos de Roma, con numerosas relaciones extramatrimoniales en su haber, el descendiente del hombre más severo de la República nunca mantuvo ninguna relación sexual antes de casarse y, más adelante, se divorció por una infidelidad de su mujer.
Mientras Cayo Julio César se aliaba con Cneo Pompeyo y con Licinio Craso para formar lo que hoy los historiadores denominan como Primer Triunvirato –pese a que no fue más que un pacto privado sin forma política–, Catón "el joven" se elevó como el principal opositor al sistema establecido.
Durante el juicio político a Lucio Sergio Catilina y sus seguidores, quienes habían intentado un golpe contra la República en el año 63 a.C, Julio César encabezó la defensa de los conspiradores en un brillante duelo dialéctico con Catón, que, a través de un estilo severo e implacable, argumentó que el único castigo posible era la pena de muerte. Tras una votación abrumadora a favor de la postura de Catón, los conspiradores fueron condenados a muerte. Sin que afectara a su prestigio, César había perdido el pulso dialéctico, pero demostrando que no era precisamente un torpe en el terreno de las palabras ni en el de la conquista.
La enemistad con César traspasó la esfera política a raíz de la prolongada relación que la hermanastra de Catón, Servilia, inició con el famoso general romano. Mientras Catón y César debatían en el Senado sobre el futuro de los participantes en la conspiración de Catilina, un mensajero entró sin hacer ruido en la sala para entregar una nota al famoso general romano. Catón aprovechó la ocasión para acusar a César de estar en comunicación secreta con los conspiradores y exigió que se leyera en alto el contenido de la nota. Para humillación de Catón, se trataba de una carta de amor de Servilia. "¡Ten, borracho!", exclamó Catón al devolverle con desprecio la carta, lo cual resultaba irónico en tanto el rígido patricio bebía mucho, mientras que César era conocido por su abstinencia.
La relación con la hermanastra de Catón, de hecho, fue la que más se prolongó en el tiempo de todas las aventuras de César. "Amó como a ninguna a Servilia", afirma el historiador Suetonio sobre una relación que los años demostraron de alto voltaje. Así, el hijo de Servilia, también llamado Marco Junio Bruto, fue el famoso senador que dio una de las últimas y más dolorosas puñaladas a Julio César el día del magnicidio en el Senado.
Para cuando su sobrino Junio Bruto apuñaló a César, Catón llevaba muerto muchos años como consecuencia de haber tomado partido contra él en la guerra civil de 49 a. C. Durante años, el estoico senador fue la punta de lanza contra el Triunvirato, poniéndose a la cabeza de la facción de los optimates, pero a la ruptura de esta alianza a raíz de la sorprendente muerte de Licinio Craso en una campaña contra los partos, Catón concentró los ataques exclusivamente hacia Julio César, que por esos años se había elevado como el más destacado general de Roma con su intervención en la Guerra de la Galia. Finalmente, Catón y Pompeyo terminaron aliándose para conseguir declarar ilegal el mando de César y exigir que regresara a la capital para ser juzgado. De este modo, César regresó por fin en el año 49 a. C. acompañado de su decimotercera legión, pero no lo hizo ni mucho menos con la intención de entregar su mando.
Pese a que Pompeyo alardeó de que solo haría falta que diera una patada en el suelo para que brotaran legiones por toda Italia y se unieran a su causa, lo cierto es que las recientes victorias de Julio César en las Galias habían alterado las simpatías del pueblo. Cuando el bando de los optimates se vio obligado a huir de Roma sin ni siquiera presentar batalla a César, varios senadores se permitieron la chanza de comentar que quizás había llegado la hora de que Pompeyo pateara el suelo. La guerra contra Julio César alcanzó demasiado mayor a Pompeyo, que efectivamente consiguió reunir un ejército en su querida Grecia pero no fue capaz de ganarle el duelo militar al genio emergente.
Tras la batalla de Farsalia el 9 de agosto del 48 a. C, Pompeyo y el resto de conservadores se vieron obligados a huir sin rumbo para salvar sus vidas. Catón y Metelo Escipión lograron escapar a África para continuar con la resistencia desde Útica, donde contaban con el apoyo del rey númida Juba. Pese a estar en inferioridad numérica, Julio César salió vencedor en la batalla de Tapso, donde cerca de 10.000 soldados pompeyanos fueron masacrados cuando intentaban rendirse, lo cual ha sido interpretado tradicionalmente como que las tropas cesarias quisieron evitar una nueva exhibición de la famosa clemencia del general romano. Debieron pensar que a esas alturas la clemencia solo podía alargar el conflicto. Metelo Escipión fue de los pocos que pudo huir a través del mar, aunque decidió suicidarse cuando fue interceptado por un escuadrón cesariano.
Por su parte, Catón no participó en la batalla de Tapso, puesto que su papel en la guerra se limitó a la tarea secundaria de defender la ciudad de Útica, pero tuvo rápidamente noticias del desastre. El senador, que se había negado a afeitarse y a cortarse el pelo desde que había comenzado la guerra, se retiró a sus aposentos a leer el libro "Fedón", una obra filosófica sobre la inmortalidad del alma escrita por el griego Platón, y sin abandonar la lectura se clavó su espada en el estómago. Para ruina de la teatralidad, Catón "el joven" sobrevivió a la grave herida. En contra de su voluntad, un médico le limpió y vendó a tiempo. Sin embargo, en cuanto volvieron a dejarle solo se abrió las vendas y los puntos y empezó a arrancarse las entrañas con sus propias manos. Murió a los 48 años sin conceder a Julio César la ocasión de que éste le ofreciera su famosa clemencia. En este sentido, cuando César conoció la noticia del suicido de Catón exclamó con ironía: «Catón, a regañadientes acepto tu muerte, como a regañadientes hubieras aceptado que te concediera la vida».
ABC: El romano fanático que prefirió arrancarse las entrañas antes que rendirse a Julio César
Nacido en 95 a.C, Marco Porcio Catón "el joven" era llamado así precisamente por lo mucho que recordaba su carácter al de su bisabuelo, Catón "el viejo", un "hombre nuevo" considerado incorruptible, austero, patriota y defensor de recuperar las tradiciones de Roma más antiguas. Ambos, no en vano, han pasado a la historia como personajes severos y antipáticos que se opusieron a dos figuras de gran popularidad en su época –Julio César contra el joven y Cornelio Escipión contra el viejo–. Así, fue durante la campaña de África cuando comenzó su enemistad con Escipión "el Africano", el gran héroe en la guerra contra las huestes cartaginesas de Aníbal. Catón reprochaba al general "la inmensa cantidad de dinero que gastaba y lo puerilmente que perdía el tiempo en las palestras y los teatros", a lo que el Africano solía responderle "que contara las victorias, y no el dinero".
Lo cierto es que Catón "el viejo" odiaba sobre todo a Escipión por su afición al teatro, de origen griego, y por sus simpatías por las costumbres helenísticas, que consideraba depravadas y nocivas. Estimaba la higiene personal y la costumbre de afeitarse como una forma de afeminamiento, y por ello quiso poner de moda las túnicas de lana raídas y las barbas descuidadas. En el año 155 a.C, no obstante, hizo que expulsaran de Roma a los embajadores de Atenas por la mala influencia que ejercían en la vida romana y abanderó una campaña contra otra potencia extranjera, Cartago, a la que instaba una y otra vez a borrar del mapa con su famosa coletilla: "Ceterum censeo Carthaginem esse delendam" ("Además opino que Carthago debe ser destruida"). Sin embargo, Catón "el viejo" no alcanzó a ver como se destruía Cartago, donde el ejército romano sembró sal en sus cultivos para que nada volviera a crecer, ni tampoco vivió como la falta de un enemigo exterior fuerte provocó que las luchas internas en la República condujeran al colapso del sistema.

En torno al año 65 a.C, Catón "el joven" inició su carrera política en el cargo de cuestor, un tipo de magistrado de la Antigua Roma, y lo hizo con la severidad que se esperaba de alguien cuyo nombre sigue siendo hoy sinónimo de rectitud. Según el actual diccionario de la Real Academia Española, Catón significa "censor severo", en referencia "al estadista romano célebre por la austeridad de sus costumbres". El joven romano empleó por bandera la persecución de antiguos cargos públicos que se habían apropiado de fondos públicos, indiferentemente de que muchos de ellos pertenecieran al partido del dictador Cornelio Sila con el que le unían vínculos políticos.
Durante el año en el que ejerció como cuestor, Catón sorprendió a todos por el rigor con el que se tomó su responsabilidad, cuando en realidad la mayoría de romanos consideraban su paso por este cargo como un mero trámite, logrando recuperar una gran parte del dinero robado a las arcas públicas en los tiempos de las proscripciones de Sila. Su fama de hombre recto fue en aumento con los años. No obstante, en esa eterna carrera por llamar la atención pública que era la política romana, se vio destinado a enfrentarse a Julio César –de su misma generación, y también participante en algunos de estos procesos judiciales– que representaba con su personalidad extravagante y llamativa la antítesis de Catón. Frente a la vida llena de lujos y vestimentas llamativas de César, Catón no se preocupaba lo más mínimo por su apariencia, hasta el extremo de que era habitual verle recorrer descalzo las calles de Roma, y jamás se desplazaba en carruaje o en caballo. Algo parecido ocurría en el plano sexual, mientras Julio César se elevaba como uno de los mayores mujeriegos de Roma, con numerosas relaciones extramatrimoniales en su haber, el descendiente del hombre más severo de la República nunca mantuvo ninguna relación sexual antes de casarse y, más adelante, se divorció por una infidelidad de su mujer.
Mientras Cayo Julio César se aliaba con Cneo Pompeyo y con Licinio Craso para formar lo que hoy los historiadores denominan como Primer Triunvirato –pese a que no fue más que un pacto privado sin forma política–, Catón "el joven" se elevó como el principal opositor al sistema establecido.
Durante el juicio político a Lucio Sergio Catilina y sus seguidores, quienes habían intentado un golpe contra la República en el año 63 a.C, Julio César encabezó la defensa de los conspiradores en un brillante duelo dialéctico con Catón, que, a través de un estilo severo e implacable, argumentó que el único castigo posible era la pena de muerte. Tras una votación abrumadora a favor de la postura de Catón, los conspiradores fueron condenados a muerte. Sin que afectara a su prestigio, César había perdido el pulso dialéctico, pero demostrando que no era precisamente un torpe en el terreno de las palabras ni en el de la conquista.

La relación con la hermanastra de Catón, de hecho, fue la que más se prolongó en el tiempo de todas las aventuras de César. "Amó como a ninguna a Servilia", afirma el historiador Suetonio sobre una relación que los años demostraron de alto voltaje. Así, el hijo de Servilia, también llamado Marco Junio Bruto, fue el famoso senador que dio una de las últimas y más dolorosas puñaladas a Julio César el día del magnicidio en el Senado.
Para cuando su sobrino Junio Bruto apuñaló a César, Catón llevaba muerto muchos años como consecuencia de haber tomado partido contra él en la guerra civil de 49 a. C. Durante años, el estoico senador fue la punta de lanza contra el Triunvirato, poniéndose a la cabeza de la facción de los optimates, pero a la ruptura de esta alianza a raíz de la sorprendente muerte de Licinio Craso en una campaña contra los partos, Catón concentró los ataques exclusivamente hacia Julio César, que por esos años se había elevado como el más destacado general de Roma con su intervención en la Guerra de la Galia. Finalmente, Catón y Pompeyo terminaron aliándose para conseguir declarar ilegal el mando de César y exigir que regresara a la capital para ser juzgado. De este modo, César regresó por fin en el año 49 a. C. acompañado de su decimotercera legión, pero no lo hizo ni mucho menos con la intención de entregar su mando.
Pese a que Pompeyo alardeó de que solo haría falta que diera una patada en el suelo para que brotaran legiones por toda Italia y se unieran a su causa, lo cierto es que las recientes victorias de Julio César en las Galias habían alterado las simpatías del pueblo. Cuando el bando de los optimates se vio obligado a huir de Roma sin ni siquiera presentar batalla a César, varios senadores se permitieron la chanza de comentar que quizás había llegado la hora de que Pompeyo pateara el suelo. La guerra contra Julio César alcanzó demasiado mayor a Pompeyo, que efectivamente consiguió reunir un ejército en su querida Grecia pero no fue capaz de ganarle el duelo militar al genio emergente.
Tras la batalla de Farsalia el 9 de agosto del 48 a. C, Pompeyo y el resto de conservadores se vieron obligados a huir sin rumbo para salvar sus vidas. Catón y Metelo Escipión lograron escapar a África para continuar con la resistencia desde Útica, donde contaban con el apoyo del rey númida Juba. Pese a estar en inferioridad numérica, Julio César salió vencedor en la batalla de Tapso, donde cerca de 10.000 soldados pompeyanos fueron masacrados cuando intentaban rendirse, lo cual ha sido interpretado tradicionalmente como que las tropas cesarias quisieron evitar una nueva exhibición de la famosa clemencia del general romano. Debieron pensar que a esas alturas la clemencia solo podía alargar el conflicto. Metelo Escipión fue de los pocos que pudo huir a través del mar, aunque decidió suicidarse cuando fue interceptado por un escuadrón cesariano.
Por su parte, Catón no participó en la batalla de Tapso, puesto que su papel en la guerra se limitó a la tarea secundaria de defender la ciudad de Útica, pero tuvo rápidamente noticias del desastre. El senador, que se había negado a afeitarse y a cortarse el pelo desde que había comenzado la guerra, se retiró a sus aposentos a leer el libro "Fedón", una obra filosófica sobre la inmortalidad del alma escrita por el griego Platón, y sin abandonar la lectura se clavó su espada en el estómago. Para ruina de la teatralidad, Catón "el joven" sobrevivió a la grave herida. En contra de su voluntad, un médico le limpió y vendó a tiempo. Sin embargo, en cuanto volvieron a dejarle solo se abrió las vendas y los puntos y empezó a arrancarse las entrañas con sus propias manos. Murió a los 48 años sin conceder a Julio César la ocasión de que éste le ofreciera su famosa clemencia. En este sentido, cuando César conoció la noticia del suicido de Catón exclamó con ironía: «Catón, a regañadientes acepto tu muerte, como a regañadientes hubieras aceptado que te concediera la vida».
ABC: El romano fanático que prefirió arrancarse las entrañas antes que rendirse a Julio César
[+/-] | EL MURO DE ADRIANO: LA ÚLTIMA FRONTERA DEL IMPERIO |
Decidido a poner límites a las fronteras del Imperio en Britania, el emperador Adriano ordenó construir un muro de más de cien kilómetros que cruzara la isla de este a oeste.
En el año 122, Publio Elio Adriano desembarcó en Britania. Con su habitual energía, el emperador marchó hacia el norte, hasta la actual Newcastle, y allí ordenó la construcción de una nueva y faraónica obra: un muro que atravesara la isla de mar a mar. Por primera vez en su larga historia de victorias y conquistas parecía que Roma había encontrado los límites de su Imperio.
La reforma del ejército
El reinado de Adriano había comenzado con los peores augurios. A la muerte de Trajano, su predecesor, en agosto de 117, la situación era crítica: se habían sublevado tanto los judíos como los territorios recientemente conquistados por Trajano en su campaña contra los partos, como Mesopotamia y Armenia. Y había problemas en otros lugares. De Britania llegaban terribles noticias; se hablaba de la imposibilidad de seguir dominando la isla y de multitud de romanos muertos en combate. El emperador descubrió que el poder de Roma tenía límites, realidad hasta entonces inconcebible para un romano. Adriano eligió salvar el Imperio y abandonar las últimas provincias conquistadas por Trajano, que tanta resistencia oponían. Roma debería conservar sus fronteras y fortalecerse en su interior.
El 21 de abril de 121, Adriano celebró el aniversario de la fundación de Roma. Ese día se conmemoraba el trazado por Rómulo del recinto sagrado de la ciudad, el pomerio. Para la ocasión, el emperador ordenó renovar las marcas y los mojones que lo limitaban. En la tradición romana, la superficie de la ciudad de Roma sólo podía ser acrecentada por quienes hubiesen añadido nuevas provincias al Imperio, lo cual no era el propósito de Adriano, que se limitó a restaurar los límites tradicionales. El mensaje estaba claro: el tiempo de la expansión había terminado.
La reforma del ejército
El reinado de Adriano había comenzado con los peores augurios. A la muerte de Trajano, su predecesor, en agosto de 117, la situación era crítica: se habían sublevado tanto los judíos como los territorios recientemente conquistados por Trajano en su campaña contra los partos, como Mesopotamia y Armenia. Y había problemas en otros lugares. De Britania llegaban terribles noticias; se hablaba de la imposibilidad de seguir dominando la isla y de multitud de romanos muertos en combate. El emperador descubrió que el poder de Roma tenía límites, realidad hasta entonces inconcebible para un romano. Adriano eligió salvar el Imperio y abandonar las últimas provincias conquistadas por Trajano, que tanta resistencia oponían. Roma debería conservar sus fronteras y fortalecerse en su interior.
El 21 de abril de 121, Adriano celebró el aniversario de la fundación de Roma. Ese día se conmemoraba el trazado por Rómulo del recinto sagrado de la ciudad, el pomerio. Para la ocasión, el emperador ordenó renovar las marcas y los mojones que lo limitaban. En la tradición romana, la superficie de la ciudad de Roma sólo podía ser acrecentada por quienes hubiesen añadido nuevas provincias al Imperio, lo cual no era el propósito de Adriano, que se limitó a restaurar los límites tradicionales. El mensaje estaba claro: el tiempo de la expansión había terminado.
Pocos días más tarde, el emperador abandonaba Roma para realizar una gira por las provincias occidentales: Galia, Germania, Britania e Hispania. La expedición tenía una clara intención militar. Por una parte, el emperador se esforzó por restaurar la disciplina en los cuarteles. Perdida la expectativa de nuevas conquistas, la vida de los soldados tendía a relajarse y a rodearse de comodidades impropias de la existencia militar, cuya disciplina y dureza Adriano se empeñó en restaurar. Se convirtió en un ejemplo para sus soldados: marchaba con ellos, dormía al raso y comía el mismo rancho. Prohibió el lujo en los cuarteles e insistió en la necesidad del entrenamiento constante mediante la realización de maniobras y ejercicios tácticos que él mismo corregía con arengas que dirigía a las unidades participantes.
Fue entonces cuando descubrió el valor formativo que para un ejército tenía la realización de obras públicas. Con ellas los soldados se endurecían, abandonaban la inactividad y además aprendían la importancia del trabajo en equipo.
La transformación empezó en Germania. Bajo Domiciano, las legiones habían controlado los campos que se extienden al sureste del Rin y el norte del Danubio, en el valle del río Meno (Main). Estas tierras habían recibido el nombre de Agri Decumates porque sus ocupantes pagaban como impuesto el diezmo, la décima parte de la cosecha. La defensa de estos territorios se fundaba sobre una calzada militar y algunos puestos de vigilancia. Adriano decidió levantar allí una empalizada continua para marcar los límites de los territorios romanos y para ello se talaron miles de árboles. Así, los cursos del Rin y del Danubio quedaron unidos por la primera barrera artificial del Imperio. Roma empezaba a tener un auténtico límite.
La frontera de piedra
Adriano tenía nuevos planes para la provincia de Britania. Consciente de que el deterioro de la guarnición era la causa última de los problemas que la isla había vivido, organizó el traslado de algunos contingentes desde provincias vecinas. Un tal Pontio Sabino fue el oficial encargado de llevar tres mil legionarios de refuerzo.
Provenían tanto de Germania como de la legión VII Gemina, acantonada en Hispania. Pero no fueron éstos los únicos soldados que llegaron de la península Ibérica. Al menos la I Cohorte Hispana, una unidad auxiliar, fue también trasladada a la isla. El emperador se hizo acompañar de la legión VI Victrix, que hasta entonces había tenido su cuartel en Vetera, la actual Xanten, en Alemania.
Pero estos refuerzos no estaban destinados a reiniciar la conquista, sino a reforzar la frontera. En la línea entre el río Tyne y el golfo de Solwey, límite efectivo de la dominación romana, ya se habían levantado algunas infraestructuras fronterizas. La más importante de ellas era la vía militar que la recorría de este a oeste, la Stanegate, la «carretera de piedra». A lo largo de esta vía se habían construido algunos fuertes y torres de vigilancia. Este sistema no era nuevo: en Oriente, para vigilar el desierto, se había construido del mismo modo la Vía Trajana.
Los planes de Adriano iban más allá. Al llegar a Newcastle ordenó construir un puente que uniera ambas a orillas del río Tyne. Este puente, que recibió en su honor el nombre de Elio, habría de ser el inicio de la más importante obra militar construida bajo su reinado: el muro que uniría las dos orillas del mar.
Fue entonces cuando descubrió el valor formativo que para un ejército tenía la realización de obras públicas. Con ellas los soldados se endurecían, abandonaban la inactividad y además aprendían la importancia del trabajo en equipo.
La transformación empezó en Germania. Bajo Domiciano, las legiones habían controlado los campos que se extienden al sureste del Rin y el norte del Danubio, en el valle del río Meno (Main). Estas tierras habían recibido el nombre de Agri Decumates porque sus ocupantes pagaban como impuesto el diezmo, la décima parte de la cosecha. La defensa de estos territorios se fundaba sobre una calzada militar y algunos puestos de vigilancia. Adriano decidió levantar allí una empalizada continua para marcar los límites de los territorios romanos y para ello se talaron miles de árboles. Así, los cursos del Rin y del Danubio quedaron unidos por la primera barrera artificial del Imperio. Roma empezaba a tener un auténtico límite.

Adriano tenía nuevos planes para la provincia de Britania. Consciente de que el deterioro de la guarnición era la causa última de los problemas que la isla había vivido, organizó el traslado de algunos contingentes desde provincias vecinas. Un tal Pontio Sabino fue el oficial encargado de llevar tres mil legionarios de refuerzo.
Provenían tanto de Germania como de la legión VII Gemina, acantonada en Hispania. Pero no fueron éstos los únicos soldados que llegaron de la península Ibérica. Al menos la I Cohorte Hispana, una unidad auxiliar, fue también trasladada a la isla. El emperador se hizo acompañar de la legión VI Victrix, que hasta entonces había tenido su cuartel en Vetera, la actual Xanten, en Alemania.
Pero estos refuerzos no estaban destinados a reiniciar la conquista, sino a reforzar la frontera. En la línea entre el río Tyne y el golfo de Solwey, límite efectivo de la dominación romana, ya se habían levantado algunas infraestructuras fronterizas. La más importante de ellas era la vía militar que la recorría de este a oeste, la Stanegate, la «carretera de piedra». A lo largo de esta vía se habían construido algunos fuertes y torres de vigilancia. Este sistema no era nuevo: en Oriente, para vigilar el desierto, se había construido del mismo modo la Vía Trajana.

Una inscripción mutilada conserva lo que parece ser el discurso con el que el emperador anunció su decisión. No es mucho lo que se lee, pero sí podemos estar seguros de que Adriano invocó un «divino precepto» para levantar un muro que sería obra del «ejército de la provincia» y que debería unir «las orillas de ambos océanos».
Una muralla en Britania
El sentido político y militar de aquella obra sigue siendo objeto de debate. Deberíamos desterrar la pretensión de comparar el muro de Adriano con las murallas de una ciudad antigua, capaces de resistir un asalto. Ni su altura ni la anchura de su adarve o camino de ronda parecen suficientes para ofrecer una resistencia efectiva. Además, su enorme longitud impediría una distribución eficaz de las fuerzas romanas. Evidentemente, un grupo organizado de bárbaros podría asaltar el muro por algún punto determinado sin que las legiones fueran capaces de frenarlo. La derrota de estos posibles invasores debería realizarse ya sobre suelo romano. Por eso, al sur del muro se mantuvieron los grandes fuertes para las legiones y las unidades auxiliares, que debían proporcionar la necesaria defensa en profundidad. Por otra parte, no debe olvidarse que el muro estaba sembrado de puertas. Cada milla (unos 1.500 metros) se había construido una puerta, con lo que la estructura presentaba numerosos puntos débiles.
Una muralla en Britania
El sentido político y militar de aquella obra sigue siendo objeto de debate. Deberíamos desterrar la pretensión de comparar el muro de Adriano con las murallas de una ciudad antigua, capaces de resistir un asalto. Ni su altura ni la anchura de su adarve o camino de ronda parecen suficientes para ofrecer una resistencia efectiva. Además, su enorme longitud impediría una distribución eficaz de las fuerzas romanas. Evidentemente, un grupo organizado de bárbaros podría asaltar el muro por algún punto determinado sin que las legiones fueran capaces de frenarlo. La derrota de estos posibles invasores debería realizarse ya sobre suelo romano. Por eso, al sur del muro se mantuvieron los grandes fuertes para las legiones y las unidades auxiliares, que debían proporcionar la necesaria defensa en profundidad. Por otra parte, no debe olvidarse que el muro estaba sembrado de puertas. Cada milla (unos 1.500 metros) se había construido una puerta, con lo que la estructura presentaba numerosos puntos débiles.

Y así, el muro se convirtió en una frontera abierta, pero bien controlada, que habría de permitir no sólo la consolidación de la vida civilizada en las tierras del sur, sino una relación pacífica y ordenada con los bárbaros del norte.
Antonino erige otro muro
En el año 142, cuatro años después de la muerte de Adriano, su sucesor, Antonino Pío, ordenó el inicio de la construcción de un segundo muro entre el estuario del río Forth, al este, y el fiordo del Clyde, en la costa occidental. No eran desconocidas estas tierras para los romanos, que a las órdenes de Julio Agrícola ya las habían alcanzado en el siglo I. Por muy paradójico que sea, la construcción de este segundo muro, 140 kilómetros al norte del primero, era el reconocimiento del éxito del muro de Adriano. La obra de este emperador se había concebido como un instrumento de regulación de la frontera y las consecuencias habían sido absolutamente positivas. No sólo se había protegido el proceso de romanización de los pueblos al sur del muro, sino que los vecinos del norte, los que vivían allende la muralla, habían recibido el beneficioso efecto de la civilización romana. Gracias a esto, Antonino Pío los pudo incorporar sin peligro a los dominios imperiales, aunque por lo demás siguió fielmente el precepto de Adriano de no acrecentar los dominios de Roma.
Pero este éxito sólo fue el preludio de mayores tormentas. Las tribus que habitaban las tierras de Escocia no pudieron ser tan fácilmente atraídas a la civilización. Tras la muerte del emperador, en el año 161, y como consecuencia de la presión bárbara, el muro de Antonino fue abandonado y la frontera volvió a instalarse en la antigua muralla de Adriano. Su destino era el de convertirse en baluarte del Imperio.
Para saber más
Adriano, la biografía del emperador que cambió el curso de la historia. A. R. Birley. Gredos, Madrid, 2010.
El muro de Adriano. N. Fields. Osprey-RBA, Barcelona, 2009.
National Geographic
Pero este éxito sólo fue el preludio de mayores tormentas. Las tribus que habitaban las tierras de Escocia no pudieron ser tan fácilmente atraídas a la civilización. Tras la muerte del emperador, en el año 161, y como consecuencia de la presión bárbara, el muro de Antonino fue abandonado y la frontera volvió a instalarse en la antigua muralla de Adriano. Su destino era el de convertirse en baluarte del Imperio.
Para saber más
Adriano, la biografía del emperador que cambió el curso de la historia. A. R. Birley. Gredos, Madrid, 2010.
El muro de Adriano. N. Fields. Osprey-RBA, Barcelona, 2009.
National Geographic