[+/-] | TRANSCRIPCIÓN DE PALABRAS GRIEGAS: REGLAS Y EJERCICIOS |
En esta página de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) encontrarás en la pestaña de Humanidades un ejercicio para practicar las reglas de transcripción de las palabras griegas al latín y al castellano (puedes descargarlas aquí). Cuando hayas terminado con este ejercicio, puedes ir a la pestaña Divinidades y seguir practicando el alfabeto al tiempo que repasas los nombres y hechos de algunas divinidades.
[+/-] | VESTALES: LAS SACERDOTISAS VÍRGENES DEL IMPERIO ROMANO |
Vesta era la diosa protectora del hogar y del estado de bienestar en Roma. Aunque conocida ya desde la antigua Grecia como hija de Rea y Cronos, es el Imperio romano el que le otorga el privilegio de convertirse en el fuego sagrado de Roma. Su efigie es representada como una mujer que sostiene en una de sus manos un cuenco votivo mientras que en la otra alza una antorcha.
Cuenta la leyenda —y así lo explica la mitología griega —, que en los albores de la existencia de los dioses, Vesta fue cortejada por Apolo y Neptuno, pero rechazó a ambos, manteniéndose virgen y pura para toda la eternidad. Este sacrificio que la diosa otorgó a la humanidad la llevó a ser eternamente representada junto al Fuego Sagrado de Roma o Fuego de la Vida, que para los antiguos romanos suponía uno de los emblemas más importantes del imperio.
Los orígenes de la diosa, aunque se supone que se remontan hasta tiempos inmemoriales, están realmente constatados a través de escritos que datan de la época de los reyes romanos, mucho antes de la República y el Imperio, cuando Roma todavía mantenía como forma de gobierno la monarquía.
Aunque contamos con una visión o representación de la diosa, quizá idealizada, como una bella mujer que cuidaba y protegía al gran imperio, lo cierto es que nunca se ha encontrado ninguna estatua que represente a una virgen Vestal como tal. La imagen que nos hemos formado de ella nos ha llegado a través del grabado de una moneda que se encontró en lo que fue el templo de la diosa en la antigua Roma. Pero aunque su efigie no haya llegado de forma nítida hasta nuestros días, esto no resta importancia al gran poder que alcanzó su culto en la ciudad de las siete colinas.
Al fuego, ya fuera de forma simbólica o de manera física, siempre se la ha otorgado un lugar de gran relevancia y privilegio entre las necesidades de los distintos pueblos y civilizaciones a lo largo de la historia. Es en Roma donde se convertiría, además, en verdadera condición sine qua nonpara su existencia y desarrollo. Por ello, no sólo se hizo necesaria la construcción de un templo dedicado a la diosa, sino que además éste debía contar con las sacerdotisas más dedicadas, entregadas y serviciales que el imperio romano pudiese ofrecer.
Para entender tal adoración al fuego, mantenida desde la antigüedad, hay que tener en cuenta que para los pueblos más primitivos, el encendido y conservación del fuego ya era una labor que conllevaba cierta dificultad y laboriosidad. Por eso se solía disponer de un fuego común en el poblado (fucus publicus) y otro dentro del núcleo familiar, de forma que si el fuego se apagaba en el hogar siempre hubiera otro disponible con el que poder encenderlo de nuevo. Tradicionalmente, el fuego comunitario era atendido y custodiado por jóvenes mujeres que todavía no se habían casado, y por tanto no tenían hijos, ni tareas domésticas que atender.
En caso de que el fuego se extinguiera, presagiaba un gran infortunio para toda la comunidad, que auguraba funestas consecuencias. Esa sensación de desamparo que suponía perder el fuego se trasladó años después a los cultos llevados a cabo por las diferentes civilizaciones. Por tanto, el sagrado fuego de Roma debía mantenerse siempre vivo y las vestales, solo seis de ellas, serían las elegidas. El emperador se dirigía a la elegida entre todas las que aspiraban a servir a la diosa con las palabras “Te tomo a ti, amada”.
Vida de una vestal
Las vestales eran seleccionadas entre las mejores familias patricias de Roma, las más distinguidas, las más ricas, las más poderosas. Las niñas, que tenían entre seis y diez años, debían ser perfectas, no sufrir ningún defecto físico y contar con una natural belleza. Las pequeñas eran separadas de sus familias para ingresar en el templo y dedicar sus vidas, exclusivamente, al servicio de la diosa virgen durante, al menos, los siguientes treinta años.
Durante los diez primeros años, las vestales se convertían en estudiantes, aprendiendo todo lo relacionado con la religión, el culto a Vesta y las diferentes tareas en el templo. La segunda década la dedicaban al cuidado de la Llama Sagrada y a la participación en ceremonias de consagración. Durante sus últimos diez años se convertían en maestras de las jóvenes discípulas. Tras todos estos años de servicio a la diosa, cada virgen vestal podía decidir si quería abandonar definitivamente el templo o vivir en él para el resto de sus días. Pocas eran las que elegían vivir fuera de la protección de los muros del templo. No sólo porque una mujer de casi cuarenta años era prácticamente una anciana en la antigua Roma, sino porque ser una virgen vestal era unos de los mayores privilegios que una mujer podía disfrutar en Roma.
Las vírgenes vestales eran tratadas casi como diosas encarnadas. Respetadas y adoradas por todos, eran invitadas a grandes banquetes y fiestas organizadas por las más grandes y pudientes familias romanas. Ocupaban los mejores asientos en teatros y celebraciones, cuando salían del templo lo hacían siempre escoltadas por lictores, y su mera presencia llegaba a ser tan importante que un condenado podía llegar a ser perdonado por su crimen en caso de que en su camino hacia la ejecución una virgen vestal se cruzara con él. Incluso podían participar en el veredicto a un gladiador.
Vestían túnicas blancas confeccionadas con el mejor y más fino lino, ribeteadas con hilo de color púrpura. Sobre sus cabezas lucían siempre una diadema a la que llamaban vitta. Eran la viva imagen de la pureza y la castidad. Nadie osaba tocarlas, un simple gesto irreverente hacia una de las elegidas de Vesta podría significar la muerte de quien osara ofenderlas. Pero disfrutar de tal distinción en la antigua sociedad romana conllevaba al mismo tiempo el mantenimiento de los votos que las vírgenes vestales habían jurado mantener desde niñas.
Los Votos
Los votos se resumían en mantener siempre encendido el fuego de Vesta y, al igual que la diosa, continuar siendo vírgenes y puras durante sus años de servicio en el templo. Ser una virgen vestal en Roma era un título que muchas hubieran deseado ostentar, pero el castigo en caso de que una vestal rompiese sus votos era asimismo terrible.
Aunque no fuera una práctica habitual —en los casi mil años que duró el culto de adoración a Vesta solo se registraron alrededor de veinte casos en los que alguna vestal fuera castigada por romper sus votos—, el hecho de que una vestal mantuviera relaciones íntimas con un hombre era considerado una traición y un delito de incesto, ya que como sacerdotisa vestal se la consideraba hija de Roma y cualquier relación que mantuviera era vista como incestuosa.
Una vez que se tenía constancia de la traición a sus votos, la vestal era despojada de sus ropas e insignias religiosas. Luego era vestida con una especie de sudario fúnebre y maniatada, siendo considerada desde ese momento una especie de cadáver. Después era colocada sobre una litera pasando a ser exhibida en procesión por toda la ciudad como escarmiento, a fin de que todos los ciudadanos fueran conscientes de su castigo. Finalmente era conducida hasta el Campus Sceleratus (Campo de los Malvados) en las afueras de la muralla Serviana donde, a través de una escalera subterránea, era introducida en una cripta donde permanecería sepultada hasta encontrar la muerte. Además, en la cripta se colocaba una pequeña cantidad de agua y comida para convertir su muerte en una lenta agonía.
La Gran Cornelia
El emperador, como Pontifex Maximus, era el encargado de ejecutar la sentencia. Como en todas las sociedades o cultos, entre la vírgenes vestales también existían diferentes graduaciones, y la jerarquía la encabezaba la Máxima Sacerdotisa. Una de ellas fue la gran Cornelia, acusada y ejecutada —sin ninguna prueba— por el delito de incesto en tiempos del emperador Domiciano. Así nos lo dejó escrito Suetonio:
“Estableció penas diferentes, pero siempre severas, contra los desórdenes sacrílegos de las Vestales, sobre los que su padre y su hermano habían cerrado los ojos. Estas penas fueron, primero, la capital, y más adelante el suplicio ordenado por las leyes antiguas. Permitió, por ejemplo, a la hermana Ocelata, y después de ésta a Varronila, que eligieran el tipo de ejecución, y se limitó a desterrar a sus seductores; pero a la Gran Vestal Cornelia la hizo enterrar viva…”
En el año 91 a. C Domiciano declaró a Cornelia culpable, sin darle siquiera audiencia. Algo que resulta irónico y contradictorio, cuando él mismo había cometido incesto con la hija de su hermano.
Desaparición y leyendas
Posteriormente, en el año 394, el emperador Teodosio disolvió definitivamente las vestales. Ese mismo año, la que fuera última Vestalis Máxima, Coelia Concordia, dimitió como máxima autoridad vestal antes de que éste la depusiera de su cargo, convirtiéndose algunos años después al cristianismo, que ya se había establecido como religión oficial del Imperio romano. La misión de salvaguardar el fuego eterno había terminado, y con ella las únicas sacerdotisas que existieron durante el Imperio Romano.
Entre las leyendas que corren acerca de estas mujeres tan veneradas en la antigua Roma, destaca una por el mensaje que trasmitió en su momento, así como por su contexto histórico: la traición de la vestal Tarpeya.
La leyenda cuenta que mientras Roma estaba asediada por el rey sabino Tito Tacio, Tarpeya, hija del comandante de la ciudadela, Espurio Tarpeyo, se acercó al campo sabino y les ofreció entrar a cambio de “lo que llevaban en sus brazos izquierdos”. Deseando el oro, se refería a sus brazaletes. Pero en lugar de ello, los sabinos le lanzaron los escudos —que portaban en el brazo izquierdo— encima, y así fue aplastada hasta la muerte bajo su peso.
Su cuerpo fue entonces lanzado desde la roca Tarpeya, que pasó a ser conocida como el lugar de ejecución para los más destacados traidores de Roma. Los sabinos fueron, sin embargo, incapaces de conquistar el foro, al quedar sus puertas milagrosamente protegidas por chorros de agua creados por Jano, el dios romano guardián de las puertas. El mensaje, fuera como fuese, siempre estaba claro: cualquier traición a Roma se pagaba con la muerte.
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[+/-] | EL HUMOR EN ROMA: ¿DE QUÉ SE REÍAN LOS ROMANOS? |
En la antigua Roma las burlas y chistes formaban parte del día a día de los ciudadanos, y no perdonaban a nadie. Los soldados eran especialmente dados a las pullas, incluso en momentos de gran solemnidad como los desfiles triunfales de los generales victoriosos en Roma.
Suele decirse que cada pueblo tiene un sentido del humor propio, que a veces
resulta difícil de comprender para los demás. En el caso de la antigua Roma, ese
sentido del humor reflejaba el carácter de lo que en sus orígenes fue un pueblo
de campesinos y soldados, y se caracterizaba por lo procaz y punzante. Este
humor cáustico, llamado a veces italum acetum o "vinagre itálico", constituye el
reverso de la imagen de respetabilidad y seriedad, llamada también gravedad o
gravitas, que los ciudadanos de la élite romana buscaban transmitir.
Tras la muerte de Plauto, el más popular de los comediógrafos romanos, se decía que la risa, el juego y la broma habían llorado juntos. Por sus obras desfilan los tipos sociales más comunes: el viejo libidinoso que compite con su hijo por una bella cortesana, la matrona romana que exhibe su prepotencia y su derroche, el esclavo inteligente y enredón en contraste con el parásito muerto de hambre, el soldado fanfarrón, el alcahuete despiadado que produce repugnancia o los banqueros avaros y codiciosos. Plauto aumentaba los defectos de cada personaje para provocar la risa, y para ello no dudaba en recurrir al lenguaje popular. "¡A casa de la muy perra es a donde iba, el muy golfo, corruptor de sus hijos, borracho, miserable!", prorrumpe una esposa engañada en La comedia de los asnos.
Mofa a los emperadores
Los emperadores tampoco se libraban de los apodos burlescos. Cuando Tiberio
era todavía un soldado se burlaban de él en el campamento haciendo un juego de
palabras con su nombre: Tiberio Claudio Nerón, que se transformaba en un jocoso
Biberio Caldio Merón, con el que se aludía a su condición de bebedor, al gusto
que tenían los romanos por el vino caliente (calidus) y a la no menor afición
por el vino puro, sin mezclar (merum).
Los soldados eran especialmente dados a las pullas, incluso en momentos de
gran solemnidad como los desfiles triunfales de los generales victoriosos en
Roma. Por ejemplo, en el triunfo que celebró en el año 46 a.C., Julio César tuvo
que aguantar las chanzas de sus soldados, que cantaban:"Ciudadanos, guardad a vuestras mujeres, traemos al adúltero calvo", aludiendo a la vida disoluta de su
general.
También circularon burlas sobre su acentuada calvicie y se hicieron
alusiones maliciosas a sus relaciones con el rey de Bitinia: "César sometió a
las Galias, Nicomedes a César", se decía, jugando con el doble sentido de
someter, "poner debajo". Todo ello no era sólo una forma de divertirse, sino
quizá también servía para evitar la excesiva soberbia del comandante victorioso.
En Roma, el chisme, la gracia y la burla estaban a la orden del día y en boca
de todos. Cicerón decía que nadie estaba a salvo del rumor en una ciudad tan
malediciente como Roma. Precisamente personas de la alta sociedad como el famoso
orador, que se suponían imbuidos de gravitas, practicaban el humor tanto en sus
discursos públicos como en su vida privada. En una ocasión en que Cicerón vio a
su yerno Léntulo, que era de baja estatura, con una gran espada ceñida exclamó:
"¿Quién ha atado a mi yerno a una espada?". A propósito de una matrona romana ya
entrada en años que aseguraba tener sólo treinta, comentó: "Es verdad, hace ya
veinte años que le oigo decir eso".
En uno de los muros de la villa de los Misterios, en Pompeya, se halló una caricatura con una inscripción en su parte superior: "Rufus est" (es Rufo). Se sabe que el dueño de la casa se llamaba Istacidio Rufo, por lo que se cree que alguien de la casa, tal vez un esclavo descontento, quiso burlarse así de un amo poco estimado.
El emperador Augusto también gozaba de un gran sentido del humor. Cuando el
cónsul Galba, que era jorobado, le dijo que le corrigiera si tenía algo que
reprocharle, Augusto le respondió que podía amonestarle, pero no "corregirle",
jugando con el doble sentido del verbo corrigere, que en latín significa
"corregir", pero también "enderezar o poner derecho".
Las bromas o insultos no siempre sentaban bien al destinatario. Sabemos que
un tal Cornelio Fido se echó a llorar en pleno Senado cuando otro le llamó
"avestruz depilado". En ocasiones reírse en público podía resultar peligroso. En
192 d.C., el historiador Dión Casio estaba en el Coliseo con otros colegas
senadores cuando el excéntrico emperador Cómodo, que actuaba en la arena, mató
un avestruz, le cortó la cabeza y se dirigió hacia ellos explicando mediante
gestos amenazadores que podían acabar igual que el ave. A los senadores la
situación les provocó tal hilaridad que estuvieron a punto de echarse a reír;
para evitarlo, Dión empezó a masticar hojas de laurel de su corona, gesto que
sus compañeros se apresuraron a imitar.
Bufones y enanos, cómicos de palacio
La corte imperial contaba con bufones y enanos para diversión del emperador.
Augusto y su círculo disfrutaban de las bromas de un bufón llamado Gaba.
Tiberio, por su parte, tenía un enano entre sus bufones. Domiciano asistía a los
espectáculos de gladiadores con un jovencito que tenía una cabeza pequeña y
monstruosa. Vestido de escarlata, se sentaba a los pies del emperador, con quien
hablaba tanto en broma como en serio. En época de Trajano las humoradas corrían
a cargo de un tal Capitolino que, según el poeta hispano Marcial, superaba a
Gaba en gracia.
Las mujeres también podían servir como bufones o ser objeto de burla. En una
de sus cartas, Séneca cita a una tal Harpaste, una sirvienta boba que le había
dejado en herencia su primera esposa. El filósofo, con gran humanidad, declara
que siente aversión a reírse de este tipo de personas deformes y añade que
cuando quiere divertirse se ríe de sí mismo.
El humor estaba presente en las conversaciones de la calle y de la
taberna, que no podemos escuchar pero de las que quedan rastros en los grafitis
de las paredes de Pompeya, llenos de bromas, insultos y caricaturas de personas
reales. Por ejemplo, los huéspedes descontentos de una pensión escribieron: "Nos
hemos meado en la cama. Lo confieso. Si preguntas por qué: no había orinal". En
Roma, cuando un tal Ventidio Baso pasó de arriero a las más altas magistraturas,
el pueblo se escandalizó y algunos escribieron por las calles de la ciudad los
siguientes versos: "¡Venid todos corriendo, augures, arúspices! Ha surgido un
portento inusitado: el que frotaba a los mulos, ha sido hecho cónsul".
Burlas en verso
Rastros del humor popular pueden verse quizás en algunos epigramas satíricos
de Marcial, que se burlaban de los defectos físicos y el carácter de sus
contemporáneos. En ellos primaba la brevedad y la agudeza de la parte final,
donde residía la gracia. El humor cáustico es evidente en estos ejemplos:
"Quinto ama a Tais". "¿A qué Tais?". "A Tais, la tuerta". "A Tais le falta un
ojo solo, a él los dos".
Pero tenemos que esperar al siglo V d.C. para encontrar un verdadero libro de
recopilación de chistes. Está escrito en griego y se titula Philogelos, "el
amante de la risa". Contiene 265 historias graciosas de muy variado tipo.
Algunas tienen como protagonistas a los abderitas (de Abdera, en el norte de
Grecia), que en la Antigüedad estaban considerados los tontos por antonomasia,
junto con los habitantes de Cumas, cerca de Nápoles. Otros los protagonizan
eunucos, falsos adivinos y personajes misóginos. Entre estos últimos se
encuentra uno que muestra que ciertas formas de humor son una constante de todas
las épocas. Un hombre estaba enterrando a su esposa y cuando alguien le
preguntó: "¿Quién descansa?", respondió: "Yo, que me he librado de ella".
Los chistes recogidos en el Philogelos muestran que, en la Antigüedad grecorromana, las chanzas alcanzaban a todas las profesiones y condiciones.
Uno que regresaba de un viaje preguntó a un falso adivino por su familia. Éste dijo: "Todos están bien, incluido tu padre". Al decirle: "Mi padre hace ya diez años que ha muerto", respondió: "No conoces a tu verdadero padre".
Un abderita viendo a un eunuco conversar con una mujer le preguntó si era su esposa. Cuando el eunuco le dijo que él no podía tener esposa, respondió: "Entonces es tu hija".
Uno al encontrarse con un intelectual dijo: "El esclavo que me vendiste ha muerto". "¡Por todos los dioses! –respondió–. Cuando estaba conmigo nunca hizo tal cosa".
[+/-] | EL EMPERADOR TRAJANO (Documental de RTVE) |
TRAJANO: EMPERADOR DE ROMA (2003)
Producción de RTVE, que relata la vida y logros de Trajano en tres capítulos:
Cap. 1.- De la Bética a la corte de los césares: Inicios de su carrera política y militar, sus conexiones con la provincia Bética y vida hasta que es nombrado Emperador.
Cap. 2.- Una nueva provincia, un nuevo imperio: La conquista de Dacia, la actual Rumanía, fue una de las grandes conquistas del emperador romano Trajano.
Cap. 3.- Del campo de batalla al Olimpo de los dioses: Adentrándose en los bosques que surcan el Danubio, Trajano vivió tal vez los momentos más gloriosos de su vida.
Duración: 1:18:49