EN BUSCA DE LA GUERRA DE TROYA (Michael Wood)

 Si hay un lugar fascinante para la arqueología por el mito que representa es Troya. La guerra que Homero plasmó en La Ilíada, aupado como uno de los grandes clásicos de la literatura universal, sigue dando noticias. Troya no se rinde, se resiste a mostrar los misterios que los investigadores aún no han podido dilucidar. El periodista inglés Michael Wood (1948) intentó sintetizar en el libro En busca de la guerra de Troya las excavaciones practicadas en el montículo de Hisarlik, el lugar que se supone fue el escenario del asedio y destrucción de la ciudad legendaria, en el noroeste de Turquía. Esta obra publicada en 1985 y revisada veinte años después, se ha traducido al español (Crítica). El texto de Wood -autor de superventas y productor de documentales televisivos- es respetado por unos y vilipendiado por otros, es decir, que recoge la división entre los historiadores que dan carta de realidad a parte de La Ilíada y los que ven en el relato pura fantasía.

En busca de la guerra de Troya es más un libro de preguntas que de respuestas, no es una novela histórica pero tampoco un texto de lectura fácil y amena para aficionados. Estos son algunos de los nombres y cuestiones estudiadas por Wood:

Heinrich Schliemann. El millonario alemán (1822-1890) dedicó los últimos veinte años de su vida "a su obsesión, a su sueño infantil", como dice Wood: hallar las ruinas de Troya y demostrar la verdad del relato de Homero. La historia de este personaje está teñida de aventuras, ambición, entusiasmo e imprudencia. De sí mismo dijo: "Mi peor defecto, ser un fanfarrón y un farolero... pero me proporcionó innumerables ventajas". De Schliemann, que bebió del primer gran explorador de Troya, el inglés Frank Calvert, se conservan 175 volúmenes de cuadernos de excavaciones, 20.000 artículos y 60.000 cartas. Wood lo retrata como un aficionado que paradójicamente podría "ser considerado el padre de la arqueología y, a la vez, un narrador de cuentos chinos". Llegó a ser acusado de amañar las pruebas de sus descubrimientos; fue lo contrario al ejemplo de investigador escrupuloso y metódico. Con su ejército de obreros excavó grandes trincheras, extrajo toneladas de tierra y se llevó por delante parte de las murallas que buscaba. Sin embargo, fijó la clave del yacimiento: Hisarlik era una sucesión de estratos -el más antiguo, del 3.000 a.C.-, fruto de una costumbre de la zona, la constante reedificación, y de sus siguientes colonizadores. Uno de esos estratos fue el escenario de lo que se convirtió en el célebre relato.

La Ilíada' y Homero. Wood recoge "la opinión general" de que esta obra fue compuesta por un poeta que recopiló antiguos relatos orales. El autor señala que Homero ("si es que este existió") vivió "quizá" en el siglo VIII a.C., cuando el relato de Troya ya se contaba en las cortes egeas. Su calidad como bardo le llevó a difundirlo, a su vez, en otros palacios. La tradición siguió hasta que un tirano de la poderosa Atenas del VII a.C., por aquello de construir un relato épico nacional, decidió que los sucesores de Homero pusieran por escrito la gran epopeya, en la que los siempre enfrentados pueblos de la Hélade habían actuado unidos frente al enemigo troyano.

La fecha de la guerra. Wood se basa, entre otros restos, en la cerámica y las cartas escritas en tablillas por los diplomáticos de la época para aventurar que el asedio y destrucción del asentamiento junto al estrecho de los Dardanelos pudo ocurrir en el siglo XIII a. C. (aproximadamente entre 1275 y 1260). Antes de que fuera una ruina calcinada, Wood, tras recopilar todos los hallazgos y excavaciones, se atreve a dibujar cómo pudo ser aquella "ciudad de ovejas, con fábricas rurales, que criaba caballos" y se defendía de los invasores gracias a sus sólidas murallas.

De la principal puerta de entrada a la histórica población "partía una calle adoquinada" que subía hasta el palacio del rey. Bajo este había una veintena de casas en las que vivían los familiares y también los sirvientes del monarca. A la izquierda de la puerta, una enorme torre cuadrada de bloques de piedra caliza que albergaba un altar. A la derecha, una casa alargada para realizar sacrificios de fuego. Finalmente, Wood conjetura que de las casas conservadas se desprende que Troya podía tener en aquella época unos 1.000 habitantes en el interior de las murallas y una extensión de 183 por 137 metros. A estos troyanos se sumarían unos 5.000 en la ciudad inferior y en la llanura.

La guerra se libró en un periodo en el que eran habituales las incursiones de los griegos en Asia Menor para derrocar reyes. Entre estos reinos, Troya tenía una posición dominante, era una ciudad con riquezas, fruto de la navegación marítima y de los derechos aduaneros, y cuya rapiña convertiría además a sus habitantes en esclavos. Wood supone que algún conflicto diplomático provocó que aquel apetecible cruce de caminos se convirtiera en objetivo de los griegos. Y no hay que olvidar que en la era homérica, ser "saqueador de ciudades" era un gran halago para un rey.

Manfred Korfmann. Después de Schliemann, los otros protagonistas de las excavaciones de "la ruina de una ruina" son el también alemán Wilhelm Dörpfeld (1853-1940) y el estadounidense Carl Blegen (1887-1971), que cerró las trincheras en Troya en 1938. Hubo que esperar medio siglo para nuevos descubrimientos, los de Manfred Korfmann (1942-2005), arqueólogo alemán, que pasó sus últimos 17 años revitalizando las excavaciones. Korfmann, el otro nombre germano vinculado a Troya para siempre, acabó de forma muy distinta a Schliemann. Mientras que este no pudo volver a Hisarlik porque los turcos le acusaban de sacar piezas del país sin su permiso y fue un "maltratador de las ruinas", Korfmann logró que la zona fuera declarada parque nacional por el Gobierno de Ankara para una mayor protección y su labor le permitió obtener la nacionalidad turca.

El País

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